Ricardo Dumaran, capitán de barco en la costa de Zambales, al norte de Manila, añora los días en los que podía faenar con calma dentro del Bajo de Masinloc, un idílico atolón de aguas turquesas y abundante pesca que se apropiaron milicias paramilitares de China hace una década.
«Nos tiran agua a presión con cañones y nos bloquean el paso, siempre hay un barco chino en la entrada», cuenta a EFE Dumaran en Cato, un empobrecido asentamiento de pescadores en el límite entre Zambales y Pangasinan, al noroeste de Filipinas.
El conflicto lleva años enquistado, dificultando la vida de los vecinos de la zona, donde es difícil encontrar a alguien que no subsista de las actividades pesqueras, una rutina amenazada por la geopolítica y los crecientes intereses del gigante asiático.
China y Filipinas mantienen una pugna territorial por la soberanía de varias islas y atolones en el mar de China Meridional, que Beijing reclama como propios por «razones históricas», pese a estar a menos de 200 millas del litoral occidental filipino, límite que la ONU estableció como frontera marítima soberana entre Estados.
El mismo Bajo de Masinloc se sitúa a menos de 100 millas de navegación del pueblo en el que vive Dumaran, víctima de una pugna territorial que se extiende hasta el sur de Filipinas, donde Beijing reclama las Islas Spratly.
En 2012, la situación dio un giro de 180 grados para el capitán y sus vecinos: entonces, China, cuyas costas están a más de 500 millas de distancia, invadió el atolón con sus milicias.
Desde entonces, varias de sus embarcaciones custodian la única boca que rompe el perímetro de rocas que dibuja el atolón y boicotean cualquier intento de los pescadores de entrar al caladero, donde la pesca es más abundante y sencilla. «A veces hemos entrado de noche sin que nos vean, pero hace tiempo que no lo hacemos por miedo a los chinos», relata Dumaran.
Víctimas de la geopolítica
En 2016, la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya (CPA) falló a favor de Filipinas en su litigio territorial con Pekín sobre las Spratly, pero China considera el laudo inválido y los Ejecutivos filipinos desde entonces han echado la mirada hacia otro lado para no exasperar a su mayor socio comercial.
China tiene una ambición expansionista que abarca casi la totalidad del mar de China Meridional, por donde circula el 30 % del comercio global y que alberga el 12 % de los caladeros de pesca mundiales, además de yacimientos de petróleo y gas.
Dumaran y sus vecinos se hallan en medio de un pulso por el poder que se dirige desde despachos muy lejos de sus costas, pero que les ha sorprendido en la primera línea de batalla y ha empobrecido sus vidas.
Debido a la intimidación de los buques chinos, estos pescadores tienen que faenar a varias millas de distancia del atolón, por lo que su pesca se ve mermada y la tarea se hace más complicada e incluso peligrosa si se arriesgan a entrar en el Bajo de Masinloc.
Faenas arriesgadas
Los pescadores utilizan precarias embarcaciones artesanales, decenas de «bangkas» (barco, en tagalo) de madera con las que faenan, todas ellas fondeadas en la playa que separa sus humildes casas del océano, empleadas en la orilla por niños que saltan y hacen piruetas desde sus patines.
Prácticamente cada día una de estas bangkas zarpa en dirección al Bajo de Masinloc, donde una formación rocosa brota del océano y ofrece un caladero natural y un refugio contra las tormentas único para los pescadores.
Una travesía de unas 18 horas de navegación que duplica los beneficios que estos marineros recogerían en cualquier otra zona de pesca, pero su acceso se ha vuelto una pesadilla.
Si bien el Bajo de Masinloc era un refugio natural para protegerse de las tormentas, la presencia de los buques chinos les impide poder amarrarse a las rocas durante los fuertes temporales que azotan con frecuencia la región.
«Ya he visto dos de nuestros barcos hundirse al no poder amarrarse donde querían», recuerda Efren Forones, otro pescador de 61 años oriundo del pueblo costero de Masinloc, también en la provincia Zambales y que da nombre al atolón donde lleva faenando desde hace tres décadas.
Entre risas, Forones cuenta cómo miembros de las milicias chinas abordaron su bangka y se llevaron su pesca «para comérsela ellos». Después, recobrando la seriedad, expone su lamento.
«Hemos pescado allí desde hace tantos años, esto es territorio filipino y nos entristece esta situación».
Un actor más en juego: EE.UU.
Aunque hay consenso entre los vecinos en la incomodidad que ha supuesto la presencia de China en la zona, la entrada en juego de otro participante despierta división: Estados Unidos, cuya lucha por contrarrestar la influencia de la segunda economía mundial en el Pacífico también llega a esta zona pesquera filipina.
De acuerdo con la alianza militar de Filipinas con EE.UU., la primera economía mundial planea abrir cinco bases militares temporales en el archipiélago, una de ellas precisamente en Zambales, donde el pasado octubre realizaron unas maniobras militares conjuntas con el Ejército filipino.
Efren Forones piensa que la presencia militar estadounidense en la zona, cuya base naval de Subic se encontraba a menos de 50 kilómetros de Masinloc hasta su cierre en 1992, será buena para ellos, ya que posiblemente haría recular a China.
Sin embargo, Dumaran cree que la situación «enfadaría a los chinos. Sería peor», presagia.
Ambos abogan por que Filipinas defienda su territorio, pero sobre todo esperan que el conflicto no empeore y poder faenar con calma en lo que consideran su atolón. Al margen y a salvo de las tensiones geopolíticas.
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