Cuando pensamos en la prudencia, puede venir a la mente la palabra cautela. Algunos pueden incluso asociarla con ser «mojigato», es decir, una persona que demasiado modesta o mojigata en su comportamiento.
Para los antiguos, sin embargo, la prudencia era una de las cuatro virtudes cardinales, la «auriga virtutum«, el auriga de todas las virtudes. Derivada del latín «providentia» —mirando hacia adelante, sagacidad— la prudencia implica escucharnos a nosotros mismo y a los demás, buscar consejo y sabiduría. A continuación hacer un juicio justo para conducirnos y establecer planes para el futuro.
La mayoría de nosotros, especialmente cuando éramos jóvenes, a menudo ignoramos a este auriga. Saltamos a una situación sin considerar todas las consecuencias, o rechazamos el consejo de un padre y no aterrizamos de pie sino de frente. La falta de prudencia también puede tener consecuencias a nivel nacional.
Vivimos en una época donde la prudencia pasa a un segundo plano frente a la espontaneidad, en la que el sentimiento y la emoción dejan de lado la razón y la sobriedad.
La prudencia necesita reanimación. Al revivir la práctica de esa virtud, tanto en público como en privado, devolveremos las riendas de nuestros caballos fugitivos al auriga.
Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín a seminarios de estudiantes de educación en casa en Asheville, N.C., Hoy en día, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com para seguir su blog.
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