Es probable que al pensar en el «amor libre» uno se imagine Woodstock y no la Rusia Soviética de principios del siglo XX, pero de hecho fue el régimen comunista el que se propuso el intento quizá más ambicioso de la historia por desatar la sexualidad humana—con los resultados que se podían esperar.
Ni bien los comunistas tomaron el poder en 1917 en Rusia, comenzaron a crear sistemáticamente regulaciones que seguían las doctrinas de Karl Marx. Su sueño de una utopía materialista podía ser alcanzado «solo con el derrocamiento por la fuerza de todas las condiciones sociales existentes», tal como lo escribió Marx en el «Manifiesto comunista».
Eso incluía no solo confiscar los «medios de producción», como fábricas y tierra, sino también desintegrar la institución de la familia. Los comunistas consideraban al compromiso con la familia como un obstáculo para la devoción del pueblo hacia la búsqueda de su utopía materialista. En cambio, la gente debía vivir en «uniones libres», apareándose a voluntad.
A una gran cantidad de rusos, especialmente los urbanos, se les vendió la línea del Partido de que la restricción moral sobre el deseo sexual, arraigada en la ética familiar, no tenía beneficios y era algo dañino.
Los comunistas convencieron a las mujeres que cocinar para sus familias y criar a sus hijos las convertía en «esclavas». Trabajar para fábricas del Estado, decían, haría que las mujeres fueran mucho más «libres».
¿Qué pasaba con los niños ? Eran separados de las madres tan pronto fuera posible—llevados como rebaño al preescolar, guarderías y más tarde a la escuela—para ser criados por el Estado como la siguiente generación de engranajes «liberados» de la maquinaria socialista.
En base a la tradición y ley rusa, las esposas dependían materialmente de sus maridos, mientras que los maridos tenían la obligación de cuidar y mantener a sus esposas y a toda la familia. En ese tiempo, los rusos disfrutaban de cierto grado de libertad religiosa, y se permitía que las diferentes religiones gobernaran las reglas del matrimonio. El divorcio se limitaba a resolver situaciones como la infidelidad (solo con dos testigos), el abandono o la impotencia.
Los comunistas descartaron y denunciaron todas las leyes y tradiciones, tal como Marx dictó, y establecieron el Código Familiar de 1918. La ley era «nada menos que la legislación más progresiva que el mundo hubiera visto», escribió Wendy Goldman, profesora de historia de la Universidad Carnegie Mellon y experta en historia rusa, en su libro «Mujeres, el Estado y Revolución».
Las bodas religiosas ya no se consideraron válidas. En cambio se establecieron oficinas de registro, donde la gente llegaba y simplemente se registraba como casada. Igual de fácil, a pedido de cualquiera de los cónyuges, se podía tramitar un divorcio.
«El proceso de divorcio es tan simple que no hay pérdida de dinero o tiempo. Bajo la ley actual, el acto de disolver un matrimonio puede ser completado en 15 minutos», escribió P. Zagarin, un escritor ruso sobre la familia, en 1927.
La idea era «liberar» a la mujer del matrimonio y por lo tanto de la familia. Pero en cambio, el régimen le dio al hombre la excusa perfecta para abandonar a su familia. Muchos hombres de pronto encontraron que no tenían «nada en común» con sus esposas, mientras que pronto después de un divorcio, encontraban una sorprendente conexión con mujeres más jóvenes y sin ataduras.
Para fines de 1918, casi siete mil parejas se divorciaron tan solo en Moscú, mientras que menos de seis mil se casaron. En 1927, Moscú tenía 9,3 divorcios por cada mil personas—casi tres veces más que en Nueva York en 2014.
A nivel nacional, en la primera mitad de 1927, uno de cada cuatro matrimonios soviéticos se divorciaba—un 50 por ciento más que en Estados Unidos, más de 3,5 veces la proporción en Alemania, y 48 veces la proporción en Inglaterra y Gales.
