Análisis de las noticias
El gobierno de EE. UU. fue penetrado por agentes comunistas por primera vez en los años 30. Esto fue documentado por investigaciones del Congreso y autores tales como M. Stanton Evans, Herbert Romerstein, Diana West, y el expresidente de EE. UU. Herbert Hoover (entre otros).
Los comunistas se beneficiaron enormemente de la elección a presidente de Franklin Roosevelt en 1933. Fue Roosevelt quien abrió las relaciones diplomáticas con Moscú, incluso le dio la bienvenida al gobierno a los «progresistas». Antes de su inauguración, Roosevelt fue advertido por su predecesor, el presidente Herbert Hoover, sobre dos conspiraciones soviéticas en curso: una enorme operación soviética de falsificación que amenazaba al dólar; y un intento de derrocar al gobierno movilizando veteranos enfadados mediante el «Bonus Army«.
Las advertencias de Hoover fueron ignoradas por Roosevelt, quien no le veía nada malo al comunismo. Evans y Romerstein han señalado que el hecho de que Roosevelt reconociera a la Unión Soviética le dio a los comunistas un aura de legitimidad y los ayudó a «crear formidables redes de apparatchiks en suelo estadounidense».
En 1938, se organizó un Comité Especial de la Cámara sobre Actividades Antiestadounidenses, cuyo presidente fue el representante Martin Dies (demócrata por Texas). Cuando el comité quiso investigar la participación comunista en un importante sindicato de trabajo, la Casa Blanca convocó a Dies a una reunión con el presidente.
Cuando llegó a la Casa Blanca, Dies encontró a Roosevelt charlando con el senador John Sheppard (demócrata por Texas). Luego de que Dies ingresara, Roosevelt se dirigió a Sheppard y dijo: «Senador, ¿qué vamos a hacer con Martin?». Al senador le confundió la pregunta, así que Roosevelt aclaró: «Usted sabe, todo este asunto de investigar comunistas es un grave error». Roosevelt luego le dijo a Dies que no quería ninguna investigación de ese tipo.
La infiltración comunista que comenzó en los años 30 se aceleró después de que Estados Unidos se aliara con Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. Investigaciones del FBI y el Congreso mostraron que varios cientos de agentes soviéticos y miembros del Partido Comunista trabajaron para el gobierno de EE. UU. durante la guerra.
«A su debido tiempo, muchos operativos prosoviéticos alcanzaron puestos bastante altos», escribieron Evans y Romerstein, «lo cual hizo su lealtad a Moscú incluso más problemática».
Bajo el liderazgo de Roosevelt, la subversión comunista estaba destinada a prosperar. Para 1939, los comunistas habían establecido al menos cuatro «células» importantes dentro del gobierno de EE. UU. Según Hoover, «Estos informantes comunistas obtuvieron posiciones estratégicas en los servicios armados, en casi cada departamento civil, entre el personal de algunos de los comités del Congreso e incluso han tenido acceso a la Casa Blanca».
Hoover lo llamó «una arremetida» contra el pueblo estadounidense. Hay información detallada sobre esto porque cuatro agentes comunistas se presentaron como testigos. Estos fueron, en orden de importancia, Whittaker Chambers, Elizabeth Bentley, Louis Budenz y Hede Massing.
No es de sorprender que cuando parte de estos testimonios se hicieron públicos en 1948, el gobierno de EE. UU. intentó cubrirlo. En vez de expulsar a los agentes comunistas de puestos claves en el gobierno, la administración de Truman quiso procesar a Chambers por perjurio. Mientras tanto, el testimonio de Bentley, que se dio ante un gran jurado durante varios meses, no resultó en ni una sola imputación. El Departamento de Justicia (DOJ), entonces como ahora, estaba más inclinado a proteger a los subversivos comunistas que en procesarlos.
No hay mejor ejemplo de las malas prácticas del DOJ que el escándalo Amerasia, el cual comenzó en 1945. Para hacer la historia corta, se le hizo notar al FBI que una revista procomunista, Amerasia, había citado material de documentos clasificados del gobierno—específicamente, de un memo secreto de la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos).
La subsiguiente investigación del FBI descubrió que un funcionario del Departamento de Estado, John Stewart Service, estaba suministrando información confidencial a la revista. Cuando el FBI se movilizó para arrestar a tres de los involucrados, los investigadores descubrieron más de mil documentos del gobierno en las oficinas de Amerasia.
