El movimiento por el clima y la justicia social está tratando de pasar de ser una ideología progresista a una herramienta prudente de gestión del riesgo. Esto no solo le permite enmarcar su sombría visión del futuro como una medida de seguridad; también permite a sus adherentes corporativos y de Wall Street afirmar que no están persiguiendo una agenda política a expensas de los accionistas, sino más bien gestionando el riesgo en su nombre.
El FEM expuso el último capítulo de su plan de gestión de crisis en su Informe de Riesgos Mundiales 2023. El informe esboza los riesgos a corto plazo bajo el título «Crisis de hoy» y las amenazas a largo plazo descritas como «Catástrofe de mañana». La lista a corto plazo la encabezan la «crisis del suministro energético», la «crisis del coste de la vida» y la «crisis del suministro alimentario»; a largo plazo, sin embargo, el cambio climático es la principal amenaza.
Subrayando esta narrativa, el ex vicepresidente Al Gore dijo a los asistentes que la cantidad acumulada de emisiones de CO2 en nuestra atmósfera «está atrapando ahora tanto calor extra como el que liberarían 600,000 bombas atómicas de la clase Hiroshima explotando cada día en la Tierra. Eso es lo que está hirviendo los océanos, creando estos ríos atmosféricos y las bombas de lluvia y succionando la humedad de la tierra».
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, repitió estas observaciones, declarando que la producción de combustibles fósiles era «incompatible con la supervivencia humana».
El fundador del FEM, Klaus Schwab, habló en términos más ordinarios, pero declaró no obstante que éste es un momento de «crisis múltiples sin precedentes». El FEM ha designado 2023 como el «Año de la Policrisis».
«Neutralidad en carbono»
El Informe sobre Riesgos Mundiales afirma que la escasez de energía y alimentos, y la consiguiente «crisis del coste de la vida» son consecuencia principalmente de la pandemia del COVID-19 y de la guerra en Ucrania. La solución, dice el FEM, es acelerar la transición de los combustibles fósiles a la energía eólica y solar y alcanzar la neutralidad en carbono en el plazo previsto, lo que ayudará a resolver la escasez, reducir la inflación y estabilizar el clima. Pero algunos se muestran escépticos.
Joel Griffith, investigador de la Heritage Foundation, declaró a The Epoch Times: «Esto es francamente ridículo. Sabemos que la inflación que vemos ahora mismo es una combinación de la impresión masiva de dinero —los bancos centrales han tenido las imprentas a gran velocidad para financiar expansiones masivas del gobierno en los últimos dos años y medio— y el impacto del COVID que mencionaron».
En cuanto al COVID-19, sin embargo, «estos son los líderes mundiales reunidos [en Davos] que abrazaron esos cierres», dijo Griffith. «Afortunadamente, no aplicaron plenamente las emisiones netas de carbono cero; si hubieran aplicado la neutralidad en carbono, la crisis energética habría sido aún peor».
Una encuesta reciente indicaba que el 20% de los estadounidenses afirma tener dificultades este año para pagar sus facturas de electricidad, que han aumentado un promedio de hasta el 23% en comparación con el año anterior. En una de las regiones más afectadas, una empresa de servicios públicos de Massachusetts informó a sus residentes el pasado noviembre de que sus tarifas eléctricas subirían un 64%. La situación es mucho peor en muchos países que no disponen de la abundancia de petróleo, gas y carbón de Estados Unidos.
Hoja de ruta de la transformación
Actualmente, alrededor del 84% de la energía mundial se genera a partir del petróleo, el gas y el carbón. La eólica y la solar, a pesar de décadas de subvenciones y apoyo normativo, siguen representando menos del 5% de la energía consumida. A pesar de las fuertes inversiones para construir capacidad eólica y solar, su naturaleza intermitente significa que solo son utilizables para generar electricidad alrededor de un tercio del tiempo en un año medio.
En contra de las predicciones del FEM, National Geographic reportó en 2021 de que «los desastres relacionados con el tiempo y el clima se han vuelto menos mortíferos con el paso del tiempo». Aunque advertía a los lectores de que la tendencia siempre podría invertirse, el informe admitía que en los últimos 50 años «el número de muertes relacionadas con esos desastres se ha reducido casi tres veces». Analizando las muertes per cápita relacionadas con el clima entre 2000 y 2010, un informe de la Reason Foundation afirmaba que «la tasa de mortalidad mundial por sucesos meteorológicos ha descendido más de un 98% desde la década de 1920».
