Jonathan Núñez Almarza, un venezolano de 30 años que sufre de distrofia muscular de cadera, debió ducharse a tientas en Nochebuena por culpa del enésimo apagón del año ocurrido en su edificio y en las cuadras del sector 10 de la urbanización San Jacinto de Maracaibo.
La luz tenue de un bombillo recargable era todo lo que le iluminaba dentro del baño. Su movilidad, ya desafiante por su condición, estuvo amenazada al extremo en la oscurana.
Afuera, el resto de su apartamento, su habitación incluso, era pura tiniebla. Reinaba el silencio, no el bullicio ni la algarabía tradicional de Navidad entre sus vecinos.
Eran las 6:00 de la tarde del martes 24 de diciembre cuando la empresa estatal Corpoelec dejó a oscuras a su vecindad. Corrían los minutos. Se hacía más oscuro. No restituían el servicio.
“Como pude, me bañé. Tengo que tener mucho cuidado. No tengo estabilidad y me tropiezo. Puedo caerme”, cuenta, días después de la celebración empañada por aquel corte eléctrico.
En penumbras, Jonathan bajó lentamente las escaleras de dos pisos junto a su madre para asistir a misa de Navidad a una iglesia cercana.
Debió sortear otro reto más en su camino: los escalones, hechos de cemento, están deteriorados por el paso del tiempo. Temía un paso en falso.
El joven usa bastón para movilizarse. Ocasionalmente, también utiliza una silla de ruedas. Sus piernas se han tornado en los últimos años más delgadas, menos firmes, por su enfermedad.
Un vecino les acompañó hasta el templo. La cuadra de la iglesia tenía servicio eléctrico. Su párroco, sin embargo, decidió no prender los aires acondicionados para evitar que se averiaran.
En ciudades zulianas como Maracaibo, la temperatura ronda los 35 grados centígrados y la humedad supera el 70 por ciento en promedio.
“La gente se estaba ahogando en la iglesia. Nos ‘echamos un vientico’ con lo que pudimos, con un cartón, con un abanico. Había bastante calor”, recuerda Jonathan.
A quince minutos para las 9:00 de la noche, la electricidad volvió. Las casi tres horas de apagón fueron suficientes para aniquilar el ánimo de la gente en la fecha cumbre de diciembre, dice el joven, licenciado en Comunicación Social en la Universidad del Zulia, hoy desempleado.
No hubo jolgorio, ni algarabías. Ni siquiera luego del apagón se escuchó la música a todo volumen donde sus vecinos. “Esto parecía un cementerio. Esto estaba muerto, muerto”, revive.
Cortes programados
Maracaibo y los 20 municipios restantes del estado Zulia, el más poblado de Venezuela, experimentan cortes programados de electricidad desde agosto de 2017.
Las interrupciones empeoraron en marzo de este año, cuando un apagón afectara al menos 90 por ciento de las regiones del país –hubo zonas de Zulia con ocho días sin electricidad-.
El régimen de Nicolás Maduro y la gobernación local, afín al poder central, activaron desde entonces un cronograma de racionamiento del servicio eléctrico en la región. Hay zonas o circuitos que pueden quedar sin electricidad por 12 horas al día.
Omar Prieto, gobernador de Zulia, políticamente cercano a Maduro, expresó hace dos meses que “la estabilidad eléctrica” de la región arrancaba en ese momento con la reactivación de la planta de generación termoeléctrica más importante, Termozulia.
Zulia suma tres Navidades al hilo con oscuranas. Una falla eléctrica, atribuida por Corpoelec al robo del cableado de la subestación Punta de Palma, dejó sin luz a toda la región durante 18 horas entre la Nochebuena y el 25 de diciembre de 2017.
Este diciembre se vivió el mismo ambiente, aunque no por falla, sino por corte programado, en centenares de hogares, como el de Sara Ojeda, marabina, de 47 años.
