El ansiado día de la reapertura de los centros comerciales en Venezuela, después de tres meses en cuarentena por el virus del PCCh (Partido Comunista Chino), comúnmente conocido como nuevo coronavirus, no fue lo que los comerciantes esperaban. Mucha afluencia de público pero escasas compras. La economía de los ciudadanos no mejoró durante el encierro.
Es el caso de Jacqueline Portales, quien acudió a primera hora a un conocido centro comercial del municipio Chacao, en Caracas, para recuperar su chip de teléfono, inservible desde el inicio de la cuarentena, a mitad de marzo.
«Solamente vine a retirar efectivo por el tema del transporte público y la línea (telefónica) que necesito», precisó a Efe.
La cola para la tienda de telefonía en la que está Jacqueline es larga. También la de un banco en el piso superior, que tendrá no menos de 30 personas a la espera.
Los viandantes esperan a pasar por un control donde unos vigilantes -con sus caras y manos protegidas-, vigilan que todo el mundo lleve mascarilla, que se desinfecten con gel antibacterial y que su temperatura sea óptima.
Esas filas contrastan con los comercios de ropa o calzado -mayoría en este centro comercial-, donde solo se ve a los empleados que acomodan cosas, revisan inventario, limpian o, simplemente, miran al horizonte a la espera de que alguien entre.
Pocas compras
Apenas se ve una decena de personas con bolsas delatoras. Una de ellas, Daina Aponte, explica que ha ido de tiendas porque tiene «mucha presión en la casa». Ha comprado unas botas y unas gafas. «Espero comprar más», confiesa.
En otro centro comercial de Caracas, Agustín Maroto (25 años) espera a que un comercio de ropa abra para buscar un detalle a su novia. «Un regalo y a la casa. Tampoco estamos para hacer fiestas», afirma.
Es una ocasión especial, pero relata que la situación económica del país no permite mucho más: «Un regalo son cinco, seis salarios mínimos».
Venezuela sufre desde hace unos años la crisis económica y social más grave que ha visto en las últimas décadas. La hiperinflación se come el salario mínimo de los venezolanos, menos de 4 dólares que apenas alcanzan para un kilo de queso.
Economía frenada
El panorama económico del país caribeño, aunque a pasos pequeños, empezó a ver mejoras el pasado 2019, según aseguran algunos comerciantes, afirmación de la que otros discrepan. Pero, como en el resto del mundo, la pandemia de COVID-19 frenó todo.
Doménico Pignatiello, gerente del centro comercial El Recreo (Caracas), explicó a Efe que a partir del último trimestre de 2019 se vieron algunas mejoras «básicamente porque se flexibilizaron las compras con divisas».
El dólar y su uso estaba penalizado en Venezuela -y teóricamente sigue estándolo-, un país con control de cambio desde 2003. Pero a mitad de 2019, el régimen permitió su uso y relajó las medidas de la Ley de Precios.
Con esa expectativa de mejora, explica Pignatiello, arrancó 2020. Ahora, con este parón de tres meses, «el proceso de recuperación va a ser largo y lento».
El régimen de Nicolás Maduro anunció el inicio de la cuarentena «social y voluntaria» el pasado 16 de marzo, tiempo en el que se han visto desde controles estrictos y policiales para que la gente cumpliera, hasta tiendas que abrían a escondidas para sobrevivir.
Esperando a los clientes
En el Sambil, una conocida gran superficie en Chacao (Caracas), Johana Montaner es de las dependientas que limpia y deja todo a punto para que vuelvan los clientes. «Aquí estamos esperándolos», narra entre el anhelo y la necesidad.
«Esperamos que hay mucha venta, porque necesitamos toda. Tengo la esperanza de que compren bastante. Hay personas que solo estamos cobrando sueldo mínimo», detalla.
En este tipo de comercio, los trabajadores perciben el salario mínimo y un plus en comisiones según las ventas que hagan. Con tres meses de parón, sus cuentas no cuadran.
Así le pasa a María de los Ángeles Yagües, encargada de un local también en el Sambil. «Dependo de las comisiones más que del sueldo. Espero que esto mejore».
El recuerdo de una época dorada
Visitar un centro comercial en Venezuela, hace unos años, era un acontecimiento. Las familias, incluso, se vestían para la ocasión. Hoy solo queda la sombra de un recuerdo.
Agustín rememora las visitas con su familia. «Hace 10 años comprábamos aquí, allá. Mis padres hacían mercado y nosotros (los hijos) íbamos al cine. Después comprábamos cosas, que si para el colegio, zapatos nuevos, cosas así».
El salario en su casa no era el básico -dice- pero tampoco el más alto. Y alcanzaba para comprar. «Ahora no. Ni se le acerca».
Susana Suárez tiene 22 años observando el devenir de los centros comerciales como dependienta. Hoy está al frente de uno de los pocos con gente en cola para entrar, una tienda de telefonía, pero, básicamente, para hacer gestiones.
Reconoce que no hay el mismo movimiento que hace 10 años. Aún así, persiste. «Hemos sobrevivido a todo, a todas las circunstancias que llevamos».
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