En cuanto a la «crisis de escasez de alimentos», el FEM publicó un informe conjunto (pdf) con Bain & Company, una consultora de gestión, titulado «Food, Nature, and Health Transitions» (Transiciones alimentarias, naturales y sanitarias), según el cual «los sistemas alimentarios ya no son aptos para su propósito: necesitan transformarse».
«La alimentación y la agricultura son responsables colectivamente de más del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y de más del 80% de la deforestación y la pérdida de biodiversidad en todo el mundo», afirma el informe. En consecuencia, «todos los países deben elaborar y aplicar una hoja de ruta integrada para la transformación de los sistemas alimentarios».
El informe identificaba «Cinco dimensiones del éxito del sistema alimentario», que incluían no solo los objetivos de producir alimentos, sino también la equidad, la biodiversidad, la adaptación al clima y las dietas saludables. Argumentando que los agricultores, los gobiernos y las empresas deben colaborar en esta transformación, el informe señalaba que las dietas también deben cambiar. «Los consumidores de los países con mayores ingresos suelen elegir dietas con un contenido excesivo de alimentos con gran huella medioambiental, como la carne roja», escribió el FEM, argumentando que los gobiernos pueden cambiar los hábitos alimentarios de la población mediante una combinación de impuestos, subvenciones, normativas y «comunicación con los consumidores».
«Riesgo de transición»
Tomándose muy en serio la evaluación del riesgo climático del FEM, el gobierno de Biden ha transformado todos los organismos federales en consonancia con la orden ejecutiva del presidente Joe Biden al asumir el cargo, que establecía: «Es política de mi Administración organizar y desplegar toda la capacidad de sus agencias para combatir la crisis climática». La directiva de Biden declaraba que «nos enfrentamos a una crisis climática que amenaza a nuestra gente y a nuestras comunidades, a la salud pública y a la economía y, crudamente, a nuestra capacidad de vivir en el planeta Tierra».
Esto ha dado lugar a menudo a que las agencias federales se desvíen de su propósito original hacia objetivos que a menudo están fuera de su mandato legal, como la nueva iniciativa del FBI para la «justicia climática». Una de las medidas de mayor alcance es una nueva norma de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por su sigla en inglés), creada para proteger a los inversores cotidianos del fraude bursátil, para luchar contra el cambio climático. La norma exige que todas las empresas que cotizan en bolsa elaboren informes auditados en los que detallen sus emisiones de CO2, las de sus proveedores y las de sus clientes, así como la forma en que prevén mitigar esos riesgos.
Los gestores de activos se basan en normativas gubernamentales como ésta para justificar la opinión de que el «riesgo de transición» es uno de los principales riesgos a los que se enfrentan las empresas en la actualidad. BlackRock justificó la prioridad del riesgo climático en una carta de agosto de 2022 (pdf) dirigida a los fiscales generales de los estados alegando que «gobiernos que representan más del 90% del PIB mundial se han comprometido a pasar a cero emisiones netas en las próximas décadas».
«El riesgo de transición se reduce realmente a la idea de que futuros cambios en la legislación o la regulación, van a reducir el valor de las inversiones», dijo Jonathan Berry, socio de Boyden Gray, a The Epoch Times. «En cierto sentido, el riesgo de transición es un concepto trivialmente obvio: por supuesto, hay que pensar en la posibilidad de futuros cambios legales a la hora de evaluar la conveniencia de una inversión», dijo. «Pero el uso que la SEC y los inversores institucionales hacen de ese concepto apunta siempre a los riesgos de transición que preocupan específicamente a la izquierda progresista».
«Si los riesgos de transición se utilizaran objetivamente, estaríamos oyendo hablar más del riesgo de que Estados Unidos se desvincule de China y de todos los riesgos para las cadenas de suministro que eso va a plantear, en lugar de ir a las emisiones netas de carbono cero», dijo Berry. «Es más fácil imaginar que nos distanciemos más de China que que vayamos a apresurarnos a aplicar realmente los Acuerdos de París».
Lo que el presidente Biden denominó «esta increíble transición» hacia la energía eólica, solar y los coches eléctricos aumentará nuestra dependencia de China, que controla muchas de las minas de las que se extraen minerales y tiene una posición dominante en el refinado de esos minerales y su fabricación en baterías, paneles solares y turbinas eólicas. Los combustibles fósiles, por el contrario, abundan en Estados Unidos y no solo pueden abastecer nuestras necesidades energéticas, sino también los mercados de exportación, donde otros países luchan por satisfacer una demanda cada vez mayor. Esto podría ser una oportunidad, más que un riesgo.
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