El concepto de una «extrema izquierda» en contraposición a una «extrema derecha» es falso. Los sistemas que se ubican en los dos extremos del espectro, incluido el socialismo y el nazismo, tienen todos su raíz en el comunismo. Y todos ellos creen en los mismos conceptos comunistas clave, como el colectivismo de Estado, la economía planificada y la lucha de clases.
Todos ellos fueron simplemente interpretaciones diferentes del marxismo, formado justo antes de la Primera Guerra Mundial, en un tiempo en el que la materialización de las ideas de Karl Marx fracasó y los comunistas tuvieron que comenzar de cero.
Antes de introducirnos en la historia de estos sistemas divergentes, primero necesitamos entender la ruptura entre el socialismo y el comunismo.
El socialismo se describe en la teoría de Marx de las cinco etapas de la civilización. Luego de ayudar a encuadrar el concepto de «capitalismo» como una sociedad donde la gente puede comerciar libremente, Marx profetizó que luego del capitalismo, vendría una etapa de «socialismo», seguida de «comunismo».
El socialismo fue la etapa que Vladimir Lenin describió como el «monopolio estatal-capitalista», en el cual una dictadura se adueña de todos los medios de producción.
La idea es que un régimen comunista usa el poder absoluto de la «dictadura del proletariado» socialista, para destruir todos los valores, todas las religiones, todas las instituciones y todas las tradiciones; lo cual teóricamente conduciría a la «utopía» comunista.
En otras palabras, el socialismo es el sistema político, y el comunismo es el objetivo ideológico. Por esta razón los seguidores del comunismo argumentan que nunca se alcanzó el «verdadero comunismo». El sistema ha fracasado en destruir completamente la moral y la creencia humana, aunque se haya cobrado las vidas de más de 100 millones de personas en los últimos 100 años.
«Antes de la Revolución Rusa de 1917, ‘socialismo’ y ‘comunismo’ eran sinónimos», dice Bryan Caplan, en el capítulo sobre comunismo de la «Enciclopedia Concisa de Economía». Caplan es profesor asociado en economía en la Universidad George Mason.
«Ambos se referían a los sistemas económicos en los cuales el gobierno se adueña de los medios de producción», sigue Caplan. «Los dos términos divergen en significado en gran medida como resultado de la teoría y práctica política de Vladimir Lenin».
Por supuesto, el fracaso de las predicciones de Marx fue también lo que hizo surgir las muchas interpretaciones del comunismo que emergieron después de la Primera Guerra Mundial; entre ellos el leninismo, el fascismo y el nazismo.
Mientras el mundo hervía en el tumulto que condujo a la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918, muchos comunistas se refugiaron en las palabras de Marx, quien en el «Manifiesto Comunista» de 1848 dijo: «Trabajadores del mundo, uníos».
Así todo, los trabajadores del mundo no se unieron, al menos no como lo envisionó Marx. En vez de marchar con el comunismo, en gran parte marcharon detrás de sus respectivos reyes y países.
Además, la vida de los trabajadores mejoró bajo el capitalismo, contradiciendo las predicciones de Marx que vaticinaban que serían peores. Entonces, cuando surgió la revolución comunista, no sucedió en las sociedades «capitalistas en su última etapa», que en ese tiempo eran Gran Bretaña y Alemania, sino que sucedió en Rusia. Y en vez de que la Revolución Bolchevique fuera del «proletariado» contra la «burguesía», como predijo Marx, fue el ejército y el espionaje contra el sistema feudal ruso de los zares.
Esta serie de eventos refutó en gran parte las predicciones de Marx y obligó a los comunistas de la época a repensar todo de cero, como lo nota el autor bestseller Dinesh D’Souza en su libro: «La gran mentira: Exponiendo las raíces nazis de la izquierda americana».
Luego de Lenin, la siguiente revisión comunista en pisar el escenario mundial nació de la mano de Benito Mussolini, quien aprendió de la Primera Guerra Mundial la lección de que el nacionalismo es más unificador que la idea de una revolución de los trabajadores. Él entonces reacondicionó al marxismo en su nuevo sistema de fascismo, usando el principio colectivista «fasci», que se refiere a un manojo de palitos que refuerzan el mango de un hacha.
Mussolini explicó el concepto en su autobiografía de 1928, en la cual dice: «El ciudadano en el Estado fascista ya no es más un individuo egoísta que tiene el derecho antisocial de rebelarse contra alguna ley de la Colectividad».
Según «Rusia bajo el régimen bolchevique» de Richard Pipes, «No hubo socialista europeo prominente antes de la Primera Guerra Mundial que se haya parecido más a Lenin que Benito Mussolini. Como Lenin, él lideró el ala antirevisionista del Partido Socialista del país; como él, creía que el trabajador no era por naturaleza revolucionario y tenía que ser empujado a la acción radical por la elite intelectual».
Luego, poco después, Adolf Hitler emergió con su nuevo sistema socialista bajo el eslogan «nacional socialismo».
Aprovechando que el pueblo alemán había quedado dividido en nuevas fronteras nacionales establecidas por el armisticio, Hitler usó políticas de identidad para agrupar a sus seguidores.
D’Souza hace notar que las políticas del partido Nazi seguían el modelo comunista. El programa de 25 puntos incluía educación y salud gratuitas, nacionalización de grandes corporaciones y fondos, control estatal de los bancos y el crédito, la división de grandes propiedades de tierras en unidades más pequeñas, y otras políticas similares.
Además, D’Souza dice que «Mussolini y Hitler identificaban ambos al socialismo como el núcleo del Weltanschauung [estilo de vida] nazi y fascista. Mussolini era la figura líder del socialismo revolucionario italiano y nunca dejó de ser leal al socialismo. El partido de Hitler se definía como el defensor del «socialismo nacional».
Como todas las otras ideologías comunistas, Hitler se oponía agresivamente al sistema capitalista tradicional. Tal como Lenin culpaba a los ricos dueños de campos y Mao Zedong culpaba a los propietarios de tierras, Hitler transfirió la culpa a un único grupo de personas: los judíos.
Como dice D’Souza: «el antisemitismo nazi nació del odio de Hitler al capitalismo. Hitler hace una distinción crucial entre el capitalismo productivo, al cual él puede aceptar, y el capitalismo de finanzas, al cual él asocia a los judíos».
El conflicto que tomó lugar más tarde entre los varios sistemas durante la Segunda Guerra Mundial no fue una batalla de ideologías opuestas, sino una pelea sobre cuál interpretación del comunismo prevalecería.
Según «Camino de servidumbre» de F.A. Hayek, «El conflicto entre el partido fascista o nacional socialista y el viejo partido socialista se puede pensar, en gran parte, como la inevitable clase de conflicto entre facciones socialistas rivales».
El actual relato de que el socialismo está de algún modo separado del nazismo y el fascismo, y aún mas, creer que estos conceptos están divorciados de sus orígenes comunistas, se debe al revisionismo histórico y a mucha acrobacia mental.
D’Souza atribuye este cambio de relato a lo que Sigmund Freud llama «transferencia». La idea es que la gente que comete actos terribles suele transferir la culpa a otros, acusando incluso a sus víctimas, de ser lo que ellos mismos son.
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de La Gran Época.
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