Comentario
Las crisis extraordinarias, como la peste y la guerra, invitan a valiosas reflexiones sobre la existencia del bien y la maldad en la condición humana.
La mayoría de nosotros somos capaces de tener un buen y un mal comportamiento. En nuestros mejores momentos actuamos desinteresadamente por nuestra familia, amigos, conciudadanos, e incluso por el bien de la humanidad en general. En nuestros peores momentos actuamos de forma egoísta hasta el punto de ignorar el bienestar de los demás que parecen interponerse en nuestro camino.
Los hombres y mujeres honorables intuitivamente saben la diferencia entre la virtud y el vicio y generalmente se esfuerzan por seguir la «regla de oro» de hacer a los demás como les gustaría que otros les hicieran a ellos. Las personas que se comportan mal pueden por lo general ser juiciosas con su mal comportamiento y ser responsabilizadas por ello. Pueden arrepentirse, pedir perdón y, al final, buscar unirse a otros en una comunidad humana bien ordenada.
La maldad es otra cuestión. En sus tardías reflexiones de la vida sobre la naturaleza humana, el eminente filósofo británico, Sir Roger Scruton, sugirió que la gente malvada no es, como la mayoría de nosotros, simplemente «la madera torcida de la humanidad». Ellos actúan sistemáticamente al margen de los valores de una sociedad, incluso cuando residen en su territorio. «Su mal comportamiento», añadió, «puede ser demasiado secreto y subversivo para ser notado y cualquier diálogo con ellos será, de su parte, una pretención».
La disposición malvada descrita por Scruton se hizo crónicamente evidente en las acciones de los regímenes inspirados por el marxismo revolucionario. En 1983, el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, instó a los líderes culturales a tener cuidado con la tentación de asignar alegremente la equivalencia moral a ambos bandos en la lucha de la Guerra Fría entre el comunismo y la democracia. Ignorar los hechos históricos sobre la tiranía de la revolución bolchevique, sugirió, dejaría al mundo libre indefenso ante los impulsos agresivos de un «imperio de la maldad».
Tanto Scruton como Reagan entendieron que las tácticas agresivas de la izquierda revolucionaria no solo pretenden frustrar a los oponentes políticos sino que están diseñadas para borrar la humanidad de sus víctimas. Tales intenciones, sugirió Scruton, representan una engañosa negación de la humanidad, «completa y naturalmente a gusto con lo que buscan destruir».
En un reciente artículo de The Epoch Times, la periodista canadiense Barbara Kay invitó a los lectores a recordar «los incalculables restos humanos» generados por la revolución comunista de 1917 en Rusia. Kay señaló que los bolcheviques hicieron de la sed de sangre algo común en la historia. Los marxistas rusos trataban cualquier forma de misericordia, bondad, empatía o tolerancia hacia los adversarios como un signo imperdonable de debilidad.
En una agitación cultural sin precedentes, los comunistas rusos transformaron una nación mayoritariamente cristiana en un imperio totalitario. En 1989, el Imperio Soviético se derrumbó bajo el peso de sus propias contradicciones internas. Pero en las últimas décadas el liderazgo de la izquierda mundial pasó al Comité Central del Partido Comunista de China.
En la relación de Occidente con Beijing, la asignación de la «equivalencia moral» que fue advertida por Reagan, desafortunadamente continuó a paso acelerado. El régimen de Beijing pudo contar con el apoyo de compañeros de ruta y de inocentes útiles del mundo libre, que se apartaron voluntariamente de la lucha entre el bien y la maldad, e ignoraron la realidad de las ambiciones globales del Partido Comunista Chino (PCCh).
A pesar del historial de violencia revolucionaria, opresión, confiscación de propiedades, hambruna, encarcelamiento, trabajos forzados, control del pensamiento, terror y agresión militar del comunismo, los intelectuales y políticos occidentales progresistas consideran al PCCh como un socio conveniente en un nuevo orden mundial mutuamente beneficioso.
Nuestras élites en los centros comerciales mundiales admitieron que el régimen chino de vez en cuando actuaba mal. Este robó ideas, compró empresas occidentales, redujo nuestra fabricación nacional y dejó a mucha de nuestra gente sin trabajo. Pero los apologistas de Beijing aceptaron fácilmente a la China comunista como un jugador importante en la organización mundial de comercio. Su explotación de mano de obra barata produjo una abundancia de bienes de consumo baratos e hizo extraordinariamente ricos a muchos de los principales ejecutivos de negocios occidentales.
Hasta ahora, el hombre común del mundo libre no se sintió directamente amenazado por el Partido Comunista Chino. Estábamos contentos de consumir productos baratos y demasiados de nosotros permanecíamos indiferentes ante el largo historial de abusos de los derechos humanos y las crecientes ambiciones globales de Beijing. Los tratos con el diablo siempre parecen rentables al principio.
Hoy en día, la evidencia del engaño del PCCh es demasiado convincente para ser ignorada. Según una bien documentada cronología de The Epoch Times sobre el encubrimiento del brote epidémico del virus, el medio South China Morning Post citó documentos del gobierno que señalaban la primera infección en la provincia de Hubei ya a mediados de noviembre de 2019. Un estudio posterior, publicado en The New England Journal of Medicine, señaló que la evidencia de la transmisión de humano a humano apareció a mediados de diciembre.
Después de los informes iniciales, durante casi dos meses se desarrolló una saga engañosa sobre la naturaleza del virus. Mientras que Beijing minimizó públicamente el peligro, se impusieron medidas draconianas de cuarentena en Wuhan para proteger del brote a otras áreas de China. Con pleno conocimiento de los efectos potencialmente devastadores para la humanidad, Beijing permitió que millones de viajeros chinos llevaran el contagio a todo el mundo.
El pensamiento moral requiere hábitos de respeto y benevolencia, que garanticen la confianza y la seguridad mutuas. La historia sin embargo nos ha enseñado que los regímenes revolucionarios marxistas pierden rápidamente la capacidad de conducta moral. En el contexto de una mancomunidad bien ordenada de naciones, tales regímenes se convierten como en visitantes de un planeta hostil, la misma encarnación del mal en nuestro tiempo.
La pandemia está teniendo un efecto devastador en la vida de la gente común. Pero, con respecto al PCCh, hemos visto claramente la cola de lobo bajo el manto de la abuela. Después de que esto termine, será imposible volver a los negocios como de costumbre con el régimen de Beijing.
William Brooks es un escritor y educador con base en Montreal. Actualmente es editor de «La Conversación Civil» para la Sociedad Civitas de Canadá y es colaborador del Epoch Times.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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La cronología del encubrimiento del COVID-19 hecho por el régimen chino
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