El colapso repentino y considerablemente pacífico del comunismo soviético entre 1989 y 1991 es elogiado como uno de los logros políticos más grandes de la historia reciente. Mijaíl Gorbachov, el entonces líder del Partido Comunista Soviético, se destaca como el arquitecto de las reformas que introdujeron el capitalismo en Europa del Este y que comenzaron la transición hacia el fin del autoritarismo.
Pero hace tres décadas, cuando el último líder de la URSS y sus colegas comenzaron a trabajar en las icónicas políticas de glasnost (apertura) y perestroika (restructuración económica), decir adiós al comunismo no era parte del plan.
Más bien, la transición repentina y mal planeada hacia un futuro no comunista sorprendió a millones de personas. Rusia y las naciones creadas de su viejo territorio enfrentaron no solo nuevos dilemas, sino también los males traídos por Marx y Lenin.
Gorbachov, que tenía solo 54 años cuando el Politburó del Partido Comunista lo eligió como secretario general en 1985, buscaba una solución al retraso económico, la represión política y la corrupción que habían plagado a la URSS desde el comienzo de su existencia.
Pero incluso mientras su gobierno empujaba las trascendentales políticas de glasnost y perestroika, Gorbachov se aferró a la ideología marxista (con su despreciable legado de asesinatos en masa, hambruna y terror estatal) del partido y sus líderes anteriores.
Medidas radicales
Gorbachov inicialmente vendió sus reformas como algo necesario para el desarrollo del comunismo. En particular, quería ponerse al día con el progreso tecnológico de Occidente debido asuntos de defensa, dado que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN habían comenzado a disfrutar de ventajas cualitativas decisivas por sobre la vasta milicia soviética.
Como se describe en el libro del año 2000 “La destrucción de la Unión Soviética”, por David Lockwood, la reforma apuntaba a lograr una “reorganización económica”. Se creía que la industria militar, reforzada por los medios de crecimiento económico occidentales, apuntalaría al resto de la economía soviética sin requerir de mayores cambios en el sistema comunista.
“En general, estos intentos fallaron”, escribe Lockwood. El compromiso de 1987 del Partido con el crecimiento intensivo “reflejaba el hecho de que el liderazgo soviético, en su mayor parte, inicialmente creía que niveles moderados de reorganización serían suficientes”.
En 1988, el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética reportó que “no habían tomado lugar cambios sustanciales en el progreso científico y tecnológico”. Entonces se siguió que “lo convencional para influenciar el progreso tecnológico reside en reestructurar [el] mecanismo económico”.
Gorbachov y su gobierno se apoyaron en medidas más radicales para efectuar el cambio, pero cada paso debilitaba el control del régimen soviético sobre la economía e invitó a una respuesta negativa de la burocracia del Partido y los líderes comunistas.
Lockwood escribe: “Era evidente que el Partido mismo ya no era un instrumento apto a través del cual llevar a cabo las reformas”.
La postura firme
En el libro “¿Por qué falló la perestroika?”, escrito por Jeter J. Boettke en 1993, el autor sugiere que la restructuración de Gorbachov falló en brindar las mejoras a la economía que la URSS necesitaba, y que nunca se intentó reducir la influencia estatal, sino solo cambiar sus aplicaciones.
“Gorbachov liberó las restricciones del gobierno en alguna medida”, escribe Boettke. “Pero mucho de la perestroika parece haber sido primariamente un esfuerzo para redistribuir las oportunidades de clientelismo y así consolidar su base de poder, una práctica más bien de rutina para los nuevos déspotas a lo largo de la historia”.
Gorbachov intentaba actualizar el comunismo para la era moderna, no introducir una economía de mercado.
Según Boettke: “El objetivo era hacer del sistema soviético uno más humano y más eficiente”.
Al fallar en hacer un corte limpio con su nociva ideología, Gorbachov permitió que sus esfuerzos fueran llevados en diferentes direcciones. Por un lado, los líderes occidentales y la sociedad aplaudían al líder soviético por tolerar la libertad de expresión, la libertad de prensa y la disidencia política. El Muro de Berlín, que simbolizaba la brutalidad del gobierno comunista, ya no estaba; la Guerra Fría había terminado.
