“Faltaban solo diez días para el Año Nuevo Lunar. Mis dos hijos eran muy pequeños”, dijo Cao Suqin, recordando con sus ojos a punto de llorar. “Mi familia estaba destrozada. Uno de mis hijos fue enviado con mi suegra, el otro fue enviado con mi madre. Yo fui encarcelada”.
Cao, que ahora tiene 53 años y es una nueva residente de Nueva York, narra el comienzo del fin de su vida en la tierra donde creció y que se volvió en su contra cuando el régimen chino se dio cuenta de que sus ideologías no podían enjaularla.
En 1999, el Partido Comunista Chino lanzó una represión estatal contra Falun Dafa, una disciplina espiritual basada en los principios universales de verdad, benevolencia y tolerancia. Falun Dafa disfrutó de una inmensa popularidad en China desde principios de la década de 1990, con más de 70 millones de personas practicando antes de que comenzara la persecución, según las estimaciones del régimen chino mencionadas por medios de comunicación occidentales en ese momento.
Al igual que Cao, los que apoyaban esta creencia han sido perseguidos por el régimen comunista chino hasta el día de hoy.
Cuando comenzó la represión, Cao, que en aquel entonces tenía 33 años, viajó a Beijing para difundir la verdad sobre su fe y exponer las mentiras que proliferaban en los medios de comunicación estatales.
Sus actividades no pasaron desapercibidas, y el 8 de noviembre de 1999, Cao fue secuestrada de su casa y recluida en un centro de detención durante 50 días. Durante este tiempo, pasó hambre junto a otros practicantes de Falun Dafa.
Menos de un mes después de su liberación, fue encarcelada de nuevo en un campo de trabajo clandestino. Cao, una prisionera de conciencia, fue alojada con reclusas que eran consumidoras de drogas y prostitutas, y estuvo en este calvario durante tres años.
“Cuando llegué al campo de trabajo, las presas me golpeaban. La primera vez, once de ellas me arrojaron al suelo”, dijo Cao a La Gran Época. “Me golpearon y me patearon”.
“Los agentes de policía fingieron que no pasaba nada. La gente va a las comisarías por protección. No me protegieron, miraron cómo otros me golpeaban hasta matarme”.
“Ellas [las reclusas] me pinchaban las manos con agujas gancho hasta que las heridas se hinchaban”.
“A veces las drogadictas y las prostitutas de la prisión me arrinconaban y me golpeaban en la cara. A veces me obligaban a acostarme en una cama y usaban tenazas para golpear mis rodillas y para apretar mis pechos. Me torturaron hasta que quise morir…”
“Una vez, intentaron tirarme del segundo piso. Se detuvieron cuando grité”.
Todos los días, Cao se veía obligada a hacer pelucas para cumplir con un cupo diario que la obligaba a trabajar hasta 18 horas al día.
Cuando su hermana la visitó, se sorprendió de lo demacrada que estaba.
“Cada noche mantenía los ojos abiertos (…) temía que alguien…”
La policía le dijo a Cao que sería liberada si escribía una declaración renunciando a su fe. Le ordenaron que saliera y convenciera a otros para que también dejaran de hacer la práctica.
“Les pregunté, ¿qué hice mal? Dijeron: ‘Renuncia a tus creencias, entonces no hay nada malo’”.
“Les dije: ‘¿Quieren que renuncie a mi fe? Ni siquiera si me ejecutan’. Es por mis creencias que puedo ser una buena persona”.
“No escribí nada para ellos”.
Cao era regularmente hostigada por la policía incluso después de haber sido liberada del campo de trabajo.
El 3 de noviembre de 2006, momentos después de que sus hijos llegaran a casa, un grupo de policías derribó la puerta de una patada.
“Cuando entraron, actuaron como bandidos. Mis hijos se conmocionaron”.
La policía registró su casa en busca de materiales de Falun Dafa, sin brindar ninguna documentación que autorizara su allanamiento. Tras la búsqueda, exigieron que Cao los acompañara a la estación de policía.
Cao pidió que se le permitiera cambiarse el pijama primero, y se lo negaron. La policía le dijo que sería liberada después de un breve interrogatorio.
En cambio, la llevaron a un centro de detención. “En el centro de detención, los hombres me sacaron el pijama (…) fue mortificante”.
“Cuando era joven, amaba a mi país. Amaba al Partido Comunista”, dijo Cao. “Pero entonces…”.
En el corto lapso de unos pocos años, las gafas de color de rosa de Cao se habían roto, y finalmente, un día, su marido la hizo sentar. “Deberías irte”, dijo. “Si te quedas, nunca dejarán de hostigarte”.
El 9 de marzo de 2019, Cao llegó a Estados Unidos.
“Se sintió como si volviera a la época anterior a 1999. Antes de 1999, al poder estudiar [Falun] Dafa libremente con otros, practicar los ejercicios. Por eso, de alguna manera, aquí se siente como en casa”.
Llamé a mi marido y me dijo: “Por cada día que Falun Gong sea perseguido en China, no vuelvas”.
“Difunde la verdad en ese lugar”.
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