¿Es la soledad nuestro malestar moderno?
El antiguo cirujano general de EE.UU., Vivek Murthy, dice que la patología más común que vio durante sus años de servicio «no eran las enfermedades del corazón ni la diabetes; era la soledad».
La soledad crónica, dicen algunos, es como «fumar 15 cigarrillos al día». «Mata a más gente que la obesidad».
Dado que la soledad se considera ahora un problema de salud pública —e incluso una epidemia—, la gente está explorando sus causas y tratando de encontrar soluciones.
Mientras escribía un libro sobre la historia de cómo los poetas escribían sobre la soledad en el periodo romántico, descubrí que la soledad es un concepto relativamente nuevo y que antes tenía una cura fácil. Sin embargo, a medida que el significado del concepto se ha transformado, encontrar soluciones se ha vuelto más difícil.
Volver a los orígenes de la palabra —y entender cómo ha cambiado su significado a lo largo del tiempo— nos da una nueva forma de pensar en la soledad moderna y en las maneras en que podríamos abordarla.
Los peligros de aventurarse en la «soledad»
Aunque la soledad puede parecer una experiencia intemporal y universal, parece haberse originado a finales del siglo XVI, ante el peligro que suponía estar demasiado lejos de otras personas.
En la Gran Bretaña de principios de la era moderna, alejarse demasiado de la sociedad era renunciar a las protecciones que ésta ofrecía. Los bosques y las montañas lejanas inspiraban miedo, y un espacio solitario era un lugar en el que podías encontrarte con alguien que te hiciera daño, sin que nadie más estuviera cerca para ayudarte.
Para asustar a sus feligreses y evitar que pecaran, los predicadores pedían a la gente que se imaginara en «soledades», lugares como el infierno, la tumba o el desierto.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XVII, las palabras «soledad» y «solitario» rara vez aparecían por escrito. En 1674, el naturalista John Ray compiló un glosario de palabras de uso poco frecuente. Incluyó «soledad» en su lista, definiéndola como un término utilizado para describir lugares y personas «lejos del vecindario».
El poema épico «El Paraíso Perdido» de John Milton, de 1667, presenta uno de los primeros personajes solitarios de toda la literatura británica: Satanás. En su viaje al Jardín del Edén para tentar a Eva, Satanás da «pasos solitarios» para salir del infierno. Pero Milton no está escribiendo sobre los sentimientos de Satanás; en su lugar, está enfatizando que está cruzando hacia el último desierto, un espacio entre el infierno y el Edén donde ningún ángel se ha aventurado antes.
Satanás describe su soledad en términos de vulnerabilidad: «…Enviado por ellos, emprendo solo este rudo viaje, exponiéndome yo solo por todos, voy a encaminar mis paseos solitarios hacia el abismo sin fondo, buscando en mi errante exploración, a través del inmenso vacío, si existe un lugar predicho…».
El dilema de la soledad moderna
Aunque ahora disfrutemos de la naturaleza como lugar de aventura y placer, el miedo a la soledad persiste. El problema simplemente se ha trasladado a nuestras ciudades.
Muchos intentan resolverlo acercándose a sus vecinos. Los estudios apuntan a un aumento del número de personas que viven solas y a la ruptura de las estructuras familiares y comunitarias.
La exprimera ministra británica Theresa May se propuso «combatir» la soledad y nombró un ministro de la soledad para ello. Incluso existe una filantropía llamada «Campaña para acabar con la soledad».
Pero la campaña para curar la soledad simplifica demasiado su significado moderno.
En el siglo XVII, cuando la soledad solía quedar relegada al espacio exterior de la ciudad, resolverla era fácil. Solo requería volver a la sociedad.
Sin embargo, desde entonces la soledad se ha trasladado al interior y se ha vuelto mucho más difícil de curar. Como se ha instalado en el interior de las mentes, incluso en las mentes de las personas que viven en ciudades bulliciosas, no siempre puede resolverse en compañía.
La soledad moderna no consiste solo en estar físicamente alejado de otras personas. En cambio, es un estado emocional de sentirse apartado de los demás, sin estarlo necesariamente.
Alguien rodeado de gente, o incluso acompañado por amigos o una pareja, puede quejarse de sentimientos de soledad. La soledad está ahora dentro de nosotros.
Poblar el desierto de la mente
La falta de una cura obvia para la soledad es parte de la razón por la que hoy se considera tan peligrosa: La abstracción es aterradora.
Sin embargo, el secreto para lidiar con la soledad moderna podría residir no en tratar de hacerla desaparecer, sino en encontrar formas de vivir dentro de sus abstracciones, hablar de sus contradicciones y buscar a otros que sientan lo mismo.
Aunque no cabe duda de que es importante prestar atención a las estructuras que han llevado a las personas (especialmente a los ancianos, los discapacitados y otras personas vulnerables) a estar físicamente aisladas y, por tanto, enfermas, también es crucial encontrar formas de desestigmatizar la soledad.
Reconocer que la soledad es una experiencia profundamente humana y a veces incurable, en lugar de una mera patología, podría permitir a las personas —especialmente a las que se sienten solas— encontrar puntos en común.
Para considerar la «epidemia de soledad» como algo más que una «epidemia de aislamiento», es importante tener en cuenta por qué los escondites de la mente de las distintas personas pueden sentirse como lugares salvajes.
Cada persona experimenta la soledad de forma diferente, y a muchos les resulta difícil describirla. Como escribió el novelista Joseph Conrad: «¿Quién sabe lo que es la verdadera soledad? Para los propios solitarios lleva una máscara». Conocer la variedad de formas en que otros experimentan la soledad podría ayudar a mitigar el tipo de desorientación que describe Conrad.
La lectura de la literatura también puede hacer que la mente se sienta menos solitaria. Los libros que leemos no tienen por qué tratar sobre la soledad, aunque hay muchos ejemplos de ello, desde «Frankenstein» hasta «El hombre invisible». La lectura permite a los lectores conectar con personajes que también podrían estar solos; pero lo más importante es que ofrece una forma de hacer que la mente se sienta como si estuviera poblada.
La literatura también ofrece ejemplos de cómo estar solos pero acompañados. Los poetas románticos británicos a menudo copiaban la soledad de los demás y la encontraban productiva y satisfactoria.
La soledad ofrece oportunidades para la comunidad cuando la compartimos, ya sea en interacciones cara a cara o a través del texto. Aunque la soledad puede ser debilitante, ha recorrido un largo camino desde sus orígenes como sinónimo de aislamiento.
Como escribió el poeta Ocean Vuong, «la soledad sigue siendo el tiempo que se pasa con el mundo».
Este artículo se publicó por primera vez en The Conversation.
Amelia WorsleyAmelia Worsley es profesora adjunta de inglés en el Amherst College de Massachusetts.
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