Alentados por las enseñanzas comunistas de sexualidad sin restricciones, la gente dejó de preocuparse por registrar los matrimonios.
«La gran masa de gente no considera el registro del matrimonio como la base de las relaciones maritales. Uniones voluntarias de facto se están volviendo cada vez más generalizadas», escribió A. Stel’makhovich, presidente de la corte provincial de Moscú en 1926.
Si conseguir cobrar la pensión alimenticia parece difícil en el siglo XXI, lo era aún más en la Rusia de los años 20. Los juzgados estaban inundados de casos de manutención infantil, y los hombres encontraban muchas formas de evitar los pagos, tales como cambiar de trabajo o mudarse.
Un censo soviético de 1926 halló que de 530.000 mujeres divorciadas, solo 12.000 cobraban la pensión.
Aún peor, luego de una década de guerra, de guerra civil y Terror Rojo, los hombres escaseaban, lo que les facilitaba volverse a casar.
Mientras tanto, la promesa de que el gobierno se haría cargo de los niños no se cumplió y la consecuencia fue devastadora. De 1926 a 1927, el preescolar albergaba unos 150.000 niños de una población de 10 millones.
En ese tiempo, Vera Lebedeva, jefa del Departamento para la Protección de la Maternidad e Infancia dijo: «La debilidad del lazo marital y el divorcio crean masas de mujeres solteras que llevan solas la carga de la atención del niño. Imagine ser una mujer así, sin apoyo de su marido, con un niño en sus manos, despedida por una reducción de personal y echada de su habitación […] sin posibilidad de continuar manteniéndose».
A menudo, las mujeres divorciadas terminaban en la calle.
«No hubo representación tan perfecta del contraste entre el ideal socialista de la unión libre y las condiciones de ese tiempo, como el espectáculo de mujeres vendiéndose en las calles», escribió Goldman. «Fue una burla a la idea de que las mujeres eran personas libres e independientes que podían entrar a una unión basadas en una elección personal».
El concepto de uniones libres falló incluso más miserablemente en el campo. El divorcio significaba la división de los ya pequeños campos de cultivo entre los exesposos, quienes podrían haberse vuelto a casar y divorciar una y otra vez, haciendo que pronto todos tuvieran terrenos demasiado desperdigados como para sobrevivir. Por otro lado, si el reglamento hacía que las granjas se mantuvieran enteras, la mujer se quedaba con casi nada luego del divorcio.
Alguien podría pensar que el «amor libre» falló por la falta de anticonceptivos, pero la natalidad ya era baja, sin mencionar la gran cantidad de muertes por la guerra y el Terror Rojo. Con un desastre demográfico en puerta, Rusia en realidad necesitaba más niños, no menos.
Alguien podría decir que los soviéticos simplemente necesitaban más preescolares y guarderías. Pero eso hubiera reducido la carga de las familias con madres solteras tan solo un poco—de devastador a muy pesado—como pueden confirmar muchas de las madres solteras de hoy en día.
Alguien podría decir que las mujeres simplemente necesitaban más empleos, pero aunque eso hubiera aliviado su miseria, aún no habría resuelto el problema fundamental. «Incluso si una mujer trabajaba, el divorcio significaba una caída sustancial en su nivel de vida», escribió Goldman.
Para revertir el desastre en la sociedad, para 1936 la Unión Soviética abandonó la ideología del «amor libre» y regresó a sus políticas profamilia, proscribiendo el aborto, requiriendo considerables tarifas para divorciarse, imponiendo penas mayores por abandonar una familia y alentando a las mujeres a tener más niños.
«La idea de que el Estado asumiría las funciones de la familia, fue abandonada», escribió Goldman.
Se estima que el comunismo ha asesinado a al menos 100 millones de personas, no obstante sus crímenes no han sido recopilados y su ideología aún persiste. La Gran Época busca exponer la historia y creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde su surgimiento.
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