Los presos de una cárcel de la periferia de São Paulo, en Brasil, se amotinaron este sábado y provocaron un incendio en el interior de la prisión, en un incidente que se desarrolló sin rehenes y terminó sin víctimas, informaron fuentes oficiales.
La Secretaría Penitenciaria de São Paulo señaló en una nota que «el motín fue controlado» a las pocas horas y la situación ya «se ha estabilizado» en el centro Franco da Rocha I, situado en la región metropolitana de la capital paulista.
La revuelta ocurrió en dos pabellones del presidio y fue una protesta de los reclusos por los altos niveles de hacinamiento, un problema crónico que afecta al sistema penitenciario brasileño en su conjunto.
Según imágenes de TV Globo, los reos escribieron un mensaje en el patio de la cárcel que decía «contra la opresión, PCC».
PCC son las siglas del Primer Comando de la Capital, la banda criminal más poderosa de Suramérica, con operaciones en prácticamente todos los países de la región, sobre todo en Brasil, Paraguay y Bolivia, y que surgió en la década de 1990 en las cárceles de São Paulo.
Un grupo táctico de agentes penitenciarios fue el encargado de sofocar el motín, de acuerdo con el Gobierno de São Paulo, presidido por Tarcísio de Freitas, aliado del expresidente ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022).
Los uniformados, equipados con material antidisturbios, accedieron a los tejados del centro y desde allí lanzaron gases lacrimógenos para arrinconar a los amotinados.
Una vez controlada la situación, pasaron revista a todos los reos y los pusieron, sentados y desnudos, en el patio de la cárcel.
Los bomberos también acudieron al lugar para «apagar el fuego provocado por los presos» con colchones y otros objetos. Agentes de la Policía Militar dieron además apoyo en el área externa de la cárcel.
El PCC nació como una suerte de sindicato de los presos paulistas para denunciar las pésimas condiciones de las cárceles, aunque hoy se dedica principalmente al tráfico de cocaína con destino a Europa, donde tiene lazos con mafias italianas, serbias y albanesas.
La mayoría de sus capos están presos, lo que no les impide dictar desde la cárcel los rumbos de la banda.
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