Hace más de 2000 años la dinastía Han, habiendo unificado China, buscaba expandirse hacia el norte y al oeste para comerciar y asegurar sus fronteras contra los pueblos nómadas que frecuentemente incursionaban en el territorio imperial. El emperador Wu Di, quien reinó entre los años 141 a.C. y 87 a. C., fue conocido por sus campañas militares expansionistas emprendidas para pacificar estas peligrosas y desconocidas tierras y establecer contacto con los pueblos que las habitaban.
Los hombres que participaron en estas expediciones y campañas no sólo se enfrentaron a grandes peligros y riesgos, también dedicaron sus vidas a tales hazañas. Sus cuentos relatan viajes épicos a través de lo que literalmente fue un mundo nuevo para los chinos, para quienes ancestralmente su tierra era “todo bajo el cielo”.
Presentamos aquí dos historias de tales hombres: uno, cuyo viaje conectó a China con los pueblos de Asia Central, y otro, cuya lealtad a su deber imperial resistió dos décadas de cautiverio durante la guerra, hasta obtener la paz con el pueblo Xiongnu, conocido por los chinos como nómadas bárbaros.
Zhang Qian y la búsqueda de los «Corceles celestiales»
En el año 138 a. C el emperador Wu Di despidió un centenar de jinetes en las puertas de Chang’an, la capital imperial. Comandados por Zhang Qian, tenían como propósito buscar pueblos que pudieran ser aliados de China en la lucha contra las tribus Xiongnu, antepasados de los mongoles, quienes con frecuencia invadían la civilización china al sur de la Gran Muralla.
El objetivo principal de Zhang Qian y sus hombres era ponerse en contacto con la próspera y pacífica gente de Yuezhi, quien vivía cerca de lo que hoy es la frontera chino-kazaja. También iban en busca de una raza semidivina de caballos, más fuertes y más rápidos que los disponibles en el Reino Medio. Se esperaba que el llamado Corcel celestial, tan preciada bestia, pudiese ayudar a los chinos a hacer frente a la imponente caballería de los Xiongnu.
El viaje, narrado por el erudito Sima Qian, según “Registros del Gran Historiador”, estuvo lleno de dificultades desde su inicio. Cuando atravesaron las montañas de Tian Shan, la misión china fue interceptada inmediatamente y Zhang Qian fue llevado ante el Gran Khan de los Xiongnu. Zhang Qian y sus hombres fueron retenidos durante 10 años antes de escapar y continuar en su camino hacia la tierra de los Yuezhi.
Los Yuezhi parecieron acoger a la misión China, pero dejaron en claro que no estaban interesados en una empresa militar contra los Xiongnu. Habiendo cumplido su tarea, Zhang Qian y su gente retornaron a Chang’an atravesando el desierto. En el camino, otra vez fueron capturados y encarcelados por los Xiongnu durante un año, antes de su retorno a China en el 125 a. C.
A pesar de haber fracasado en el propósito de conseguir la alianza de la fuerza militar de los Yuezhi como en encontrar los tan anhelados “Corceles celestiales”, la expedición reveló la importancia del comercio y de la diplomacia con los pueblos de Asia Central a los ojos de la corte imperial Han, muchos de los cuales eran pueblos pacíficos poseedores de un alto nivel cultural, como el pueblo Yuezhi.
A medida que la dinastía Han comenzó a comerciar con estos pueblos, los numerosos intercambios que se produjeron establecieron caminos que llegaron hasta el Imperio Romano. Fue en este momento de la historia que la Ruta de la Seda, tal como la conocemos; como un puente entre China y Occidente, realmente llegó a existir. Y exclusivamente cumpliría esta función por más de mil años, hasta la época en que las exploraciones europeas abrieron rutas equivalentes por mar.
El sacrificio de Su Wu y la paz con los Xiongnu
En el año 100 a. C., una generación después de la jornada de Zhang Qian, el emperador Wu Di envió al comandante de la guardia imperial, Su Wu, como emisario ante los Xiongnu. Sus viajes se describen en el “Espejo amplio para la ayuda de la gobernabilidad”, un documento histórico chino del siglo XI.
Al igual que con Zhang Qian una generación antes, la misión diplomática de Su Wu contó con un centenar de hombres. Llevaron regalos para el jefe Xiongnu, quien acababa de tomar el cargo y con quien la corte Han esperaba negociar.
Pero cuando Su Wu fue hacia el noroeste a las tierras Xiongnu, encontró poca apertura para el diálogo. El jefe Xiongnu los recibió con recelo y descortesía, lo que enfureció al lugarteniente de Su Wu, Zhang Sheng. Sin informar a Su Wu, Zhang Sheng conspiró con dos funcionarios Xiongnu para asesinar a un asesor importante y derrocar al jefe local.
La conspiración fracasó, y el complot de Zhang Sheng fue descubierto durante los interrogatorios. Bajo presión, Zhang Sheng se incriminó aún más, a sí mismo y al resto de la misión imperial, antes de ser ejecutado. A pesar de que Su Wu no tenía nada que ver con la conspiración, el jefe de los Xiongnu estaba ya convencido de que los chinos buscaban su caída.
Un consejero influyente, conociendo la capacidad de Su Wu, buscó reclutarlo y hacerlo trabajar para el jefe Xiongnu. El jefe mismo estaba impresionado ante el carácter formidable de Su Wu y le perdonó la vida con la esperanza de obtener su ayuda.
Las siguientes dos décadas fueron una batalla de ingenio entre Su Wu y sus captores, que lo exiliaron a una región desolada cerca del “mar del norte” -Lake Baikal, en lo que hoy es Siberia, Rusia. Allí se enfrentó a menudo con el hambre, sobreviviendo con raíces silvestres y la caza de roedores, pero logró conservar a su equipo imperial, rechazando todas las ofertas de los Xiongnu para convertirse en uno de sus funcionarios.
Como si las condiciones físicas de la reclusión de Su Wu no fuesen suficientes, las noticias procedentes de su tierra eran todavía peores. Durante su exilio siberiano, los Xiongnu enviaron en dos ocasiones a un funcionario para informar a Su Wu de las desgracias que habían ocurrido en China. El gran emperador Wu Di había muerto, y los hermanos de Su Wu, habiendo sido acusados de crímenes, se suicidaron. Su madre había muerto y su esposa se había vuelto a casar.
En el año 81 a. C., después de repetidos intentos, los chinos finalmente hicieron las paces con los Xiongnu. Después de unas cuantas dificultades más, el jefe Xiongnu finalmente acordó liberar a Su Wu. Sosteniendo aún su bastón imperial, y con su cabellera emblanquecida, Su Wu regresó al palacio imperial en Chang’an y fue recibido por el nuevo emperador Han.
A través de los siglos, la relación entre los pueblos nómadas y la civilización china osciló entre la guerra y la paz, la amistad y la adversidad.
La inquebrantable voluntad de Su Wu través de casi dos décadas de humillación en el exilio del desierto del norte, fue celebrado como un testimonio de resistencia de larga duración en el que se funda el carácter general de los chinos, lo que aunque se encuentren con calamidades y penurias sin fin, se aferran a los estándares más altos que los guían a través de las generaciones.
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