Hace apenas un mes que Manuel (nombre ficticio) salió de la cárcel y lo hizo como exmiembro de la Salvatrucha salvadoreña, la MS-13, tras un proceso de reflexión que le ha llevado a abandonar una de las bandas más peligrosas del planeta. «En la mara solo tenemos miedo a Dios», revela.
Ya antes de salir de prisión, Manuel empezó a escribir a mano su historia. Sigue haciéndolo este día, también a mano, sin un ordenador que le facilite poner orden en ese torrente de palabras con las que quiere contar un pasado que asume, pero al que no quisiera volver.
Mientras, aceptó relatar a Efe su paso por la mara, pero pidió reservar su identidad. Y no es extraño, porque ni en la MS-13 ni en cualquier otra organización de este tipo se perdona fácilmente la traición.
El hombre que intenta rehacer su vida en España nació en plena guerra civil de El Salvador, una dura contienda que se prolongó doce años, de 1980 a 1992.
Huyendo de ella, muchos salvadoreños se instalaron en Estados Unidos -la «meca de la pandillas», según Manuel- y fue en este país donde se crearon las maras MS-13 y M-18. Nacieron rivales y continúan siéndolo.
Manuel nació en 1982. La familia de su padre apoyaba a un bando y la de su madre al contrario. Nada diferente a lo que ocurre en casi todas las guerras civiles.
Rechazado por su padre, que siempre negó ser su progenitor, Manuel todavía recuerda las calles plagadas de cadáveres «quemados, descuartizados, ametrallados». «Te haces con ese paisaje, lo llegas a ver normal», reconoce en su conversación con Efe. Y va más lejos: «la guerra te enseña a odiar».
Durante diez años fue hijo único. Luego nació su hermano y «mi padre me hizo a un lado», prosigue en su relato.
Entre tanto, el entonces gobierno salvadoreño reclutaba a niños («los secuestraba», cree Manuel) y los adiestraba en el uso de las armas. «Con doce años sabían armar o desarmar un fusil». Cuando sus padres conseguían rescatarlos, les enviaban a Estados Unidos, «el país de los sueños y de la libertad», y allí crearon las maras (palabra que procede de marabunta).
«Enamorarse» de la mara
Pero Manuel seguía en El Salvador. Con diez años su padre le echó de casa y se convirtió en «el perro faldero» de su tío, un hombre curtido por la guerra, miembro de la MS-13 y al que acompañaba en el negocio de la droga que entraba a Honduras desde Colombia.
«Mi tío no me dejaba entrar en la mara, pero yo me enamoré de ella», afirma Manuel, que aún muy joven, y por ser sobrino de quien era, tenía dinero y era respetado. «Los demás me tenían miedo», recuerda.
Aún así, su tío no quería que fuera «brincado», es decir, que diera el salto para ingresar en la MS-13. Para entrar, explica Manuel, es necesario superar un cruel rito de iniciación. Una vez dentro, resalta, solo puedes salir de dos maneras: «con los pies por delante, o sea muerto, o convirtiéndote a Dios».
Las cosas no le salían tan bien como quería. «Mataron a mi amor», se lamenta. La propia mara lo hizo. Metido de lleno en negocios ilícitos, otros intentaron matarle a él. Había que largarse.
Y lo hizo. Se fue a Estados Unidos, en concreto a California. Debía acogerle un familiar, pero no pudo ser. Así que se tiró a la calle y contactó con la «clica» (célula) de la MS-13. Empezó a ganarse un nombre.
Por supuesto, perpetró algunas acciones porque tenía que demostrar que estaba capacitado para «dar el salto».
Se trasladó a Boston y trabajó en un prostíbulo en labores de limpieza por 250 dólares al mes, más propinas. Allí conoció a un salvadoreño y a clientes de las chicas que eran miembros de la mara. Era como «una aparición», porque por fin podía dar de comer al «gusanillo» que llevaba dentro.
Ganarse las letras
Sólo tenía 17 años, pero ya no le mandaba nadie. Sin embargo -continúa su relato- aún no había sido «brincado», o lo que es lo mismo, no era un miembro de pleno de derecho de la MS-13.
«Este niño quería sus letras». Quería tatuarse en la espalda las letras M y S de la mara, porque eso es «lo que te da poder, respeto, mujeres….».
Para ello, hay que matar, y si es a un miembro de la banda enemiga, la 18, mejor que mejor.
«No supo gatear y quería correr». Así explica Manuel metafóricamente sus deseos por llegar a ser alguien dentro de la banda.
Recorrió muchas «clicas», incluso la del Bronx de Nueva York. Estaba bien metido y solo pensaba en «alimentar a la bestia», es decir, «en matar a un 18».
Todas las «clicas» se le quedaban pequeñas, pero llegó a la de Houston, donde se podía ejercer más violencia porque, además, había menos control policial.
Su actividad delictiva iba creciendo, hasta el punto de que en Estados Unidos la Fiscalía llegó a pedir para él 100 años de cárcel por asesinato premeditado. Ganó el juicio por falta de pruebas y quedó en libertad.
Volver a casa
Salió de prisión, pero fue deportado a su país, al que llegaría -pensó- con todos los honores. Al fin y al cabo se había ganado las letras.
Sin embargo, en El Salvador la violencia campaba a sus anchas. «Allí matar era libre», relata Manuel, y «allí yo no era nadie».
Así que intentó hacer una vida más normal, trabajando por la mañana y estudiando por la tarde. Pudo incluso «comprar» el título de uno de los grados. Y por la noche «vacilaba» con la mara bajo la «protección» de su tío, al que habían matado «de 200 tiros», pero «aun muerto, me seguía protegiendo».
Manuel tuvo una hija y conoció al padre Toño, un sacerdote español que le planteó. «¿Quieres llevar a tu hija de la mano al colegio o que tu hija te lleve flores al panteón?».
El sacerdote le ayudó a conseguir los pasaportes para viajar a España. Primero lo hizo Manuel y dos meses después su mujer y su hija de 6 meses.
No soportó que en la parroquia del barrio de Chamartín donde le acogieron le pusieran «a rezar» y se tiró a la calle a repartir publicidad. Fue entonces cuando comenzó a hacerse preguntas sobre su vida y su futuro. «Me di cuenta de que lo que había hecho no era un juego», enfatiza.
Sin embargo, la vida le llevó otra vez a la mara. Fue de casualidad, pero conoció a salvadoreños que vivían en España y que querían organizarse. Barcelona, Alicante, Ibi, Madrid, Sevilla…. La MS-13 había extendido sus tentáculos hasta España y actuó hasta que en 2014 fue prácticamente desmantelada por las fuerzas de seguridad tras varios golpes policiales anteriores.
La salida
En uno de ellos cayó Manuel. Ingresó en prisión y fue clasificado como recluso de especial peligrosidad.
Se separó de su mujer y luchó para que le clasificaran en segundo grado, le trasladaran de cárcel y le permitieran hacer un trabajo remunerado. Lo consiguió.
Luego pasó al tercer grado y hoy ya está en libertad. Sigue escribiendo porque quiere que, más allá de su historia, se conozca la de un movimiento pegado a la reciente historia de su país.
Historias de convicción
Trabajó para la mafia y fue un adicto durante décadas, al fin se libera con ayuda de la meditación
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