El director del FBI, J. Edgar Hoover, dijo que el caso era «irrefutable», pero el DOJ, contrario a la evidencia, tuvo una opinión diferente. Según registros del FBI, dos funcionarios de la Casa Blanca y varias personas del DOJ manipularon un gran jurado para «arreglar» el caso.
Sobornar un gran jurado es un crimen serio y Hoover sin duda se alarmó. En 1965, Budenz explicó que Hoover estaba destinado a volverse irrelevante, que la vigilancia contra el comunismo se había vuelto inaceptable al poder político. Por lo tanto se debía hacer un ejemplo del senador Joseph McCarthy (republicano por Wisconsin). ¿Quién iba a ser tan valiente para enfrentarse al «pantano» de Washington?
Roosevelt abrió la puerta a la subversión comunista, y desde entonces ha permanecido abierta. El presidente Harry S. Truman condenó la investigación del Congreso sobre esta subversión, y la etiquetó de «pista falsa». El presidente Dwight Eisenhower no quiso que se investigara al ejército de EE. UU. Quizá temía que el público descubriera que su ex vice, el General Walter Bedell Smith, era sospechoso de ser un agente soviético mientras encabezaba la CIA. Como Truman, Eisenhower prefirió ocultar la verdad.
Al presidente John F. Kennedy y a su hermano Robert no le gustaban los protocolos de seguridad que mantenían a sus amigos de la izquierda fuera de puestos gubernamentales delicados. Lo mismo se podía decir del presidente Johnson. El presidente Richard Nixon contrató a Henry Kissinger, pero Kissinger fue acusado por un doble agente británico de trabajar para la inteligencia militar soviética.
Una vez que los comunistas entraron al gobierno, ya era demasiado tarde para solucionar el problema por medios normales y parlamentarios. Una persona honesta en el gobierno no está en igualdad de condiciones con un comunista en el gobierno; el comunista no tiene estructuras morales ni escrúpulos, y puede destruirte con el poder del cargo que dispone. Un hombre honesto no pensaría en abusar de su cargo de esta manera.
Para empeorar el asunto, la prensa «guardián» no vigilaba nada en absoluto. Los comunistas se habían infiltrado en periódicos y en las principales cadenas de televisión, y si alguien intentara delatar a la subversión comunista hoy en día, sería catalogado de «macartista».
La prensa, hasta cierto grado, ha retorcido la mente de las personas. Las mentiras que ha dicho en relación al comunismo y al anticomunismo son demasiadas. El cínico cálculo detrás de estas falsedades está arraigado en éxitos pasados. Los comunistas han engañado al público una y otra vez. ¿Quién los puede detener?
Por todo el gobierno, medidas de seguridad apropiadas han sido puestas a un lado hace ya mucho tiempo. En los 60, los que intentaban resistir la infiltración comunista, como Otto Otepka del Departamento de Estado, terminaban procesados por el mismo DOJ que sobornó al gran jurado en el caso Amerasia.
En palabras de un exexperto en contrainteligencia de la CIA, James Angleton, «Nunca entendí la gran ventaja que los rusos tenían sobre nosotros. […] Como estadounidenses, no estimamos tanto a los secretos. Dios, era una explicación tan sencilla».
Queremos sentirnos bien sobre nuestra situación pero deberíamos sentir vergüenza. Día tras día estamos tentados a falsificar y evadir. La «gran mentira» de nuestro tiempo, por supuesto, es la mentira del comunismo; o más bien, las muchas falsificaciones placenteras que el comunismo promueve. Estamos parados al borde de un abismo.
El presidente Donald Trump está bajo ataque. Para entender por qué, debemos primero entender la historia de la subversión comunista: el Estado Profundo es la quinta columna comunista, y la quinta columna comunista es el Estado profundo.
J. R. Nyquist fue columnista de WorldNetDaily, SierraTimes y el Financial Sense Online. Es autor de los libros «Orígenes de la Cuarta Guerra Mundial» y «El necio y su enemigo»; también es coautor de «Las nuevas tácticas de la guerra global».
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de La Gran Época.
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¿Por qué el comunismo no es tan odiado como el fascismo?
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