En mayo de este año, una mujer procedente de la región suroccidental de China fue liberada de prisión luego de haber cumplido casi siete años de condena por ser miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso (IDT) –el movimiento religioso más perseguido en China–. La misma fue sentenciada en diciembre de 2012, a la edad de 44 años, y regresó a su hogar como una persona discapacitada y traumatizada, incapaz de trabajar como resultado del trabajo forzado y el maltrato continuo al que fue sometida durante el tiempo en el que permaneció detenida. La mujer le contó su historia a Bitter Winter.
Trabajar en condiciones peligrosas
La mujer fue asignada para trabajar en el taller de tejido de suéteres de la prisión, el cual siempre estaba polvoriento y olía a productos químicos, ya que el negro humo de una fábrica cercana a la prisión penetraba en el mismo de manera casi continua.
La creyente se vio obligada a trabajar en estas insoportables condiciones durante al menos 13 horas al día. «Tenía que comenzar a trabajar a las 6:30 de la mañana y terminaba a las 8 ó 9 de la noche, sin descansos, excepto para tomar las comidas. Tenía que comer a toda prisa; de lo contrario, los guardias me regañaban», recordó la mujer. «Me apuraban incluso cuando utilizaba el baño. El incumplimiento de la cuota diaria daba lugar a castigos».
«Me sentía continuamente mareada y con náuseas debido a que me veía forzada a respirar el maloliente aire del taller», continuó la mujer. «Luego de tres meses de trabajar allí, comencé a experimentar dificultades para respirar, y en ocasiones me quedaba sin aliento. Pero a los guardias no les importaba nuestra salud en absoluto».
Maltratada y golpeada por no renunciar a su fe
Por negarse a renunciar a su fe, la mujer a menudo era sometida a golpizas y a torturas. Los guardias de la prisión la presionaban para que firmara las llamadas «tres declaraciones», es decir, la declaración de confesión, la declaración de crítica y la declaración de ruptura de lazos. En una ocasión, a fin de obligarla a firmar las declaraciones, la dejaron encerrada durante un mes en una celda de confinamiento solitario de 4 metros cuadrados.
«Era una habitación oscura sin nada de luz. Comía, dormía y hacía mis necesidades allí. Era vigilada las 24 horas del día, los 7 días de la semana. La habitación olía fatal, el hedor casi me sofocaba», recordó la creyente. Le daban muy poca comida, a menudo se sentía hambrienta y era obligada a dormir sobre el piso de concreto, con solo una manta para cubrirse.
Incluso tras el mes de encierro, se negó a firmar las declaraciones, por lo que los guardias le impusieron más castigos. Un día, una guardia arrastró a la mujer a un rincón, lejos de las cámaras de vigilancia, y le pisó los dedos del pie derecho con un zapato de tacón alto, presionando hasta que los mismos comenzaron a sangrar.
«Sentía un agudo dolor en los dedos de mis pies. Mi dedo gordo estaba raspado y sangraba; dejaba un rastro de sangre a mi paso. Todos los dedos de mi pie derecho se volvieron de color negro violáceo», recordó la mujer. «En una ocasión, un guardia me propinó un fuerte puntapié en el lado derecho de mi espalda. De repente sentí que me estaba asfixiando y me tomó bastante tiempo recuperarme».
El maltrato persistió y los guardias de la prisión emplearon una amplia variedad de medios para atormentarla. A veces le impedían lavarse durante un mes. Le cortaban porciones de su comida de manera intencional, y era obligada a pasar una noche entera de pie o a permanecer de pie bajo el sol en un día caluroso. En un brutal intento de obligar a la mujer a firmar las declaraciones de renuncia a su fe, los guardias también le ordenaban a sus compañeros de celda que la golpearan.
Discapacitada de por vida
La salud de la mujer comenzó a deteriorarse drásticamente. Pronto debió comenzar a tomarse un descanso de varios minutos solo para poder subir un tramo de escaleras. Por la noche, no podía dormir debido a una fuerte tos. En agosto de 2016, un médico de la prisión la examinó y concluyó que sus pulmones estaban infectados, por lo que le recetó algunos medicamentos. Los mismos no surtieron efecto y la tos empeoró. Haciendo caso omiso de su estado de salud deteriorado, fue obligada a trabajar a diario, completando su cuota diaria de colocar 600 etiquetas en suéteres. Si no cumplía la cuota, era castigada.
En el año 2018, la mujer fue diagnosticada con tuberculosis, pero aun así permaneció en prisión durante más de un año. Antes de ser encarcelada, la misma pesaba 46 kilogramos, en el momento de su liberación solo 32. Tras regresar a su hogar, un médico local confirmó que el tratamiento tardío de la tuberculosis había dañado irrevocablemente su pulmón izquierdo, el cual ahora apenas funciona y no tiene cura. La mujer ya no puede realizar ningún tipo de trabajo físico y ha quedado discapacitada de por vida.
Este artículo fue publicado originalmente en Bitter Winter, una publicación sobre libertad religiosa y derechos humanos en China.
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