ANCHORAGE Alaska — En los rincones más remotos de Alaska no se puede confiar en DoorDash para recibir la cena de Acción de Gracias, ni ninguna otra cena. Algunos residentes viven lejos de la red eléctrica, sin embargo, tendrán pavos estas fiestas, gracias a la Bomba de Pavos de Alaska.
Por tercer año consecutivo, una residente llamada Esther Keim sobrevuela lentamente en un pequeño avión sobre las zonas rurales del centro-sur de Alaska, dejando caer pavos congelados para quienes no pueden simplemente correr al supermercado.
Alaska es en su mayor parte una zona salvaje, a la que sólo se puede acceder por carretera en un 20 por ciento. En invierno, muchos habitantes de zonas remotas dependen de avionetas o motos de nieve para recorrer cualquier distancia y los ríos helados pueden servir de improvisadas carreteras.
Cuando Keim crecía en una granja de Alaska, un amigo de la familia llevaba pavos vía aérea tanto a su familia, como a otras familias cercanas para las fiestas. Otras veces, el piloto entregaba periódicos, a veces con un paquete de chicles dentro para Keim.
Su familia se trasladó a una Alaska más urbana hace casi 25 años, pero aún conserva la granja. Con una avioneta que reconstruyó con su padre, Keim inició su misión de reparto de pavos hace unos años, tras enterarse que una familia que vivía de la tierra en las cercanías tenía poco para la cena de Acción de Gracias.
«Me dijeron que una ardilla para cenar no alcanzaba a ser suficiente para tres personas», recuerda Keim. «En ese momento, pensé… ‘Voy a lanzarles un pavo desde el aire'».
Decidió no detenerse ahí. Su iniciativa creció gracias al boca a boca y a las publicaciones en las redes sociales. Este año va a entregar 32 pavos congelados a personas que viven todo el año en cabañas donde no hay carreteras.
El martes entregó todos menos dos; los planes de entrega de las dos últimas aves se vieron frustrados por el impredecible tiempo de Alaska.
Entre los beneficiarios están Dave y Christina Luce, que viven en el río Yentna, a unos 45 kilómetros al noroeste de Anchorage. Tienen impresionantes vistas de las montañas en todas las direcciones, incluida la montaña más alta de Norteamérica, Denali, directamente al norte. Pero en invierno hay que hacer 90 minutos en moto de nieve hasta la ciudad más cercana, algo que hacen una vez al mes.
«Ahora tengo 80 años, así que cada vez hacemos menos viajes», expresó Dave Luce. «La aventura se desvanece».
Conoce a Keim desde que era pequeña. El pavo de 4.5 kilos que entregó será más que suficiente para ellos y algunos vecinos.
«Es un gran Día de Acción de Gracias», dijo Dave Luce. «Es un encanto y una buena amiga».
Keim hace entre 30 y 40 entregas de pavos al año, volando hasta 100 millas desde su base al norte de Anchorage hacia las colinas de Denali.
A veces pide la ayuda de un «lanzador de pavos» para que la acompaña y arroje las aves. Otras veces, es ella la que suelta los pavos mientras su amiga Heidi Hastings pilota su propio avión.
Keim compra unos 20 pavos cada vez, con la ayuda de donaciones, normalmente de personas que se ponen en contacto con ella a través de Facebook. Los envuelve en bolsas plásticas de basura y los deja en la cama de su camioneta hasta que puede organizar un vuelo.
«Por suerte, en Alaska hace frío, así que no tengo que preocuparme por los congeladores», afirmó.
Ella localiza previamente a las familias a través de las redes sociales para avisarles de las entregas inminentes y posteriormente avisa a la casa para que los propietarios salgan.
«No soltamos el pavo hasta que los vemos salir de casa o de la cabaña, porque si no lo ven caer, no sabrán dónde buscar», explicó.
Puede ser especialmente difícil encontrar el pavo si hay mucha nieve. Una vez desapareció un pavo durante cinco días antes de que lo encontraran, pero la única víctima hasta ahora fue un jamón perdido, dijo Keim.
Keim prefiere soltar el pavo en un lago helado si es posible, para que sea fácil de localizar.
«En cuanto a precisión y dar en el blanco, definitivamente no soy la mejor en puntería», bromeó. «Mejoré pero eso sí, pero nunca le he pegado a una casa, un edificio, una persona o a un perro».
Su recompensa son las magníficas respuestas que recibe de las familias, alguna de las cuales la graban soltando los pavos y le envían videos y mensajes de agradecimiento.
«Les parece increíble que lancemos estas cosas desde el avión», afirmó Keim.
En última instancia, espera crear una organización sin ánimo de lucro para solicitar más donaciones y llegar a más gente en todo el estado. Y no tiene por qué limitarse a los pavos.
«Hay tantos niños en los pueblos», dice. «Estaría bien añadir un peluche o algo que puedan sostener».
Por Mark Thiessen y Becky Bohrer.
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