El último y, por lejos, el más famoso de los asesinos en las crónicas de Sima Qian es Jing Ke, el hombre que intentó y casi logró matar al rey del estado de Qin, mejor conocido por su rol posterior como conquistador y primer emperador de China.
Los cinco siglos de la Dinastía Zhou de Oriente terminaron con el período de los Estados Combatientes, una época caracterizada por estadistas totalitarios y campañas militares sangrientas que involucraron cientos de miles de hombres.
A fines del siglo III a. C., el estado Qin de China occidental, gobernado por el despiadado rey Ying Zheng, construyó un aparato de guerra imparable y estaba en proceso de dirigirlo a una veloz serie de victorias que derrotarían los últimos obstáculos entre él y el dominio de “todo bajo el Cielo”, es decir, los seis estados restantes de la China feudal.
El príncipe Dan recluta a Jing Ke
Uno de estos obstáculos era el estado de Yan, al noreste de China, ubicado aproximadamente donde hoy es Beijing. Su soberano, el Príncipe Dan de Yan, vio las botas de Qin marchando hacia él y supo que necesitaba una solución. Encontró esa solución en la forma de dos hombres: el general fugado de Qin, Fan Wuji (cuya familia fue ejecutada por deslealtad al rey Qin) y Jing.
Jing Ke era un sabio y un espadachín oriundo del estado de Wei. Wei era una de las incontables tierras abarcadas por Qin, y Jing no tuvo otra alternativa más que huir al estado de Yan, el cual resistía precariamente ante la inminente invasión.
El príncipe Dan estaba desesperado, así como lo estaban los estados independientes restantes. Tal vez, solo tal vez, pensó, si el estado de Qin perdía la cabeza, todo el régimen, construido sobre miedo incuestionable y eterna lealtad a su soberano, se tambalearía o incluso colapsaría, salvando a Yan y otros estados de la inevitable destrucción.
El príncipe de Yan reclutó a Jing Ke, quien se dispuso a planear su funesta misión.
El General Fan Wuji entrega su cabeza por la misión de Jing Ke
Jing Ke tenía que encontrar una manera de llegar al rey de Qin y terminar con su vida. Pero para entrar al área que rodeaba el trono de Ying Zheng no solo eran cuidadosamente inspeccionados los invitados y enviados, sino que los propios guardias del rey estaban bajo estrictas órdenes de no ingresar con armas de ningún tipo.
Afortunadamente, Yin todavía estaba dispuesto a recibir diplomáticos, especialmente cuando traían regalos. Más aún, estaba deseoso de ver a sus enemigos destruidos, residieran estos dentro o fuera de sus límites. El desertor Fan Wuji no era la excepción.
Desde la muerte de su familia, el general Fan estaba consumido por el odio hacia el tirano Qin; de hecho, había superado su voluntad de vivir. Por lo tanto, cuando Jing Ke sugirió que Fan se cortara su propia garganta para que su cabeza pudiera ser presentada a Ying Zheng como tributo, permitiendo así que Jing se acercara y lo matara, el general estuvo de acuerdo casi inmediatamente.
Pero la cabeza de un traidor no sería suficiente ¿dónde escondería su arma Jing Ke? El príncipe de Yan lo ayudó. Tenía un bosquejo de mapa en pergamino que mostraba una serie de territorios fronterizos, aparentemente para entregar a Qin como tributo a cambio de mejores relaciones. Enrollado, el pergamino era el lugar perfecto para esconder una pequeña daga tan filosa que solo deslizándola en la piel podía cortar la carne. Además, estaba cubierta de un potente veneno.
Se enviaron mensajeros y el rey Qin fue informado de las “noticias”: el príncipe Dan de Yan quería hacer las paces, y estaba preparado para probarlo llevando la cabeza del traidor Fan Wuji y concediendo una extensión de tierra.
El rey Ying Zheng aceptó la propuesta, y Jing Ke se puso en marcha hacia el oeste. En el camino cantaba las palabras “los vientos soplan, los ríos hielan. ¡El héroe vadea, nunca regresa!”.
Enfrentamiento en la corte Qin
En la corte de Qin, Jing Ke subió al escenario donde estaba el trono de Ying Zheng. Hasta aquí todo iba bien: no habían encontrado el arma del magnicida. El rey se puso de pie y comprobó que la cabeza que Jing había traído era en efecto la del difunto general Fan.
Luego era hora del mapa.
Jing desenrolló el pergamino de bambú y, repentinamente, al llegar al final, tomó la cuchilla escondida con una mano y extendió la otra para atrapar al rey por el brazo y traerlo hacia él.
Jing Ke agarró las mangas de seda de Ying Zheng. Se rasgaron y el rey retrocedió, sobresaltado.
El rey, fuera de sí, no podía pensar para pronunciar la orden que permitiera a sus soldados subir a la plataforma. Nadie en la corte se atrevía a hacer algo.
El magnicida y el tirano jugaron un corto y funesto juego de gato y ratón que terminó solo cuando, desobedeciendo las órdenes, el médico del rey tiró un bolso con medicinas a Jing Ke. Mientras el asesino vacilaba, una voz desde abajo gritó al rey, haciéndole señales para que sacara su espada, que hasta ese momento había colgado inútilmente en su vaina mientras huía y se agachaba.
Con la espada desenvainada, Ying Zheng recuperó la compostura y atacó a Jing Ke, mutilándolo. Jing arrojó su daga al rey sin resultado. Se rio entre dientes y aceptó su derrota.
Retrocediendo de la conmoción, el futuro emperador de China acuchilló a Jing Ke ocho veces antes de envainar su arma.
El fracaso de Jing significó el fin de Yan y los otros estados que se oponían al reinado de Qin. Con sus líderes embaucados, sobornados y divididos, los seis estados ya tenían sus cabezas enterradas hasta que fue demasiado tarde. En el 221 a. C., el estado de Qin conquistó China y el tirano Ying Zheng se convirtió en Qin Shi Huang Di, el Primer Emperador de Qin, del que deriva el nombre inglés de China.
El régimen de Qin duró solo 15 años, antes de ser desintegrado y reemplazado por la gloriosa Dinastía Han. Las generaciones posteriores recordaron a Jing Ke como un valiente que se enfrentó al tiránico Primer Emperador mientras cumplía con sus deberes.
¿Sabía?
Después de 20 años, muchos aún no saben que millones de personas inocentes son perseguidas por un régimen malvado
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