Llamemos a China por lo que realmente es: no es una “República Popular” o un país común, para nada. Es un imperio.
Es un imperio regional, ciertamente, pero todavía sigue dominando sobre muchas nacionalidades y grupos étnicos, con docenas de lenguas habladas y fuertes tensiones en regiones como las provincias de Xinjiang y el Tíbet, que se molestan ante el dominio de la etnia Han china sobre ellas.
El Gran Plan de Xi Jinping
Por supuesto, China tiene grandes ideas para convertirse en un imperio mundial. Para ello debe sustituir a Estados Unidos, lo que sin duda está intentando hacer. Pero más allá del enorme mercado interno chino, las asociaciones con corporaciones multinacionales en todo el mundo y los acuerdos monetarios bilaterales, el mandatario chino Xi Jinping y el Partido Comunista Chino (PCCh) podrían encontrar que el asunto del imperio mundial sea más difícil de lo que imaginaban.
Hay varias razones para ello. Por un lado, pocos desean realmente vivir en un mundo en el que China tome las decisiones –sobre todo los ciudadanos chinos promedio. Puede que Rusia sea la excepción, pero esto no puede considerarse un respaldo importante. China ambiciona un imperio basado en lo económico o mediante la conquista militar, y no en la cooperación y las relaciones mutuamente beneficiosas. Pregúntenle a los socios comerciales regionales de China acerca de esto, o simplemente basta con mirar cómo trata el PCCh a su propia gente.
En contraste, el “Imperio Americano” generalmente no es de represión o conquista, más bien, por lo general, es uno de los socios comerciales dispuestos a compartir los beneficios económicos y de seguridad que Estados Unidos puede brindar. Por supuesto, hay excepciones, pero el sistema mundial dominado por Estados Unidos no se parece a ningún otro imperio que el mundo haya visto.
Por supuesto, a no todo el mundo le gustan los arreglos actuales, sin embargo, ¿quién estaría dispuesto a renunciar a ellos para ser dominado por el PCCh?
Imperio del Mal 2.0
A nivel nacional, el PCCh ya ha creado un imperio malvado.
Originalmente respaldado en la Unión Soviética, China –con gran ayuda de Occidente– ha pasado de ser un Estado comunista purista brutal y totalitario a un Estado fascista brutal y totalitario con el Partido Comunista al mando. Las empresas están fuertemente controladas y a menudo son de propiedad estatal, aunque la propiedad privada está permitida con la aprobación del Estado. Se controlan todos los medios de comunicación, se vigila a los ciudadanos, se combate la disidencia con violencia, encarcelamiento y tortura, y se suprime toda expresión humana que sea diferente a lo que el PCCh aprueba.
En la provincia occidental de Xinjiang, por ejemplo, 2 millones o más de uigures musulmanes están actualmente encerrados en campos de detención, torturados y separados de sus familias, se les niega la expresión religiosa, sufren distintos experimentos y una reeducación permanente. Ser un uigur es literalmente un crimen contra el Estado. Pero además, también son perseguidos los que practican la disciplina espiritual Falun Dafa, los budistas o los que siguen cualquier otra forma de cristianismo que no sea aquella aprobada por el Partido.
Eso no quiere decir que la gente que vive en China sea intrínsecamente mala o que no sea lo suficientemente inteligente como para construir un imperio mundial. China es líder mundial en inteligencia artificial, aeronáutica hipersónica y bioingeniería, por nombrar solo algunas áreas. La antigua cultura china tiene mucho que ofrecer al mundo, pero varias décadas bajo el dominio del PCCh endurecieron las sensibilidades chinas, y la influencia moderadora del confucianismo fue eliminada por la Revolución Cultural. Dicho esto, la imagen de un joven de pie frente a un tanque en 1989 en la plaza de Tiananmen debería recordarnos a todos la gran cantidad de gente buena que hay en China.
Más represión: ¿Una demostración de poder o miedo?
Como resultado de las brutalidades arriba mencionadas, el desafío que Xi y el PCCh enfrentan para convertir a China en la próxima superpotencia mundial es la insatisfacción cada vez mayor que siente el pueblo chino hacia el PCCh. Esto se está manifestando de varias maneras.
Por ejemplo, la respuesta de Xi a los aranceles estadounidenses fue la de imponer un mayor control sobre la economía, lo que significó convertir empresas privadas rentables en empresas estatales corruptas e ineficientes. La bancarrota es el final del juego. Esto le otorga a Xi más lealtad al partido a corto plazo, pero lo destruye en el sector empresarial y en la productividad.
