El totalitarismo del siglo XX estuvo dominado por dos ideologías: el comunismo y el fascismo. Para consternación de los que creen que el comunismo es la antítesis del fascismo, estas ideologías son dos caras de la misma moneda.
Ambas se basaban en el control absoluto de todos los aspectos de la sociedad, desde el económico hasta el social. El hecho de que el comunismo controle directamente los medios de producción mientras que el fascismo lo haga indirectamente a través de los impuestos y regulaciones, es discutible en el mejor de los casos. Del mismo modo, los comunistas pueden haberse concentrado en la clase [social] mientras que los fascistas se concentraron en la raza, pero ambos usaron la conciencia colectiva hacia los del otro lado y subordinaron al individuo ante el Estado.
En la segunda mitad del siglo XX, el fascismo fue desacreditado por completo y derrotado como ideología, convirtiéndose en el peor de todos los peyorativos políticos. En contraste, la Segunda Guerra Mundial llevó al comunismo a apoderarse de toda Europa Oriental y los Balcanes, invadiendo hasta la parte oriental de Alemania. En un mundo de post-Guerra fría, una nueva ideología ha pasado a la vanguardia de la escena mundial: el globalismo.
El globalismo no es un nombre adoptado voluntariamente por quienes lo respaldan, a diferencia de los comunistas o fascistas que se enorgullecían abiertamente de su identidad. Sin embargo, es una etiqueta útil para describir el nuevo orden “internacionalista” que apareció en la última década del siglo XX y que fue cobrando impulso a medida que avanzaba el siglo XXI.
Cuando terminó la Guerra Fría, esta nueva ideología no se anunció al mundo de la misma manera que el comunismo y el fascismo. Esta sutileza es, quizás, su rasgo más insidioso.
Comunismo y fascismo combinados
El globalismo es una ideología híbrida: ni comunismo ni fascismo, sino la combinación de elementos de ambos. Económicamente, es una forma de fascismo, derivado de la estructura corporativista de los regímenes fascistas del siglo XX.
Los fascistas aprendieron de la hambruna y la escasez en la Rusia soviética que llevó a la Nueva Política Económica de Vladimir Lenin de 1921 –también diseñada para pacificar la rebelión del mismo año. Los fascistas usaban a las corporaciones como delegados para controlar la economía: los impuestos y la regulación eludían los riesgos asociados con la propiedad legal de una empresa, evitando así los problemas que experimentaron los comunistas al poseer los medios de producción.
El fascismo es una forma de socialismo, aunque diferente en su aplicación al comunismo. Desgraciadamente, los simpatizantes comunistas intentaron negar que este sea el caso. Lo hicieron cambiando la definición de socialismo. Del mismo modo, nadie puede ser considerado de izquierda si no es comunista. El resultado final de este revisionismo es que: los que no defienden todos los aspectos del Manifiesto Comunista no pueden ser socialistas ni de izquierda.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, hubo un debate sobre si el mejor camino a seguir para los socialistas era el comunismo o el fascismo.
Un panfleto nazi de 1926 titulado “Reflexiones sobre las tareas del futuro” decía: “¡Somos socialistas, enemigos, enemigos mortales del actual sistema económico capitalista con su explotación de los económicamente débiles, con su injusticia salarial, con su evaluación inmoral de los individuos según la riqueza y el dinero en lugar de la responsabilidad y el logro, y estamos decididos en toda circunstancia a abolir este sistema!” Sería fácil confundir esto con una proclamación marxista.
Dejando de lado que algunos nunca aceptarán que el fascismo es una forma de socialismo, sin duda podemos ver cuán dispuestas están las corporaciones a colaborar con los gobiernos hoy en día, creando una puerta giratoria entre las élites de las más altas esferas del Estado y de los negocios.
Este tipo de acuerdo mutuamente beneficioso se denomina a veces “fascismo corporativo”, en el que las grandes empresas aplican políticas económicas estatales y, lo que es más importante, recaudan ingresos públicos. Esta relación puede yuxtaponerse a la de los señores feudales que recaudaban impuestos en nombre de la monarquía, beneficiándose de una estrecha relación con la corte real.
Marxismo cultural
Debido a que el comunismo sistemáticamente deriva en la liberalización económica para evitar el colapso total, el globalismo adopta las políticas económicas mucho más pragmáticas del fascismo. Socialmente, sin embargo, el globalismo rechaza totalmente esta ideología. Siendo de naturaleza internacionalista, el globalismo se opone totalmente al nacionalismo, ya sea cívico o étnico, y por lo tanto está a la par del comunismo en este sentido.
El fascismo se asocia típicamente con el nacionalismo, pero dado que busca la expansión más allá de las fronteras de una nación, es más como una forma étnica o racial de internacionalismo. El internacionalismo persigue precisamente el mismo objetivo expansionista, aunque sin hacer hincapié en la raza o la etnia.
El fascismo aspira a una “raza dominante” que gobierne el mundo. Para el comunismo, es un “hombre nuevo” que trasciende la nación, la religión o la clase económica.
El globalismo es una ideología postmoderna que busca un mundo donde las distinciones biológicas y culturales ya no existan, y por lo tanto es un producto del pensamiento marxista conocido como “marxismo cultural”.
Como podemos ver, el globalismo proviene de la misma escuela social de pensamiento que el comunismo, aunque permanece firmemente en el campo económico fascista. Esto crea una combinación tóxica que diezma la cultura y la tradición. El globalismo paraliza las economías a escala nacional y local, y las reemplaza por monopolios corporativos que hacen que los países sean interdependientes y débiles.
En este contexto económico, la globalización fue estableciendo gradualmente organizaciones supranacionales e intergubernamentales como la Unión Europea y las Naciones Unidas, expandiéndolas sigilosamente mediante acuerdos que se presentan eufemísticamente como libre comercio internacional.
Socialmente, el globalismo ataca cualquier sentido de identidad a escala nacional. A nivel individual descompone la biología hasta que todo lo que queda es un sentido nihilista del ego. Desprovistas de identidad nacional o individual, las personas son atraídas a un ciclo interminable de pensamiento grupal de justicia social que fomenta la balcanización.
Así, la sociedad se atomiza, se desarraiga y se vuelve completamente vulnerable a la convergencia globalista. Lo vimos cuando Gran Bretaña votó a favor de abandonar la UE, con histéricos arrebatos de los británicos que se sentían más europeos que ciudadanos del Reino Unido.
Ninguna sociedad puede sobrevivir sin una identidad, y ningún individuo puede mantener el equilibrio si no sabe quién es; de ahí la razón por la que el globalismo es una ideología tan destructiva.
Cid Lazarou es un blogger, escritor y periodista freelance del Reino Unido.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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A continuación
Cómo el comunismo busca destruir la humanidad
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