El colombiano Miguel Caballero, reconocido por diseñar y confeccionar prendas de seguridad que incluso han vestido a 41 jefes de Estado, ahora centra sus esfuerzos en atender a Ucrania, nación sobre la que el mundo ha volcado su mirada por la invasión de Rusia.
Desde su fábrica, ubicada a las afueras de Bogotá, Caballero está al frente a MC Armor, a la que le dio vida hace 30 años con 10 dólares y que ahora tiene casi 700 empleados que cosen, pegan, pintan, arman y entregan productos que «protegen la vida de las personas».
Enfundado en una bata blanca, el empresario dice a Efe que lo suyo en este momento con Ucrania no es lucrarse de la guerra, sino salvar vidas, porque allá está exportando principalmente chalecos y cascos que protegen la vida de médicos, enfermeras, periodistas y otros civiles que viven en los horrores de la invasión rusa que comenzó el pasado 24 de febrero.
«Desde que la guerra inició, nos han solicitado productos. Ha sido una demanda muy alta y la hemos venido atendiendo para personal civil, especialmente médicos, enfermeras y otros de organismos humanitarios que están allá atendiendo a la gente y que, por tanto, necesitan protección para desarrollar sus actividades», remarca el empresario, que se declara en contra del belicismo.
Debido a la situación en Ucrania la compañía se vinculó a la iniciativa «We stand with Ukraine» (Estamos con Ucrania), que busca dar apoyo a los invadidos.
Tras casi tres semanas de conflicto armado, el más grave en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, el balance es de miles de muertos, millones de desplazados y ciudades ucranianas reducidas a ruinas.
Como el conflicto ha ido escalando, la empresa del colombiano multiplica esfuerzos para atender más de cien pedidos que hasta el momento le han hecho Estados Unidos, España, Inglaterra y Bélgica para donar a Ucrania.
MC Armor, dice Caballero, se precia de que toda su producción es «ciento por ciento colombiana» y de que, además de atender al sector gubernamental, también lo ha hecho con las Fuerzas Militares, la Policía y sectores de 23 gobiernos alrededor del mundo.
«Ahora tenemos un gran reto y es atender la demanda de Ucrania. Hace pocos días pudimos hacer el primer embarque de 2.000 chalecos y 2.000 cascos. Pronto estaremos enviando otros 2.000 chalecos y otros 2.000 cascos», detalla Caballero, que es el presidente ejecutivo de la compañía.
Al preguntarle sobre si su compañía se lucra de la guerra es tajante: «No». Y explica: «No soy parte de la guerra, no vendemos armas, no vendemos municiones, armas, tanques, nuestra misión es salvar la vida del ser humano».
Refuerza su argumento al recordar que pese a la coyuntura de Ucrania-Rusia el costo de sus prendas, como por ejemplo los chalecos, mantienen el precio de 500 ó 600 dólares.
«Si uno va a comprar esto en otros países, como Estados Unidos, la prenda no baja de 2.000 dólares. Nuestro interés no es lucrarnos de la guerra, sino ayudar a defender con nuestras prendas a las personas que están ahí», asegura.
Los productos de Caballero están hoy en día en 52 países, mercados que le permitieron crecer el año pasado en medio de la pandemia un 21 %, cifra que espera, cuando menos, igualar este año.
«El hecho de que haya guerra no significa que nosotros vivamos de la guerra, porque igual nos pasa con las transportadoras de valores que atendemos, que son desde Chile hasta México, y los protegemos a todos. Nosotros somos una empresa de protección y prevención», remarca Caballero, conocido como el «Armani» de la ropa blindada.
La compañía también confecciona ropa y otros elementos de seguridad para los escoltas que viajan en moto, para lo cual hay toda una línea.
Sin margen de error
En una sección de la fábrica, ahora atiborrada de chalecos, cascos, chaquetas, está María Rosalba Tapias Parra, quien lleva en la compañía 30 años y es la coordinadora de «ensamble y despacho» de todo lo que allí se produce.
Por el ojo y las expertas manos de esta mujer que no se levanta más de 1,60 metros del piso, pasan chalecos, camisetas, chaquetas, gabanes, camisas, guayaberas y otras prendas que van a proteger el cuerpo de los que en un futuro los vestirán.
«En el ensamble, que es donde se le ponen las piezas de blindaje a la ropa para que quede blindada, se trabaja, al igual que en cada paso de la producción, con sumo cuidado. Un pieza mal ensamblada puede generar un problema», dice Tapias mientras revisa un chaleco negro que lo diferencia de otros azules que lleva el distintivo de «prensa» en letras blancas.
A su lado, otros operarios revisan ropa y accesorios que «van a salvar vidas», remarca Tapias, que, con voz suave, afirma que para las mujeres lo que se ensambla son chaquetas, chalecos y camisetas blancas, que de momento no van a Ucrania pero sí a otros mercados.
«En una jornada se pueden ensamblar entre 600 y 800 chalecos que deben ser revisados cuidadosamente para evitar cualquier problema», dice Rosalba mientras se lleva la mano a la cabeza para darle más fuerza a su expresión, pues «acá no hay margen de error».
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