Pero en la URSS, los objetivos contradictorios de las políticas de Gorbachov y las instituciones a través de las cuales las había efectuado probaron ser autodestructivos: los disturbios étnicos estaban estallando en partes de la Unión Soviética y muchos del propio régimen de Gorbachov se oponían a él.
La sentencia de muerte llegó en agosto de 1991, cuando una facción del Partido Comunista que estaba respaldada por elites de las fuerzas armadas y la policía secreta arrestaron a Gorbachov e intentaron reinstaurar el viejo orden.
Finalmente, el golpe de Estado de agosto falló por un deseo de voluntad política. Boris Yeltsin, presidente de la parte rusa de la URSS, declaró la independencia de su nación, frustrando las últimas esperanzas de que la Unión Soviética sobreviviera como un superpoder reformado. El 25 de diciembre de 1991, la URSS se disolvió.
Los resultados de las reformas de Gorbachov, tanto buenos como malos, han sido analizados con un creciente escrutinio, cinismo e incluso pesar. Mientras que el siempre presente totalitarismo de los soviéticos pueda ser algo del pasado, los líderes post-comunistas no abandonaron usar el terror y la represión política para silenciar a sus oponentes. Rusia y muchos de sus vecinos continúan sufriendo la profunda corrupción y decadencia social, que obstaculiza el crecimiento y envenena las relaciones internacionales.
Lecciones relevantes
China, que permanece bajo el gobierno de un régimen declarado abiertamente comunista pero que experimentó un rápido crecimiento económico que comenzó en las décadas de los 80 y 90, es un común objeto de comparación con el colapso soviético.
El régimen chino siempre ha publicitado la reforma de la sociedad, la economía y la política como algo necesario para que el país se mantenga competitivo. Y al comenzar a desacelerarse el crecimiento económico de China, los cambios parecen más urgentes aún. Una serie reciente de documentales llamados “Implementación de las reformas hasta el final”, comenzó a emitirse en la televisión estatal china y elogia la políticas económicas de los 80.
Dejando de lado la prosperidad que se disfruta en muchas partes de la China moderna en comparación con la disfunción económica de la Unión Soviética, el actual líder chino Xi Jinping enfrenta muchos de los mismos dilemas políticos que Mijaíl Gorbachov enfrentaba (y que lo hicieron caer) cuando estaba al poder.
Desde que se convirtió en el Secretario General del Partido Comunista Chino en 2012, Xi ha tenido que negociar la influencia de las generaciones previas de la elite del Partido y ha lanzado una campaña anticorrupción a largo plazo para erradicarlas. Cientos de cuadros de alto rango, muchos de los cuales están vinculados a la facción política del ex jefe del Partido, Jiang Zemin, han sido investigados y purgados en su cometido.
Gorbachov, con su glasnost y su perestroika, parece diferente de Xi en su enfoque. Pero al optar por mantenerse leal al sistema comunista, Gorbachov se abrió al ataque de las elites descontentas cuando sus reformas amenazaron sus intereses personales.
De forma similar, la campaña anticorrupción de Xi Jinping enfrentó una candente oposición de la burocracia china, haciendo eco a los impases de Gorbachov con la arcaica burocracia soviética. Un fenómeno común es “bu zuo wei”, que en mandarín refiere a funcionarios que holgazanean u ofrecen resistencia a implementar las directivas del Partido Central controlado por Xi.
Al mismo tiempo, Xi se estableció como el “líder principal” del Partido Comunista y respaldó la ideología marxista oficial.
El tiempo dirá si Xi está dedicado al experimento comunista, o si simplemente encuentra al Estado monopartidista como una herramienta conveniente para posicionarse como una forma de liderazgo genuinamente diferente. A la luz de la experiencia soviética, el camino que tome decidirá el futuro de su gobierno y el legado que deje.
Se estima que el comunismo ha matado al menos 100 millones de personas, no obstante sus crímenes no han sido recopilados y su ideología aún persiste. La Gran Época busca exponer la historia y creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde su surgimiento. Lea toda la serie de artículos aquí.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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