Opinión
En 1977, un par de años después de que los votantes británicos decidieran “continuar” con su pertenencia a la Comunidad Económica Europea o al Mercado Común, la banda musical ‘Eagles’ publicó una canción llamada “Hotel California”. Su famosa frase, “Puedes salir cuando quieras, pero no puedes irte nunca”, se refería, por un lado, a la Iglesia de Satanás, o más en general, a las garras de Satanás.
Una vez que le abres los brazos, ya no puedes escapar, aunque te arrepientas.
En aquel momento, que yo sepa, nadie pensaba que hubiera un vínculo entre esa canción y el Mercado Común. No hubo una comprensión en el Parlamento ni entre los votantes de que el Reino Unido no podría salir, nunca, una vez que lo confirmaran como miembro. Desde la votación de Brexit en junio de 2016 para abandonar la UE (el nombre actual de lo que una vez fue modestamente llamado la Comunidad Europea del Carbón y del Acero), el gobierno del Reino Unido negoció un acuerdo que parece mostrar lo bien que las palabras de la canción se aplican a la UE.
Boris Johnson, el exministro de Asuntos Exteriores, al igual que otros ministros involucrados en el Brexit, renunció al gobierno en protesta por lo que la Primera Ministra Theresa May estaba acordando. “Este acuerdo de Brexit es como encerrarnos nosotros mismos en la cárcel y darle la llave a la UE”, afirmó.
Las palabras hacen eco de la descripción de Lenin del Imperio Ruso zarista como una “prisión de naciones”. Aunque Lenin defendió el derecho de las naciones a la autodeterminación, su descripción de la Rusia de los zares no tardó demasiado en ser aplicada a la Unión Soviética que la reemplazó, y hoy en día a la Federación Rusa que ocupa su lugar.
La sensación de humillación nacional, de vergüenza, es palpable, ya que tanto los que votaron a favor de que Gran Bretaña se quedara en la UE, como los que votaron en contra de la UE para abandonarla, están de acuerdo en denunciar el acuerdo alcanzado. Es el peor de todos los mundos posibles, donde el Reino Unido continúa bajo las leyes y reglamentos de la UE en los que no tiene voz ni voto. No es libre de negociar con otras naciones soberanas, situación que continúa indefinidamente. El Reino Unido sigue bajo un control sustancial de la UE, sin voto ni participación en la elaboración de las políticas que la controlan.
Términos como vasallaje, feudo permanente, esclavitud y apaciguamiento abundan, y, a pesar de toda su exageración, expresan vergüenza y consternación real y generalizada.
Es como si la nación se hubiera despertado por fin a la verdadera naturaleza de la UE, que fue concebida y diseñada desde el principio para atrapar a sus miembros en un laberinto de leyes y reglamentos de las que sería casi imposible escapar.
Estados Unidos de Europa
El proyecto de la Unión Europea avanzó paso a paso con sigilo y engaño, simulando tratarse solo de un acuerdo comercial entre los gobiernos, al tiempo que avanzaba de manera inevitable e irreversible hacia una unión política y económica completa. Ya en la década de 1920, sus pioneros idealistas pretendían crear un nuevo gobierno supranacional con control central sobre los Estados miembros, una moneda única, con los controles económicos y políticos que requería.
En el estudio más completo y documentado de la historia de la UE, llamado apropiadamente “El Gran Engaño”, Christopher Booker y Richard North muestran cómo la visión del padre fundador de la UE, Jean Monnet, de los Estados Unidos de Europa como gobierno supranacional, capaz de anular los vetos de cualquiera de sus Estados miembros individuales, se impuso decisivamente a la comprensión de Winston Churchill de un Consejo de Europa intergubernamental.
La visión de Monnet desde el principio implicaba la limitación de la democracia y la soberanía nacional, y de los poderes de las instituciones nacionales establecidas y responsables, reduciéndolas a algo más parecido a los gobiernos municipales que a los organismos que guiaban los destinos de las naciones.
A medida que eran rechazados los intentos de avanzar hacia la unión política –con una poderosa burocracia central que no fue elegida, que no era responsable e, inevitablemente, no era popular–, se hizo importante para el éxito del proyecto disimular lo que realmente estaba sucediendo. Cuando se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, con Monnet como cabeza, parecía un acuerdo comercial limitado. Pero Monnet ya se refería a ella como el “gobierno de Europa”.
Cuando fue rechazado el intento de Monnet de llevar a los Estados miembros hacia la unión política, con el pretexto de que solo se trataba de un acuerdo comercial, el Mercado Común Europeo persistió. Pero la estructura del Mercado Común incluía todas las instituciones básicas necesarias para dirigir un futuro gobierno de Europa, aunque eran bastante innecesarias para una configuración económica limitada.
Booker y North detallan la vergonzosa connivencia de los primeros ministros británicos Macmillan y Heath en este engaño durante las décadas de 1960 y 1970. Ambos hombres estaban completamente informados sobre el objetivo final del proyecto de la plena unión económica y política. Pero estaban decididos a ocultar la verdad al público y al Parlamento. La entrada británica debía venderse como un “mercado común”, una cuestión de comercio y empleo, no de soberanía o democracia. Cuando se le informó al público que no habría “ninguna pérdida esencial de soberanía”, el gobierno británico sabía que esto no era cierto.
Los acontecimientos posteriores siguieron el mismo curso. El Acta Única Europea de 1986 fue vendida como una conversión del Mercado Común en un mercado único, pero le otorgó a Bruselas el control sobre otras áreas importantes no relacionadas con el comercio. Cada nuevo tratado o acta incrementaba el proceso, por lo que el movimiento siempre fue hacia una mayor integración y una mayor unión política, sin retroceder nunca.
El Tratado de Maastricht de 1992 fue un paso importante hacia una mayor integración, hacia una moneda única, y hacia darle a la UE sus propias políticas exteriores y de defensa y su propia Constitución. La UE debía ser un gobierno soberano en la escena mundial, y sus Estados miembros, entidades subordinadas con un poder limitado.
Cuando los votantes franceses y holandeses rechazaron la posterior “Constitución para Europa” en 2005, los líderes de la UE reintrodujeron esencialmente el mismo documento bajo el nombre menos amenazante de Tratado de Lisboa. Este estableció el Consejo Europeo como institución oficial del “gobierno de Europa”.
“Así que la trampa se ha cerrado”, comentó Booker en The Telegraph justo antes de que el Tratado de Lisboa entrara en vigor.
Vaclav Klaus, que de 2003 a 2013 fue el segundo presidente de la República Checa, predijo justo antes de la entrada de su país en la UE en 2004 que eso significaría el fin de la breve vida de su país como “un Estado soberano independiente”.
La UE era la reencarnación de la URSS, como lo expresó –no sin ironía– el periódico ruso Pravda. Era una nueva prisión de naciones, un triunfo del imperio sobre las naciones, el reemplazo de un orden de naciones soberanas y democracias por un imperio supranacional. Y, como dijo Booker, un nuevo muro que protege a los políticos de Europa de sus súbditos.
Paul Adams es profesor emérito de trabajo social en la Universidad de Hawai’i y fue profesor y decano asociado de asuntos académicos en la Universidad Case Western Reserve. Es coautor de “Social Justice Isn’t What You Think It Is” (La justicia social no es lo que tú crees) y ha escrito extensamente sobre política de bienestar social, virtud y ética profesional.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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