Practicantes de Falun Dafa evocan 2 décadas de persecución mientras se reúne la Asamblea General de la ONU

Por Eva Fu
26 de septiembre de 2019 5:29 PM Actualizado: 26 de septiembre de 2019 5:29 PM

NUEVA YORK – Alrededor de un centenar de personas vestidas con camisetas amarillas y sosteniendo pancartas coloridas se reunieron el 24 de septiembre cerca de la sede de las Naciones Unidas, para enviar un mensaje a los líderes mundiales: ‘Por favor, ayuden a poner fin a una brutal persecución en China’.

Durante los últimos 20 años, el régimen chino ha estado persiguiendo a los practicantes de la disciplina espiritual Falun Dafa en una implacable campaña que incluye arrestos arbitrarios, detenciones, lavado de cerebro, tortura y muerte.

Falun Dafa, también conocido como Falun Gong, es una práctica de meditación que incluye un conjunto de enseñanzas morales basadas en los principios universales de verdad, benevolencia y tolerancia. Su inmensa popularidad, que atrajo a unos 100 millones de adherentes a finales de la década de 1990, fue percibida por el régimen comunista como una amenaza a su autoridad. En julio de 1999, el régimen chino lanzó una amplia campaña para erradicar esta práctica, que continúa hasta hoy.

En la Plaza de la ONU, los practicantes de la creencia tradicional, jóvenes y mayores, contaron historias sobre cómo la persecución había cambiado sus vidas para siempre.

Un viaje de regreso a China

La practicante de Falun Dafa, Dou Jinmei, en la Plaza de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre de 2019. (Eva Fu/La Gran Época)

Entre los que compartieron sus historias estaba Dou Jinmei, de 57 años, que vivía en Nueva Zelanda cuando le llegó la noticia de la persecución en 1999. Durante dos días, escuchó la propaganda de odio difundida por los medios de comunicación estatales de China que calumniaba la práctica. Ella sabía que era falso, ya que había experimentado personalmente los beneficios para la salud al practicar los ejercicios de Falun Dafa. “[Los medios de comunicación chinos] estaban difamando la práctica”, dijo.

Con la esperanza de decirle a los líderes chinos que la práctica era buena, Dou y otros 20 practicantes neozelandeses volaron rumbo a Beijing en diciembre de 1999. Fueron directamente a la oficina de peticiones de Beijing la misma noche que llegaron.

Tan pronto como la encargada de la recepción se enteró de que eran practicantes de Falun Dafa, los dirigió al patio trasero del edificio y los escoltó hacia un autobús.

“Miramos a nuestro alrededor y nos dimos cuenta de que muchos practicantes ya estaban allí, tal vez docenas de ellos”, dijo Dou. El autobús los llevó al Centro de Detención de Qianmen en Beijing, donde a las mujeres se les dijo que se quitaran toda la ropa frente a los prisioneros varones para comprobar si tenían “armas ofensivas”.

Dou recordó que un grupo de guardias rodeó a una practicante de la región de Xinjiang y la golpearon fuerte cuando les cuestionó por qué tenían que hacerlo de esa manera.

Algunos fueron recluidos en el centro de Qianmen, mientras que otros fueron llevados a otros centros de detención. A los detenidos solo se les permitía ir al baño dos veces al día. “Si te orinabas o defecabas en tus pantalones y te atrapaban, definitivamente te golpeaban”, dijo.

Dou describió que durante la primera noche, se acostó en una cama de ladrillo con todos los demás compañeros de celda uno al lado del otro, “apilados uno encima del otro”, dijo. Su mente estaba inquieta.

Practicantes de Falun Dafa protestan pacíficamente por la persecución llevada a cabo en China en la Plaza de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre de 2019. (Eva Fu/La Gran Época)

“Solo somos ciudadanos normales. (…) ¿Qué tiene de malo practicar Falun Dafa? ¿Por qué nos encerrarían aquí y nos tratarían así?”, señaló.

Dou inició una huelga de hambre, junto con varios otros practicantes, para protestar por el trato inhumano. Como castigo, los guardias la torturaron alimentándola por la fuerza con un líquido a través de un tubo que se le insertó por la nariz hasta el estómago.

“Dijeron que era leche. (…) Cuando se vertía en el estómago sabías que era agua salada. Te quema el estómago y se sentía como si mis pulmones estuvieran a punto de explotar”, dijo. “Cuando tus labios se secaban, había una capa de sal”.

Dou estuvo detenida durante un mes, tiempo durante el cual los guardias persistieron en tratar de hacerla renunciar a su fe.

“Si quieres morir, te dejaré morir en este momento”, recordó Dou que le dijo un guardia. “Si te golpeamos hasta matarte, será tan bueno como si te suicidaras”.

Después de otro agotador período en otro centro de detención en su ciudad natal, Dou finalmente pudo volver a Nueva Zelanda en mayo de 2000, con la ayuda de un funcionario chino que se apiadó de ella.

“El [régimen chino] nos ha estado persiguiendo durante 20 años; los líderes mundiales ya deberían estar claros y alzarse para detenerlo”, dijo Dou.

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