Los comunistas llegaron al poder en China en 1949. Como sucede en todas partes donde se esparce el comunismo, el régimen pronto comenzó a encarcelar a los líderes religiosos, expulsar a los misioneros y desmantelar o destruir iglesias.
El régimen expulsó a los representantes papales y rompió las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1951. Desde entonces, los 12 millones de católicos que se calcula hay en China tuvieron dos opciones: unirse a la Asociación Católica Patriótica China controlada por el régimen o asistir a una ‘iglesia-casa’ como integrante de la Iglesia Católica clandestina que sigue siendo leal a Roma.
Un gran problema en el corazón de la división entre China y la Iglesia Católica se relaciona con el nombramiento de obispos. El Canon 377.5 del Código de Derecho Canónico establece que “no se concede a autoridades civiles ningún derecho o privilegio de elección, nombramiento, presentación o designación de obispos”. Sin embargo, las autoridades chinas insisten en tener ese derecho.
Según el último censo, hay unos cien obispos en China. De ellos, unos 65 pertenecen a la Asociación Católica Patriótica China y unos 35 a la iglesia “clandestina”. Algunos obispos nombrados por el régimen fueron excomulgados por Roma. Sin embargo, ahora habría un acuerdo.
Los medios de comunicación dicen que una delegación de alto nivel de la Santa Sede viajará pronto a China para firmar un acuerdo sobre la nominación de obispos. Esta noticia ha causado una gran consternación en el mundo católico, particularmente entre aquellos que saben de los recientes abusos a la iglesia por parte del régimen chino.
Destrucción y encarcelamiento
En 2014, agentes chinos enviaron cuadrillas a demoler u ocultar estatuas que representaban escenas bíblicas en un sitio de peregrinación católica en la ciudad de Wenzhou. Cientos de iglesias protestantes también fueron dañadas o destruidas como parte de esta campaña. Ese comportamiento se comparó con el destrozo de propiedades de la iglesia durante la Revolución Cultural.
En 2015, el obispo Cosmas Shi Enxiang, de 94 años de edad, murió en prisión después de haber pasado 54 años trabajando en campos de trabajos forzados debido a su fe. Había sido ordenado sacerdote dos años antes de que los comunistas llegaran al poder. Fue arrestado por primera vez en 1954 y pasó gran parte de las tres décadas siguientes haciendo trabajos forzados. Finalmente fue liberado y ordenado como obispo en la Iglesia Católica clandestina de China. Desafortunadamente, fue encarcelado de nuevo entre 1989 y 1993 y por última vez desde 2001 (cuando fue visto por última vez) hasta su muerte. No hubo juicio ni cargos; su crimen fue difundir su fe.
En aquel momento, la muerte del obispo Enxiang dejó a James Su Zhimin como el único obispo católico chino que todavía se encuentra en detención secreta. Ha estado detenido desde octubre de 1997, cuando se negó a unirse a la iglesia autorizada por el régimen. No se supo de él en varios años, pero según un informe de 2015 de su familia, el gobierno chino lo ofreció como moneda de cambio en las negociaciones con el Vaticano.
Incluso mientras se llevaban a cabo las negociaciones para el acuerdo, el gobierno chino reforzó aún más su control sobre la religión.
En las últimas semanas, el mandatario chino Xi Jinping lanzó un programa para “sinicizar” a todas las religiones para asegurarse de que concuerden con el punto de vista del Partido Comunista. Como parte de esa política, las autoridades cerraron la mayor iglesia-casa protestante de Beijing.
Además, un proyecto de reglamento proponía prohibir a todos los extranjeros el uso de internet para promover la religión, prohibir la transmisión en directo y las transmisiones por Internet, y exigir licencias de oficinas gubernamentales para todos los grupos eclesiásticos autorizados.
Las nuevas reglas establecidas a principios de este año aumentaron las penas para las congregaciones no oficiales y para las actividades religiosas no registradas de budistas y musulmanes.
Nuevo acuerdo
Aunque los términos exactos del acuerdo propuesto entre Roma y Beijing siguen siendo confidenciales, fuentes informan que los candidatos al obispado serán elegidos a nivel diocesano a través de un sistema de “elecciones democráticas” que las autoridades chinas introdujeron en 1957.
Bajo este proceso, sacerdotes, monjas y laicos votarán entre una lista de candidatos presentada por el régimen. Los resultados de estas elecciones se enviarán a las autoridades de Beijing, que los examinarán y luego presentarán un nombre a la Santa Sede. El Papa tomará la decisión final sobre la aprobación. Los detalles de lo que sucedería en caso de un veto papal no están claros.
El acuerdo propuesto incluye el reconocimiento por parte de la Santa Sede de siete obispos chinos “ilegítimos”, que fueron ordenados sin la aprobación del Papa en la última década, tres de los cuales fueron excomulgados por Roma. Serán nombrados obispos de sus respectivas diócesis.
Esta concesión del Papa sobre los obispos excomulgados requeriría que los obispos que rechazaron el control del régimen en sus diócesis se hicieran a un lado en favor de los obispos nombrados por el régimen. Entonces tendrían que unirse a la Asociación Patriótica para obtener reconocimiento oficial. Un obispo ya rechazó la idea de entregar su diócesis a un obispo excomulgado y aprobado por el régimen, y muchos sacerdotes expresaron que no están dispuestos a unirse a la iglesia controlada por el comunismo.
“Haría una caricatura mostrando al Papa arrodillado y ofreciendo las llaves del Reino de los Cielos y diciendo, ‘Ahora, por favor, reconózcanme como Papa’. Los asesores del Papa le están aconsejando que renuncie a su autoridad”, declaró el Cardenal Joseph Zen, exobispo de Hong Kong, según el Wall Street Journal.
Fuentes en Roma dicen que el Papa Francisco está convencido de que se puede ganar más a través del diálogo, el encuentro y la amistad. Esperemos que esté en lo cierto. Ciertamente, hay numerosas diferencias que deben resolverse. Actualmente, las partes no están de acuerdo sobre el estatus de la conferencia episcopal china (no reconocida por Roma), la capacidad de los obispos chinos y de los funcionarios de la Santa Sede para viajar de ida y vuelta, e incluso el tamaño, número y ubicación de las diócesis católicas en China.
Por su parte, China siempre ha visto la religión desde un punto de vista político. Sin duda, ve el beneficio que obtendría de un acuerdo con la Santa Sede. Es significativo, e incluye la oportunidad de apropiarse de la Iglesia Católica en la nación asiática.
Ronald J. Rychlak es el decano de la cátedra en derecho y gobierno Jamie L. Whitten en la Universidad de Mississippi. Es autor de varios libros, entre ellos “Hitler, la guerra y el Papa”, “La desinformación” (en coautoría con Ion Mihai Pacepa) y “La persecución y el genocidio de los cristianos en Oriente Medio” (coeditado con Jane Adolphe).
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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El libro chino más traducido en la historia se lee en 40 idiomas pero está prohibido en China
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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