Uno de los elementos más devastadores de la pandemia ha sido la imposibilidad de cuidar personalmente a los seres queridos que han enfermado.
Una y otra vez, los familiares en duelo han testificado que la muerte de sus seres queridos fue mucho más dolorosa porque no pudieron sostener la mano de su ser querido, para brindarle una presencia familiar y reconfortante en sus últimos días y horas.
Algunos tuvieron que dar su último adiós a través de las pantallas de los teléfonos inteligentes que sostenía el personal médico. Otros recurrieron a los walkie-talkies o a saludar a través de las ventanas.
¿Cómo se puede aceptar la abrumadora pena y el sentimiento de culpa ante la idea de que un ser querido muera solo?
No tengo una respuesta a esta pregunta. Pero el trabajo del Dr. Christopher Kerr, coautor del libro “Death Is But a Dream: Finding Hope and Meaning at Life’s End” («La muerte no es más que un sueño: Encontrando la esperanza y el significado al final de la vida») —puede ofrecer algo de consuelo.
Visitas inesperadas
Al inicio de su carrera, Kerr se encargaba, como todos los médicos, de los cuidados físicos de sus pacientes. Pero rápidamente observó un fenómeno al que las enfermeras experimentadas ya estaban acostumbradas. Cuando los pacientes se acercan a la muerte, muchos tienen sueños y visiones de seres queridos fallecidos que vuelven para brindarles consuelo en sus últimos días.
Los médicos suelen interpretar estos sucesos como alucinaciones inducidas por los medicamentos o delirios que podrían justificar más medicación o directamente sedarlos.
Pero después de ver la paz y el consuelo que estas experiencias al final de la vida parecían aportar a sus pacientes, Kerr decidió detenerse y escuchar. Un día, en 2005, una paciente moribunda llamada Mary tuvo una de esas visiones: Empezó a mover los brazos como si estuviera meciendo a un bebé, arrullando a su hijo que había muerto en la infancia décadas atrás.
Para Kerr, esto no parecía un deterioro cognitivo. Se preguntaba si las propias percepciones de los pacientes al final de la vida eran importantes para su bienestar de una forma que no debería preocupar únicamente a las enfermeras, los capellanes y los trabajadores sociales.
¿Cómo sería la atención médica si todos los médicos se detuvieran a escuchar también?
Comienza el proyecto
Al ver que los pacientes que estaban muriendo se acercaban y llamaban a sus seres queridos —a muchos de los cuales no habían visto, tocado o escuchado durante décadas— comenzó a recopilar y grabar testimonios de las personas que estaban muriendo. A lo largo de 10 años, él y su equipo de investigación registraron las experiencias al final de la vida de 1400 pacientes y familiares.
Lo que descubrió lo asombró. Más del 80 por ciento de sus pacientes —sin importar su condición, origen o edad— tuvieron experiencias al final de la vida que parecían implicar algo más que sueños extraños. Eran vívidos, significativos y transformadores. Y siempre aumentaban su frecuencia cerca de la muerte.
Estas incluían visiones de madres, padres y parientes perdidos hace tiempo, y también mascotas muertas que volvían para tranquilizar a sus antiguos dueños. Se trataba de relaciones resucitadas, amor revivido y perdón logrado. A menudo traían tranquilidad, apoyo, paz y aceptación.
Convertirse en una tejedora de sueños
La primera vez que escuché hablar de la investigación de Kerr fue en un establo.
Estaba ocupada limpiando el establo de mi caballo. Los establos estaban en la propiedad de Kerr, así que a menudo hablábamos de su trabajo sobre los sueños y visiones de sus pacientes moribundos. Me habló de su charla TEDx sobre el tema, así como del proyecto de libro en el que estaba trabajando.
No pude evitar sentirme conmovida por el trabajo de este médico y científico. Cuando me reveló que no estaba avanzando en la redacción, me ofrecí a ayudarle. Al principio dudó. Yo era profesora de inglés y experta en desmenuzar las historias que otros escribían, no en escribirlas yo misma. A su agente le preocupaba que yo no fuera capaz de escribir de forma accesible para el público, algo por lo que los académicos no son precisamente conocidos. Insistí, y el resto es historia.
