El «Edipo Rey» de Sófocles nos antecede unos 2500 años. Desde el punto de vista actual, debería tener poco o nada que enseñarnos. Después de todo, no habla de las realidades de la vida contemporánea. Y si nos guiamos por las «realidades» de hoy, casi todo lo cultural o filosófico tiene la vida útil de un teléfono móvil: Hay que cambiarlo cada año para mantenerse vigente.
Sin embargo, el hecho es que al igual que los derechos inalienables que Thomas Jefferson plasmó en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, los cuales los fundadores creían garantizados por el «Dios de la Naturaleza», «Edipo Rey» ha resistido la prueba del tiempo al ejemplificar lo que yo llamo «Teatro Natural». Se trata de un teatro que entiende la permanencia de la naturaleza humana y trata de retratar a la humanidad con todos sus defectos, contrarrestados por todas sus alegrías, con la esperanza siempre presente de la redención.
A pesar de los casi 2300 años de diferencia, el experimento americano se remontó al mundo antiguo para comprender lo que significa ser un humano. Usando este conocimiento, los Fundadores consiguieron crear un gobierno y una construcción social sin paralelo en la historia. Así pues, «Edipo Rey» contiene los elementos necesarios tanto del Teatro Natural como de la fundación de Estados Unidos, lo que la convierte en una obra que debería resonar con fuerza entre el público estadounidense.
El teatro natural frente al teatro de la miseria
El Teatro Natural destaca la vida como algo que merece la pena ser vivido. ¡Qué sorprendente es reflexionar sobre los horrores que sufrió Edipo y llegar a la misma conclusión!
Una gran diferencia entre el Teatro Natural y el Teatro de la Miseria (este último es la fórmula teatral contemporánea común que presenta la fatalidad y la pesadumbre implacables como la norma de la vida cotidiana), en primer lugar es que el Teatro Natural muestra el sufrimiento como algo natural de la condición humana y, en segundo lugar, redentor, en oposición a lo antinatural y decididamente unilateral como en el Teatro de la Miseria.
La forma en que Edipo, el hombre, se define a sí mismo nos muestra la distinción entre un héroe del Teatro Natural y un antihéroe del Teatro de la Miseria. Edipo se define a sí mismo con el simple «Yo soy Edipo» dos veces: una al principio de la obra, cuando está afirmando su fama y prestigio, y otra al final de la obra, cuando descubre su terrible destino («Edipo Rey», traducción de Robert Fagles). Su primer alarde ejemplifica el Teatro de la Miseria: «Soy una persona de valor infinito»; su segunda proclamación ilustra la postura del Teatro Natural sobre el carácter humano digno: «Soy responsable».
Es esta última afirmación la que nos permite simpatizar con Edipo y a la vez admirarlo. Cualquier protagonista que se acepte a sí mismo como la razón principal de su propia caída está en casa en el Teatro Natural.
Los fundadores y el libre albedrío
La cuestión que no solo impregna «Edipo Rey» sino que sigue siendo un dilema a través de los tiempos es la del destino frente al libre albedrío. No hay duda de cuál era la posición de los fundadores, en particular de Jefferson, sobre esta cuestión. Eran seguidores de John Locke, quien creía que los hombres y las mujeres son libres en un estado natural y que por medio de nuestra razón innata somos capaces de decidir el rumbo de nuestras vidas, sin que el gobierno lo impida. Nuestra libertad nos la otorga el Dios de la Naturaleza, pero Dios, al igual que el gobierno previsto por los fundadores, no se entromete ni controla directamente, permitiendo a los seres humanos establecer un curso de acción y determinar nuestro destino. La tarea del gobierno es asegurar estos derechos naturales.
A primera vista, esta no es la forma en que opera «Edipo Rey». El pueblo, representado por el coro, espera que Edipo (es decir, el gobierno) lo salve de la peste que asola Tebas. En este sentido, la obra se asemeja mucho a la forma en que muchas personas de hoy en día, por desgracia, piensan que el gobierno debe operar.