La docente cuenta que arregló la mesa para la cena decembrina alumbrada por la luz de un teléfono celular durante un apagón que duró entre las 6:00 de la tarde y la medianoche.
El corte de luz retardó la preparación de la comida, dice, pues su cocina es eléctrica. También se vieron afectadas tradiciones de su familia, como cantar villancicos frente al pesebre.
La reunión en su apartamento, en la urbanización Zapara, duró hasta una hora y media luego de que regresara el servicio eléctrico. Hubo rabia. Algunos invitados profirieron malas palabras en contra de los gobernantes, a quienes endilgan la responsabilidad de los apagones.
“La espera y la oscuridad lo que te trae es sueño. Por más que no lo quieras, la impotencia gana”, dice, recordando cómo se aguó la celebración en Nochebuena.
Sara detalla que el apagón de aquella noche empeoró la tristeza de su familia por la muerte de su padre, hace cinco meses. “La Navidad no es nada fácil y súmale el luto por mi padre”, dice.
Un reporte publicado este mes por el medio informativo El Pitazo reveló que solamente este año hubo 18 apagones generales de varias horas en ocho distritos del Zulia.
La generación de electricidad en las plantas térmicas de la región es de apenas siete por ciento de su capacidad instalada, de acuerdo con la investigación, que cita reportes de Corpoelec.
La publicación reveló que están inoperativas tres de las cinco líneas de transmisión mediante las que Zulia recibe energía desde el complejo hidroeléctrico de Guri, en Bolívar, a 1000 kilómetros de distancia.
Una organización civil que monitorea las constantes interrupciones eléctricas en Venezuela, conocida como el Comité de usuarios afectados por los apagones, denunció ante la prensa en días recientes que este año hubo 80,700 fallas del servicio en el país.
Aixa López, su presidente, detalló que la mitad de esos cortes ocurrieron en Zulia, una región rica en petróleo y con cerca de cuatro millones de habitantes. Ella experimentó 40,877 fallas.
Los cortes eléctricos en los poblados zulianos minan otros servicios, como el del agua, la distribución de gasolina y las telecomunicaciones. También, perjudican la calidad de vida.
Los apagones continúan en diciembre en municipios de zonas foráneas, como Machiques de Perijá y la Costa Oriental del Lago, donde se concentran las operaciones petroleras de Zulia.
Sin luz ni ánimos para «coqueterías»
Ana Luisa Urdaneta, de 56 años, recuerda que su velada del 24 de diciembre estuvo lejos de ser “buena” o “alegre”. Culpa de su desdicha a un corte de luz ocurrido en el sector donde reside, en San José de Perijá, en los límites con Colombia, entre las 2:00 de la tarde y las 11:30 de la noche.
“El 24 está uno alegre, preparando una cena, pensando que una se va a arreglar, maquillar, entaconar, por si acaso una visita. Pero no hubo tiempo de nada de esas coqueterías”, dice.
En su cuadra, siempre interrumpen el servicio eléctrico por seis horas, cuenta. La planta generadora que instaló en su casa se averió a las 5:00 de la tarde de ese día.
“¡Qué va! No provoca nada. Sudar y sudar y lanzar maldiciones por todos los rincones”, confiesa.
Dos de sus hermanos no pudieron acudir a la reunión familiar de Navidad. El ambiente estuvo también cargado de ausencias: sus dos hijas, en Estados Unidos, no viajaron a Venezuela.
“No me embargó el espíritu alegre propio de la fecha”, comenta. “Al otro día, el 25, aún estaba con la amargura de la noche que había pasado”.
Ana Luisa desvela que sus esperanzas son flaquísimas de cara a Fin de Año. Teme que otro apagón reviva sus hieles en una fecha que debería ser sinónimo de festividad y alegría.
Se siente tristemente convencida de que la oscuridad será la antesala de 2020 en su poblado.
“Pienso que esto lo repiten el 31”, predice.
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