Esta colaboración fue la que me convirtió en escritora.
Me encomendaron la tarea de infundir más humanidad a la notable intervención médica que representaba esta investigación científica, para ponerle un rostro humano a los datos estadísticos que ya se habían publicado en las revistas médicas.
Las conmovedoras historias de los encuentros de Kerr con sus pacientes y sus familias confirmaron cómo, en palabras del escritor francés del Renacimiento Michel de Montaigne, «quien debía enseñarle a los hombres a morir al mismo tiempo les enseñaba a vivir».
Una de esas historias de visiones de consuelo es la de Robert, que estaba perdiendo a Bárbara, su esposa durante 60 años. Le asaltaban sentimientos contradictorios de culpa, desesperación y fe. Un día, inexplicablemente, la vio alcanzar al hijo que habían perdido décadas atrás, en un breve lapso de sueño lúcido. A Robert le llamó la atención el comportamiento tranquilo de su mujer y su sonrisa de felicidad. Fue un momento de pura plenitud, que transformó su experiencia del proceso de la muerte. Bárbara vivía su fallecimiento como un momento de amor recuperado, y verla aliviada le dio a Robert algo de paz en medio de su irremediable pérdida.
Para las parejas de ancianos a las que Kerr atendía, estar separados por la muerte tras décadas de unión era sencillamente insuperable. La historia de Joan y sus sueños y visiones recurrentes son un ejemplo. Estas experiencias le ayudaron a reparar la profunda herida que le dejó el fallecimiento de su marido meses antes. Ella le llamaba por la noche y señalaba su presencia durante el día, incluso en momentos de plena y articulada lucidez. Para su hija Lisa, estos sucesos le hacían saber que el vínculo de sus padres era inquebrantable. Los sueños y visiones de su madre antes de la muerte le ayudaron a Lisa en su propio proceso de aceptación —un elemento clave para procesar la pérdida.
Cuando los niños mueren, generalmente aparecen sus queridas mascotas fallecidas. Jessica, de trece años, que se estaba muriendo de una forma maligna de cáncer óseo, empezó a tener visiones de su antiguo perro, Shadow. Su presencia la tranquilizó. «Estaré bien», le dijo a Kerr en una de sus últimas consultas.
Para la madre de Jessica, Kristen, estas visiones —y la tranquilidad que le dieron a Jessica— ayudaron a iniciar el proceso al que se había resistido: el de dejar ir.
Aislado pero no solo
El sistema de salud es difícil de cambiar. Sin embargo, Kerr espera ayudar a los pacientes y a sus seres queridos a recuperar el proceso de morir, pasando de un enfoque clínico a uno que se aprecie como una experiencia humana enriquecedora y única.
Los sueños y las visiones previos a la muerte ayudan a llenar el vacío que, de otro modo, pueden crear la duda y el miedo que evoca la muerte. Ayudan a los moribundos a reencontrarse con los que han amado y perdido, los que les han asegurado, afirmado y aportado paz. Estos sueños y visiones curan viejas heridas, devuelven la dignidad y recuperan el amor. Conocer esta paradójica realidad ayuda también a los afligidos a sobrellevar el duelo.
Mientras los hospitales y las residencias de ancianos todavía no permiten visitas debido a la pandemia del coronavirus, puede ser útil saber que los moribundos rara vez hablan de estar solos. Hablan de ser queridos y de volver a estar juntos.
No hay nada que sustituya el hecho de poder abrazar a nuestros seres queridos en sus últimos momentos, pero puede servir de consuelo saber que estuvieron acompañados.
es profesora de inglés en la Universidad de Buffalo. Este artículo se publicó por primera vez enÚnase a nuestro canal de Telegram para recibir las últimas noticias al instante haciendo click aquí
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