Edipo está encadenado por la profecía del Oráculo, aunque al principio no se da cuenta. Al final, no logra escapar de su destino predeterminado y, sin embargo, se le concede un acto de libre albedrío: Decide cegarse en lugar de suicidarse cuando comprende que es el autor del asesinato de Layo, el antiguo rey y su padre. Así, ejerce su libre albedrío al tiempo que reconoce lo que está fuera de su control:
«Apolo, amigos, Apolo—
Él ordenó mis agonías —¡estos, mis dolores sobre los dolores!|
Pero la mano que golpeó mis ojos fue la mía,
solo mía —nadie más—
Lo hice todo yo mismo».
El coro desafía esta decisión: «Cómo puedo decir que elegiste lo mejor/ Mejor morir que estar vivo y ciego». Y Edipo, como es típico en él, los regaña: «Lo que hice fue lo mejor—no me sermoneen».
Su capacidad para elegir su destino —incluso aceptando el orden natural (como ejemplifica la profecía del Oráculo)— se convierte en una insignia de honor en el Teatro Natural. Imagine un Edipo moderno representado por un practicante del Teatro de la Miseria: Él no culparía de toda su desgracia a Dios (porque Dios no existe), sino a las maquinaciones políticas de un mundo sumido en el odio, la intolerancia y el sinsentido. En ese mundo, Edipo sería la víctima inocente, independientemente de su crimen de asesinato.
Este no es, por supuesto, el mundo que Sófocles describe. Más bien, está retratando un orden mundial que ha perdido temporalmente su rumbo y que debe ser reorientado en su camino natural, de forma muy parecida con la que se encontraron nuestros Padres Fundadores de Estados Unidos cuando su derecho natural a la libertad se vio amenazado por la madre patria, que se había convertido en un gobierno hostil e invasivo.
El destino de Edipo —una combinación de las leyes divinas y su propia voluntad— no culmina en la desesperanza, sino en la redención del bien mayor de la sociedad. Con su destino cumplido, la plaga de Tebas termina y el orden se restablece bajo el gobierno sensato de Creonte. Una vez corregido el mundo y confirmado el diseño del universo, la obra concluye con el coro alabando a Edipo («¿Quién podría contemplar su grandeza sin envidia?») y mostrando empatía por él («No consideren a ningún hombre como feliz hasta que muera, libre de dolor al fin»).
Como es típico del Teatro Natural, hay tristeza, terror y lucha (o de otro modo, sinceramente, ¿tendríamos teatro?). Pero también existe la sensación de que el mundo puede enderezarse, tal y como asumió Jefferson en la Declaración de Independencia cuando anotó que los seres humanos tienen derecho naturalmente a «la estación separada e igual a la que las Leyes de la Naturaleza y del Dios de la Naturaleza les dan derecho».
Los fundadores de Estados Unidos utilizaron su reconocimiento de la fragilidad humana como fundamento de nuestra república, para que no olvidemos la apreciación de James Madison en el Federalista 51 respecto a que si «los hombres fueran ángeles, no sería necesario ningún gobierno». Así, también, las grandes obras del Teatro Natural reconocen las imperfecciones de la humanidad, así como su habilidad para prosperar a pesar de esas imperfecciones. Este reconocimiento es el regalo que nos hace el Teatro Natural, y es aún más valioso cuando nos damos cuenta de que nuestros fundadores veían a la humanidad de una manera muy similar.
Debemos, por tanto, consagrar «Edipo Rey» en el canon del Teatro Natural. El mundo en el que escribió Sócrates no se parecía en nada al mundo de nuestros fundadores y, desde luego, no se parece en absoluto a nuestro mundo contemporáneo. Sin embargo, no hemos sido capaces de desechar la relevancia de «Edipo Rey», ni deberíamos hacerlo. Continúa siendo un valioso maestro cuyas lecciones no pueden ser desechadas a menos que la humanidad rompa de alguna manera el control que el Dios de la Naturaleza tiene sobre ella. No espere que eso suceda pronto.
Robert Cooperman es el fundador de Stage Right Theatrics, una compañía de teatro dedicada a preservar la visión del fundador a través de las artes. Originario de Queens, Nueva York, ahora vive en Columbus, Ohio, donde obtuvo su doctorado en la Universidad Estatal de Ohio.
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