Durante la Dinastía Ming, Yu Liangchen y sus compañeros crearon una comunidad en la que los integrantes hacían buenas obras y se les prohibía matar, visitar prostitutas, maldecir o hablar a espaldas de otros.
Yu dirigió esta comunidad durante muchos años, pero se encontró con muchas desgracias, una tras otra.
Yu se presentó a los exámenes imperiales siete veces pero nunca los aprobó.
Él y su esposa tuvieron nueve hijos —cinco niños y cuatro niñas— pero cuatro niños y las niñas murieron al poco tiempo. El niño que sobrevivió era muy inteligente y tenía dos marcas de nacimiento en la planta del pie izquierdo, y la pareja lo quería mucho. Lamentablemente, a los 6 años, desapareció mientras estaba jugando afuera. La esposa de Yu lloró mucho por la pérdida de sus hijos y finalmente se quedó ciega.
Además, en ese momento la familia vivía en la pobreza.
Yu se preguntó por qué fue castigado con un destino tan horrible cuando nunca había cometido ninguna maldad.
Un visitante inesperado
Una noche, cuando Yu tenía 47 años, escuchó que llamaban a la puerta. Había un anciano afuera. Después que Yu lo invitó a entrar, el anciano le explicó que había venido a visitarlo porque sabía que la familia se sentía deprimida.
Yu se dio cuenta que la forma de hablar del hombre no era la de un mortal ordinario, así que lo trató con profundo respeto. Le dijo a su invitado que había estudiado mucho y hecho buenas acciones toda su vida, pero que aún así tenía una vida horrible.
«He sabido de tu familia desde hace mucho tiempo», dijo el invitado. «Tienes demasiados pensamientos malvados, te quejas y persigues fama y has deshonrado al Emperador de Jade. Me temo que te espera un castigo aún mayor».
Atónito, Yu preguntó: «Sé que las buenas y malas acciones de una persona se registran detalladamente. Juré hacer el bien a los demás y controlé mi comportamiento. ¿Cómo he estado persiguiendo fama?».
«Dices que no matas, pero constantemente cocinas cangrejos y langostas en tu cocina. Dices que cuidas tus palabras, pero siempre eres sarcástico, enojando a muchos dioses. Dices que no usas prostitutas, pero tu corazón se mueve cuando ves mujeres hermosas», respondió el viejo.
«Es aún peor que afirmes que te dedicas a hacer buenas obras. El Emperador de Jade envió un mensajero a revisar tus registros, y no has hecho una sola buena acción en muchos años».
«Al contrario, tus pensamientos están llenos de codicia, lujuria y celos. Te elevas a ti mismo a través del menosprecio de los demás. Quieres vengarte siempre que piensas en el pasado. Con una mente tan maliciosa, no puedes escapar del desastre. ¿Cómo te atreves a orar por bendiciones?», continuó el invitado.
«Maestro, sabes todo sobre mí. ¡Debes ser un inmortal! ¡Por favor, sálveme!» gritó Yu, preso del pánico.
El anciano le aconsejó: «Espero que puedas abandonar la codicia, la lujuria, los celos y los diversos deseos. No persigas fama y el interés propio. Entonces serás recompensado con bondad». Luego desapareció.
Recompensado con bondad
Al día siguiente, Yu rezó al cielo y juró cambiar. Decidido a eliminar todos los pensamientos impropios, se dio a sí mismo un nombre taoísta: «Pensamiento vacío».
Desde entonces, prestó atención a cada pensamiento y acción. Se aseguró que todas sus acciones, grandes o pequeñas, beneficiaran efectivamente a los demás. Siempre que tenía la oportunidad, le contaba a la gente los principios de la retribución kármica.
A la edad de 50 años, Yu fue contratado como tutor del hijo de Zhang Juzheng, el primer ministro del Emperador Wanli. Yu y su familia se mudaron a la capital, y Yu aprobó los exámenes imperiales al año siguiente.
Un día Yu fue a visitar al eunuco Yang Gong y conoció a los cinco hijos adoptivos de Yang. Uno de ellos —de 16 años— parecía familiar a Yu. Yu se enteró que había nacido en su propia ciudad natal, Jiangling, pero se había separado de su familia cuando accidentalmente abordó un barco de grano cuando era niño.
Yu le pidió al chico que se quitara el zapato izquierdo. Cuando vio las dos marcas de nacimiento en el pie, Yu exclamó, «¡eres mi hijo!»
El eunuco sorprendido se alegró por ellos e inmediatamente envió al chico a la residencia de Yu. Yu rápidamente le contó a su esposa la buena noticia. Ella lloró tan amargamente que sus ojos sangraron. Su hijo le sostuvo la cara con sus manos y le besó los ojos. De repente, regresó su visión.
Yu se sintió abrumado por el dolor y la alegría. Él ya no quería ser un oficial de alto rango y pidió regresar a su ciudad natal. Admirando el carácter moral de Yu, Zhang aprobó su petición y le envió un generoso regalo.
Cuando regresó a casa, Yu trabajó aún más duro para beneficiar a los demás. Su hijo se casó y tuvo siete hijos, que continuaron la tradición de su abuelo. Influenciados por ellos, la gente creía que la retribución kármica era real.
Traducido por Dora Li del chino al inglés, esta historia se reimprime con permiso del libro «Cuentos atesorados de China», Vol. 1, disponible en Amazon.
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