El juego de pelota recupera la identidad indígena de Ciudad de México

Por EFE
22 de julio de 2018 5:23 PM Actualizado: 22 de julio de 2018 10:39 PM

Mientras atardece en Ciudad de México, varias personas se quitan la camiseta y los zapatos, se visten con ropajes tradicionales y sostienen un esférico de caucho: comienza el entrenamiento de juego de pelota con el que conectan con sus raíces y recuperan la identidad indígena de la ciudad.

La zona que ocupa la capital mexicana vuelve a disponer de una cancha de juego de pelota mesoamericano, más de 500 años después. Se encuentra en el norteño distrito Azcapotzalco, uno de los más empobrecidos y con más pueblos originarios de la ciudad.

«Es muy importante porque es una zona muy conflictiva y les estamos dando una alternativa de vida y algo diferente para que los vecinos tengan esperanza», cuenta a Efe Juan, coordinador del proyecto Xochikalli, que ha rehabilitado esta zona del barrio para recuperar sus raíces culturales con talleres y actividades.

La pista es una réplica de las ancestrales canchas de juego de pelota, con dos altos muros paralelos coronados con los tradicionales aros de piedra, y solo se diferencia de aquellas por el hecho de estar rodeada por una de las vecindades más grandes de América Latina.

El juego de pelota es mucho más que un simple deporte. Según cuentan los participantes, es un lleno de filosofía y espiritualidad que busca representar con el cuerpo la energía y el movimiento del cosmos.

Pero el partido no puede comenzar sin antes llevar a cabo un rito bajo los últimos rayos de sol, acompañado de incienso, el sonido de los tambores y el ulular de conchas marinas.

Varias personas participan en un juego de pelota mesoamericano el 12 de julio de 2018, en el distrito de Azcapotzalco, en Ciudad de México (México). EFE/Mario Guzmán

El encargado de conducir el ritual y mantener la disciplina, el control y el respeto entre los jugadores es el «guardián», un rol que en esta cancha es ejercido por Emanuel, vestido con ropajes negros y adornado con amuletos.

«La pelota es el movimiento, la energía que va de un lado al otro. La idea es mantener el flujo constante de la energía en la cancha», cuenta.

Más allá de su significado filosófico, el juego de pelota cuenta con un conjunto de reglas y disciplinas propias de un deporte. La versión que practican en Azcapotzalco es la de cadera, en que solo puede golpearse la pelota con esta parte del cuerpo.

Mientras atardece en Ciudad de México, varias personas se quitan la camiseta y los zapatos, se visten con ropajes tradicionales y sostienen un esférico de caucho: comienza el entrenamiento de juego de pelota con el que conectan con sus raíces y recuperan la identidad indígena de la ciudad. EFE/Mario Guzmán

Ollin, promotor cultural y entrenador, cuenta que el objetivo del partido es sobre todo «jugar la pelota» y divertirse, aunque se anotan puntos cuando uno de los equipos, formado por unas cuatro personas (el número puede variar), consigue pasar la pelota al área del otro.

Meter la pelota por el aro, que se encuentra a más de tres metros de altura, supone la victoria inmediata.

La pelota es de caucho y pesa más de tres kilos, por lo que «hay que entrenar mucho y generar clasificación», cuenta Ollin.

«El golpe en la cadera es doloroso y hay que ser preciso porque la pelota puede golpearnos más arriba y dejarnos sin aire o golpearnos en la zona del muslo y lastimarnos», advierte.

«Este espacio es único porque es la primera escuela en todo México creada para la mexicanidad y la cultura; y es el primer juego que se construye en la Ciudad de México desde hace más de 500 años», cuenta satisfecho el guardián.

En una tarde reciente acudieron al entrenamiento abierto al público dos niñas y un niño llenos de curiosidad para aprender este juego ancestral, que practican con pelotas blandas para no lastimarse.

«Es un orgullo y una felicidad muy grande el hecho de que se está jugando otra vez este deporte que era algo común en todas las culturas de Mesoamérica. Para nosotros es muy especial, esperanzador y mágico», dice sonriente Ollin.

Gracias a esta iniciativa ya no basta con rememorar el juego paseando por las turísticas runas arqueológicas de Chichen Itzá, sino que se puede vivir en piel propia en plena Ciudad de México.

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