Para los creyentes religiosos en China, las cosas están yendo rápidamente de mal en peor. Y el Partido Comunista Chino (PCCh) dejó bien en claro que su campaña de “sinización” –convertir a las iglesias en un brazo del Estado– apenas está empezando.
La actual ola de persecución comenzó el mes de febrero del año pasado, cuando se impusieron nuevas y duras restricciones a la actividad religiosa. Desde entonces, siguió aumentando su intensidad, ya que las iglesias y mezquitas fueron destruidas o destrozadas.
Los católicos fueron un objetivo particular, con varios obispos y sacerdotes arrestados y algunos de los santuarios más famosos de China demolidos. Como dijo recientemente un sacerdote clandestino: “El catolicismo en China enfrenta una calamidad”.
A otras congregaciones cristianas tampoco les está yendo mejor. La Iglesia del Pacto de la Lluvia Temprana en Chengdu, por ejemplo, fue atacada el 9 de diciembre. Más de 160 miembros de la congregación fueron arrestados, junto con su pastor, Wang Yi, quien fue acusado de “incitar a la subversión del poder estatal”.
Los musulmanes chinos también están bajo asedio, especialmente las minorías de habla turca del lejano oeste de China. Durante el último año, más de un millón de uigures y kazajos –de una población total de tan solo 10 millones– fueron enviados a campos de reeducación. Allí se les exige que hablen únicamente en chino, se les obliga a comer carne de cerdo y a beber alcohol, y se les dice que todas las religiones no son más que meras supersticiones.
La persecución hacia los tibetanos y los practicantes de Falun Dafa también está alcanzando nuevas alturas. Incluso la diminuta comunidad judía de China, centrada en la antigua ciudad de Kaifeng, no pudo escapar a la ira de las autoridades. En una inquietante repetición de “La Noche de los Cristales” (ocurrida en la Alemania nazi), las autoridades chinas destrozaron la sinagoga improvisada (se les prohíbe construir una nueva), arrancando citas de las escrituras hebreas de las paredes y llenando el baño ritual con tierra y piedras.
Es importante entender que el Partido no está golpeando a los creyentes por oponerse a la ideología oficial del Estado de “socialismo con características chinas”. La gran mayoría acepta al régimen comunista. Los creyentes solo quieren que se les permita practicar su fe en paz, un derecho supuestamente garantizado por la Constitución de la República Popular China.
El pastor de la Iglesia del Pacto de la Lluvia Temprana, por ejemplo, dijo explícitamente que, siguiendo la Biblia, él acepta y respeta “el hecho de que Dios permitió que este régimen comunista gobernara temporalmente”. Eso no lo mantuvo fuera de la cárcel.
La Iglesia Católica fue aún más lejos en sus esfuerzos por apaciguar a China, al firmar un acuerdo aún secreto con el Partido Comunista chino (PPCh) sobre el nombramiento de obispos el pasado mes de septiembre. Sin embargo, la guerra del Partido contra la religión siguió su curso.
En efecto, poco después de la firma del acuerdo entre China y el Vaticano, se removieron las estatuas del gran santuario dedicado a Nuestra Señora de los Siete Dolores en la provincia de Shanxi. Un funcionario local del Partido explicó que tuvieron que hacerlo porque el santuario tenía “demasiadas estatuas”.
Esto es ridículo. China está literalmente llena de estatuas de antiguos líderes comunistas. El problema con los que se acercaban al santuario de Nuestra Señora de los Siete Dolores es que eran las estatuas equivocadas. Representaban ángeles y santos, en lugar de grandes comunistas como Mao Zedong o Deng Xiaoping. Debido a esto, tuvieron que quitarlas.
Peor aún, el santuario de Nuestra Señora de la Montaña en la provincia de Yunnan fue totalmente destruido. ¿Por qué el régimen está tan determinado en destrozar o destruir tales centros de devoción católica pública?
En mi opinión, el verdadero problema era que decenas de miles de peregrinos de toda China visitaban estos santuarios cada año para rendir homenaje a la Madre de Dios. Esta demostración pública de lealtad a algo que no fuera el Partido y sus dirigentes iba directamente en contra de su sinización y no se podía permitir que continuara.
Algunos occidentales todavía parecen creer que la sinización tiene la mera intención de liberar al cristianismo chino y a otras religiones de los enredos extranjeros. Sin embargo, lo que realmente significa es que es una campaña política de gran alcance destinada a transformar a todas las religiones en China en instrumentos de control estatal.
Esta es la razón por la que el PCCh impuso toda una serie de nuevas restricciones a la actividad religiosa dentro de las fronteras de China. Y también es por eso que el régimen está invadiendo agresivamente los santuarios de las iglesias a las que permite mantenerse en pie.
Las autoridades están nombrando líderes eclesiásticos, incluyendo obispos católicos, que declaran abiertamente que su lealtad primaria es hacia el Partido, más que hacia su fe. La Biblia está siendo reescrita bajo la supervisión del Partido para enfatizar la lealtad al Estado. A los pastores y sacerdotes se les ordena colgar la bandera de la RPC y los retratos de los líderes del Partido Comunista sobre los altares. Aquellos que ofrecen resistencia a las injerencias del Estado son acusados, como el Pastor Wang, de tratar de subvertir al Estado.
No es la primera vez que ocurre.
Después de tomar el poder en 1933, Hitler se embarcó en lo que llamó la nazificación. Con el fin de alinear las iglesias con el Estado, le ordenó a los pastores y sacerdotes que colgaran esvásticas alrededor de sus altares y que exhibieran su imagen en lugares prominentes. Se reclutaron teólogos para que tradujeran de nuevo la Biblia de modo que se ajustara al pensamiento nazi. Y los que se resistieron a estas injerencias fueron arrestados y acusados de traición.
El objetivo final de la nazificación era el culto al Tercer Reich y a su líder, Adolf Hitler.
Frente a esta nueva persecución cada vez mayor, casi todas las iglesias cristianas de China están más que dispuestas a “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Steven W. Mosher es el presidente del Instituto de Investigación de la Población y autor de ‘El Matón de Asia: Por qué el sueño de China es la nueva amenaza para el orden mundial’.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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