El Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional de Ecuador, que sigue la actividad sísmica y vulcanológica en el país andino, descartó este jueves que el volcán Tungurahua pueda sufrir un colapso en la actualidad, tal y como sugiere un estudio recientemente publicado.
«Las condiciones para generar un colapso en el flanco occidental no están presentes a día de hoy», explicó a Efe la profesora e investigadora del Instituto Patricia Mothes.
Conocido localmente como «El gigante negro» y situado en la región andina a más de 200 kilómetros al sur de Quito, el volcán inició una actividad eruptiva en 1999 que ha mantenido vigente con altibajos hasta principios de 2016, comentó la experta.
Sin embargo, desde entonces «esa situación no se ha vuelto a repetir y los parámetros que se analizaban en el estudio hoy no están presentes», apunta Mothes, también coautora de la investigación realizada por la universidad británica de Exeter.
Difundida por la publicación «Earth & Planetary Science Letters», precisaba que se habían detectado en el volcán señales de inestabilidad, que podrían resultar en un desprendimiento colosal en su flanco occidental.
Esa circunstancia ha derivado en un mayor riesgo de que el flanco se derrumbe y ocasione daños extensos a las zonas que lo rodean.
Pero Mothes subraya que los análisis no son actuales, sino que datan de la época de mayor actividad del volcán.
«No tenemos ningún problema ya que en la actualidad se registra poca actividad sísmica interna y una deformación casi nula de los flancos», subrayó.
La última reacción que experimentó el volcán se produjo en marzo de 2016 y no provocó una «deformación notable» del flanco, que siguió a otra de noviembre de 2015 en la que el coloso expulsó mucha ceniza y registró una ligera deformación de 3,5 centímetros.
La científica del Instituto Geofísico ecuatoriano recordó que la institución es la responsable de seguir y monitorear la actividad de todos los volcanes del país y que el Tungurahua precisamente fue analizado con técnicas avanzadas y detectores de deformación, y durante 19 años contó con un observatorio a pie del volcán.
Concedió, no obstante, que el análisis de la investigación es correcto en el sentido de que cuando comienza a incrementarse el magma interno en una zona de debilitamiento por avalanchas previas, el peso que se genera, acompañado por otras expresiones, «favorecen un tipo posible de inestabilidad que eventualmente puede llegar a un colapso».
El magma interno activo a dos kilómetros de la superficie fue el responsable de generar ceniza e inestabilidad en sus episodios eruptivos hasta 2015, precisó.
Y según ella, esa fue la naturaleza del artículo, pese a que esas condiciones a día de hoy no se estén cumpliendo.
El volcán que da nombre a la provincia donde se ubica, ha perdido a raíz de esos episodios gran parte de sus glaciares, y únicamente resta alguno en su lado oriental.
En etapas previas la temperatura de algunas partes del mismo llegaron a los 200 grados centígrados, datos que son detectados gracias a sobrevuelos con cámaras térmicas.
«Pero en los últimos tres o cuatro años no hay evidencia de calor ascendente, casi está apagado el cráter el volcán», aclara Mothes.
El volcán únicamente registra diez sismos por semana, un indicador bajo que, sumado a la falta de ceniza o vapor de agua, conduce a pensar a que «va a estar tranquilo probablemente durante años o décadas».
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