Un viaje a través del cielo y el infierno de la cultura china

Por Juexiao Zhang
24 de agosto de 2020 3:41 PM Actualizado: 26 de agosto de 2020 2:35 PM
La pusa Guanyin, «la diosa de la misericordia», representada con un pequeño sirviente. (Cortesía de zhengjian.org)

Como es frecuente en las religiones y visiones del mundo occidentales, la cultura china también cree en la existencia de un alma en un ser vivo. Según algunos, a esa creencia también se le ha dado una validación científica tácita: en la década de los años 20 del siglo pasado, los físicos Zaalberg van Zelst y Malta, de los Países Bajos, demostraron que en el momento de la muerte clínica, el cuerpo pierde 70 gramos de peso, lo que para ellos representa una prueba científica de que el alma abandona el cuerpo. Pero la pregunta sigue siendo: ¿qué le sucede al alma una vez que sale del cuerpo?

Las respuestas pueden encontrarse en varias visiones del mundo que abogan por la existencia de una vida después de la muerte. Los críticos ven esta creencia como el anhelo de la gente por una vida más allá de la muerte, y que la muerte no significa el fin de la existencia de uno. La sabiduría popular china dice: «Aunque uno no crea en nada, es bueno saber qué esperar en caso de que las suposiciones de uno estén equivocadas». Mientras tanto, muchas personas que tuvieron experiencias cercanas a la muerte relatan un viaje a través del cielo, o el infierno.

Viaje al Paraíso Occidental: el mundo de la Felicidad Suprema

El maestro Kuanjing de Fujian tuvo una visión mientras meditaba en una cueva en la provincia de Yunnan, cerca de Mile, en 1967. Contempló a la pusa Guanyin, una deidad del Paraíso Occidental. Lo acompañó durante un aparente breve viaje a través de ese mundo, una visita que a Kuanjing le parecieron unas pocas horas. En realidad, habían pasado seis años cuando regresó. Documentó algunas de sus experiencias y las publicó en 1987 en su libro «Notas del viaje al Mundo de la Felicidad Suprema».

Según sus recuerdos, la deidad le permitió sumergirse en un mundo completamente nuevo, un mundo desprovisto del nacimiento, del proceso de envejecimiento, de la enfermedad, de la codicia, de los deseos y de la muerte. Esta existencia está reservada solo para aquellos que han alcanzado la iluminación.

Su primera experiencia con seres iluminados fue en la forma de un encuentro con tres monjes que apenas medían más de diez metros de altura. Uno de ellos amonestó a Kuanjing para que ayudara a sus semejantes a su regreso a abrazar una vez más el antiguo camino de la «cultivación». Sus semejantes deben creer en una existencia más elevada y asimilarse gradualmente y con el tiempo a esos niveles superiores.

Entonces Kuanjing deseó visitar al fo Amituo, el creador de la «Tierra Pura», en compañía de la pusa. En su camino se encontraron con una inmensa cordillera. Pero, como se reveló, esta inmensa cordillera no era más que la punta de los dedos de los pies del todopoderoso Amituo. De repente, Kuanjing creció lo suficiente como para llegar al ombligo de Amituo. Ahora podía admirar al todopoderoso buda. Se apoyaba en un ramo de lotos, hecho de flores demasiado numerosas como para contarlas. Una pagoda coronaba cada flor, emitiendo millones de luces de colores. El fo irradiaba impresionantes tonos dorados. Los ojos eran como océanos, y según Kuanjing, eran del tamaño de los océanos conocidos. Superado con tal belleza y perfección, Kuanjing expresó su deseo de permanecer allí, pero el buda le recordó la tarea que aún le esperaba a Kuanjing: ofrecer a la gente una salida a su dilema y rescatarlos.

Aunque este mundo es inaccesible para el hombre común, se dice que las deidades de los reinos celestiales observan a la humanidad, a la Tierra e incluso a todo el cosmos. Según el libro de Kuanjing, hay una torre llamada el «Pilar de la Vista Pura» que tiene la capacidad de ver a través de cada lugar del cosmos.

El maestro Kuanjing solo informó de la perfección de ese mundo, y dijo que nada que lleve a la lucha y al dolor en nuestra vida terrenal existe en ese mundo. Era un viaje al paraíso.

Un viaje infernal al inframundo

Otro relato, en un libro taiwanés de 1978 titulado «Un viaje a través del infierno», cuenta historias de lo opuesto a los cielos. El escritor describe escenas impresionantes:

«Comienza con un camino que termina inmediatamente en una montaña. A las almas compasivas que han hecho muchas buenas obras en sus vidas se les muestra un camino directo al cielo, mientras que la gente mala, cegada por una luz brillante y siniestra, se ve de repente absorbida por un agujero (bajo la montaña) hasta el infierno. Una vez allí, son juzgados y reciben un castigo según el Juicio Final. El castigo se administra en varias cámaras de tortura; se llevan a cabo asignaciones según los crímenes que estas personas cometieron durante su existencia terrenal. Se castiga el suicidio, el aborto, la prostitución, el adulterio e incluso la piratería de productos.

Adúlteros y prostitutas aguardan un horrible castigo en su cámara designada; sus almas se ven obligadas a nadar en olas turbulentas de excrementos, con el riesgo siempre de ahogarse. Después de esta experiencia, muchas de las almas simplemente se pudren. El castigo por la piratería es igualmente duro: las almas de esos empresarios se sumergen en enormes calderos de aceite hirviendo. Los jueces del inframundo no conocen la misericordia, según el libro. Cualquier criminal debe soportar un terrible destino.

El cielo y el infierno no podrían ser más contrarios. Creer o no creer en la vida después de la muerte es asunto de todos y cada uno debe decidir. Pero aquellos que no cometen crímenes tienen un plus de seguridad.


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