Hablando claramente, una economía en decadencia representa ilegitimidad para el PCCh. El crecimiento económico es a lo que apuntó el PCCh como objetivo político desde 1989. Pero con una economía que está sintiendo las consecuencias de las políticas comerciales de Trump –además de una crisis de deuda, la campaña anticorrupción y sus propios gastos excesivos– Xi debe saber que está enfrentando una perspectiva real de rechazo por parte del pueblo, sumado a los crecientes impulsos separatistas en varias regiones.
Estabilidad política esquiva
Si bien la primera prioridad de Xi es la estabilidad política, sin un crecimiento económico, la mera absorción de empresas privadas más productivas por parte del Estado solo le proporciona un beneficio temporal. A medida que el robo estatal crece y la economía se estanca o incluso decrece, es probable que aumenten los disturbios sociales.
Xi también debe saber esto. Eso explicaría por qué están incrementando los niveles de represión y castigo para los disidentes, aumentando el presupuesto de seguridad interna y trasladando a grupos étnicos chinos a las provincias de Xinjiang y al Tíbet.
La verdad es que el PCCh tiene mucho por lo qué responder, y ahora Xi es el hombre al mando, aunque difícilmente se le puede hacer responsable de décadas de brutalidad, contaminación y mala gestión económica.
Los niveles alarmantes de contaminación del aire, el agua y la tierra están en zona roja de riesgo en toda China. Decenas de millones de trabajadores desplazados se ven excluidos de los beneficios sociales, una fuerza laboral que envejece sin la red de seguridad social necesaria, sumada a la corrupción endémica y empresas estatales fallidas, todo apunta a la insatisfacción política e inestabilidad.
Si se agregan los aranceles de Trump y la posibilidad de que China pierda pronto gran parte de las relaciones comerciales con Estados Unidos junto a la Unión Europea y Japón, la situación podría agravarse rápidamente. China podría enfrentarse pronto a una verdadera crisis económica como no ha visto desde la década de 1970. Ese probablemente sea uno de los propósitos detrás de las políticas de Trump.
Un cinturón, un ruta, pero muchos dolores de cabeza
Mientras tanto, la gran jugada del imperio mundial de China es la iniciativa “Un Cinturón, Una Ruta” (OBOR por sus siglas en inglés). Es un esquema intercontinental de comercio e infraestructura para vincular a China, tanto física como financieramente, con naciones de Asia, Europa, África y Oceanía. Pero los problemas abundan. La escala masiva del proyecto implica costos desbocados y, en muchos casos, rendimientos negativos o neutros de la inversión. Muchos de los países participantes simplemente no tienen el peso económico necesario para cumplir con los beneficios financieros que China espera.
Pero con o sin OBOR, el PCCh no puede brindar el desarrollo económico que tienen los más de 300 millones de chinos que ahora son de clase media a los más de mil millones de chinos restantes que viven en la pobreza. De hecho, el crecimiento del PIB ya está muy por debajo del crecimiento de dos dígitos del pasado reciente. Y aunque la inversión interna es una de las más altas del mundo, el rendimiento de la inversión es mucho menor que el de los Estados Unidos y otros países desarrollados.
¿La próxima URSS en 1980 o Japón en 1938?
La razón por la que Xi se centra en un mayor control puede ser debido a la política de la Glasnost que disolvió la Unión Soviética. Gorbachov flexibilizó las restricciones y el Partido nunca se recuperó. Xi quiere evitar ese destino.
Pero China también se parece al Imperio Japonés justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Japón, China es una fuerza económica en rápido crecimiento en Asia con gente altamente educada y brillante. Ambas naciones aprendieron rápidamente las destrezas tecnológicas, financieras y militares de Occidente. Ambas naciones son pobres en recursos, y ambas dependen (o dependían) de una figura trascendente (el emperador Hirohito en Japón, Xi Jinping en China) que las impulse hacia adelante. Por último, al igual que con el Japón Imperial de los años 30, China participa en un colonialismo agresivo y en un comercio de confrontación.
Todos sabemos cómo resultaron los esfuerzos de consolidación de los imperios de la URSS y Japón, y no parece que China vaya a ser una excepción.
James Gorrie es un escritor radicado en Texas. Es el autor de “La crisis de China”.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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Cómo el comunismo busca destruir la humanidad
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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