Tres años después de la muerte de 24 personas que extraían ilegalmente combustible de un camión cisterna accidentado, no disminuye el robo de hidrocarburos cerca de la comunidad de Palo Mulato, estado mexicano de Tabasco.
La población «no aprendió la lección» y los actos vandálicos para dañar ductos y extraer combustible, siguen, dice a Efe Blanca Zetina, de 64 años de edad, al recordar la tragedia del 24 de marzo de 2015 y sus consecuencias.
Hermila Lázaro tampoco se repone ya que vive endeudada por los gastos fúnebres de los seis integrantes de su familia fallecidos aquel día, cuatro hijos, su nuera y un nieto.
Ese día, un vehículo que transportaba gasolina volcó cerca de Palo Mulato, municipio de Huimanguillo, y decenas de pobladores acudieron con bidones a retirar combustible cuando ocurrió una fuerte explosión.
Dos personas murieron en el lugar del accidente y al paso de los días, la cifra llegó a 24 fallecimientos, además de decenas de heridos entre ellos niños que tienen cicatrices por quemaduras en hasta el 80 % en el.
Zetina asegura que aunque «no se puede hablar porque la gente está amenazada. Todavía se vende (gasolina) a escondidas, pero no como antes».
Constantemente la Marina, el Ejército y la Policía Federal asestan golpes pequeños y localizan tomas clandestinas de grupos criminales que no bajan la guardia.
En un recorrido, Efe atestiguó que sigue el trasiego de hidrocarburo ilegales, llamado popularmente huachicol, y los actos vandálicos en ductos de la paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex).
Se observaron varios puntos de venta clandestina de gasolina a orilla de carretera y los bidones vacíos que cuelgan de un horcón (palo de madera), llantas con conos y franela roja que indican un sitio ilegal.
Habitantes de comunidades como el Corcho, el Hormiguero, el Zapotal y San Miguel, no olvidan el drama del 26 de marzo del 2015, como no lo hacen José Vargas y Alicia Cruz, dos de los sobrevivientes de la explosión.
Vargas tenía 15 años cuando tomó los bidones y corrió con su padre y hermano al sitio del accidente del camión cisterna que aquella tarde se había volcado en la carretera Villahermosa – Coatzacoalcos.
Chepe, como le dicen en el Zapotal, perdió a su padre y a su hermano y el mismo sufrió quemaduras en el 80 % del cuerpo, le amputaron sus piernas y, por si fuera poco, su madre lo abandonó.
Ahora Chepe vive solo en su vivienda y resuelve sus actividades cotidianas con la ayuda de una motocicleta que opera con gran destreza pese a su discapacidad.
«De mi parte y de corazón me queda decirles que piensen en la vida de sus familias, en la condición que se encuentran y dejar de hacerlo (robo de gasolina) porque pueden ocasionar algo más grande», dijo a Efe Vargas, quien considera que hay personas que si tomaron la lección.
«La mayor parte sí pero algunos no valoran su vida y les da igual seguir con lo mismo», afirmó.
Ahora, teme otro desastre porque la zona en la que vive, es el centro de operaciones de grupos criminales que constantemente perforan tomas clandestinas de gasolina en la red de ductos, que pasan por los municipios de Cárdenas, Cunduacán y Huimanguillo.
A José, la clínica Shriners Hospitals de Galveston, Texas, Estados Unidos, dejó de ofrecerle tratamiento al cumplir la mayoría de edad y él abandonó hace dos años sus cuidados y medicamentos por falta de recursos económicos.
Alicia Cruz, de 17 años, suspendió su tratamiento en el mismo hospital en Galvestón por falta de visado de Estados Unidos y de recursos, aunque a diferencia de José Vargas, ella dice estar recuperada y feliz.
Ella tiene quemaduras en el 60 por ciento de su cuerpo, su rostro, sus piernas y brazos muestran la huella de aquel aciago día.
Como toda mujer, Alicia cuida su aspecto personal, todas las mañanas se embellece para ir a la Iglesia y dar gracias por un día más de vida.
Su condición, no le permite estar más de dos horas expuesta al sol, le causa molestias en su piel y prefiere la noche para divertirse los fines de semana.
«Ya asimilé lo que pasó, tampoco me puedo aferrar, así como estoy, debo superarme y vivir mi vida como pueda, no puedo echar el tiempo atrás, debo ser feliz a como estoy», sostuvo.
San Miguel, una pequeña población de 1,495 habitantes, fue testigo del desfile de féretros al cementerio local, donde se sepultaron los 24 muertos que dejó la tragedia.
Para José Cruz, panteonero del pueblo, ésta ha sido «la peor desgracia» que sufrió Tabasco y recordó que en aquellos días, los albañiles no se daban abasto y en las iglesias los servicios fúnebres no paraban.
«Desfilaron durante un mes los muertos, los albañiles no se daban abasto para hacer tantas bóvedas, fue mucha la desgracia, las Iglesias estaban a lo máximo en sus servicios», recordó.
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