El menoscabo de la ética tradicional en la revolución sexual trae más perjuicios que beneficios y hace que los niños sean los grandes «perdedores», argumentó una feminista británica.
Louise Perry, periodista y autora de The Case Against the Sexual Revolution (La causa en contra de la revolución sexual), declaró en la conferencia de la Alianza para una Ciudadanía Responsable celebrada el 1 de noviembre que la mayoría de las mujeres no son las ganadoras de la liberación sexual, sino más bien algunos hombres a título personal.
La revolución sexual, influenciada y alentada por el neomarxismo, cobró protagonismo en Estados Unidos en la década de 1960 y condujo al debilitamiento de los valores familiares tradicionales.
La Sra. Perry, que es directora de The Other Half (La otra mitad), un grupo de reflexión feminista con sede en Londres, dijo al panel que aunque el rechazo de las normas sexuales tradicionales es el núcleo de la revolución sexual, fueron las tradiciones los «experimentos que funcionaron».
«La idea de que nosotros podamos simplemente tirar eso por la ventana y tener una regla muy simple, la que todo el mundo debería ser capaz de consentir. Luego, aparte de eso, uno se lo inventa sobre la marcha», dijo la escritora.
«Lo que hemos descubierto, tras rechazar las normas sexuales del pasado, es que estaban ahí por alguna razón».
La autora británica también señaló que los niños son los más perjudicados por la revolución sexual, señalando los altos índices de huérfanos de padre. Ella añadió que la ética sexual tradicional fomentaba una «buena cultura» que anima a la gente a «tomar decisiones que son buenas para nosotros a largo plazo y también para nuestros descendientes».
La revolución sexual también tiene un aspecto material que se manifiesta en cambios tecnológicos. Esto incluye la introducción de la píldora anticonceptiva, entre otros inventos, agregó la autora, señalando que tales cambios han «transformado nuestras vidas y transformado las relaciones de género».
«Revolución transhumanista»
La columnista británica y autora del libro Feminism Against Progress (Feminismo contra el progreso), Mary Harrington, coincidió con este sentimiento al argumentar que el desarrollo tecnológico era la base de una «ilusión» en la que la gente podía escapar de las normas sexuales tradicionales intentando «aplanar las diferencias fundamentales entre los sexos».
Ella comparó este proceso con una «revolución transhumanista».
«Desde el comienzo de la Revolución Industrial, hemos estado utilizando la tecnología para superar los límites aparentes de la condición humana», dijo la Sra. Harrington al panel.
“La revolución sexual es distintiva porque ese fue el punto en el que incorporamos esas tecnologías al cuerpo humano, ya saben, en ese sentido, veo la revolución sexual más exactamente como la revolución transhumanista.
“Eso fue en los años 90. Nosotros llevamos 50 años de la revolución transhumanista y hemos estado viviendo en ese mundo durante todo este tiempo”.
La escritora británica argumentó que si bien los avances tecnológicos parecían haber conducido a una mayor libertad en las relaciones de género, no necesariamente condujeron al florecimiento humano.
“Yo retaría a todos los presentes a pensar de la manera más concreta posible sobre lo que realmente queremos decir cuando decimos progreso”, dijo la Sra. Harrington.
“¿Nos referimos simplemente a una mayor libertad respaldada por la tecnología?
“Porque les diría, basándome en la evidencia de la revolución sexual, 50 años de revolución transhumanista, esta que tiene incluidas tantas desventajas como costos”.
La Sra. Harrington señaló que el desafío que enfrenta la gente ahora es lidiar con los avances tecnológicos y “reordenar esas tecnologías para el florecimiento humano en lugar de sus libertades individuales”.
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