Nicaragua ha aparecido repentinamente en las noticias internacionales, después de que su gobierno autoritario matara al menos a 47 manifestantes en abril. Las protestas continúan, pero la cobertura mediática olvida mencionar que la violencia y la ilegalidad son el modus operandi estándar de Daniel Ortega y su pandilla socialista.
El ascenso de Ortega, de guerrillero marxista a presidente, es una advertencia para las naciones que luchan con sus propios terroristas, como Chile y Colombia. Demuestra cómo se puede secuestrar una democracia y por qué debemos limitar el poder del Estado, ya que los peores a menudo llegan a la cima.
Las ambiciones políticas de Ortega comenzaron con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), donde se convirtió en un líder terrorista decidido a derrocar al entonces presidente Anastasio Somoza. El primer crimen de la joven guerrilla del FSLN fue el robo de bancos, pero eso no fue nada comparado con lo que estaba por venir.
Los guerrilleros del FSLN estaban más unidos por su hambre de poder que por la ideología, hambre que continúa en el rebautizado partido político. El supuesto héroe de los sandinistas, Augusto Sandino, era un hombre deshonesto, perturbado, un aspirante a libertador que seguía el dictado marxista-leninista de que el fin justifica los medios.
Ortega y sus compañeros continuaron con esa mentalidad y no dejaron que la voluntad de los nicaragüenses impidiera su afán por el poder. De hecho, Ortega salió de prisión como parte de un acuerdo de rescate y luego recibió entrenamiento guerrillero en Cuba. El FSLN también tomó como rehén a todo el Congreso nicaragüense para un segundo pedido de rescate.
Aunque el mandato de Somoza habría terminado en las elecciones programadas para 1980, lo que nunca ocurrió, el FSLN reclutó a combatientes mediante amenazas y derrocó al gobierno nicaragüense en julio de 1979. Querían una dictadura al estilo castrista, con Ortega al mando, y recibieron fondos y apoyo estratégico de los comunistas cubanos y soviéticos. El presidente estadounidense Jimmy Carter también bloqueó el comercio y las armas a Nicaragua, dejando a Somoza sin dinero e indefenso.
La guerra innecesaria del FSLN causó la muerte de decenas de miles de personas, sin mencionar la pobreza paralizante del conflicto y las políticas comunistas de confiscación de tierras y planificación central. Más de un millón de nicaragüenses huyeron de la nación centroamericana, cuya población es ahora de unos 6 millones.
Desafortunadamente, los asesinatos no terminaron cuando Ortega tomó el poder. No solo ignoró las libertades civiles, sino que financió a guerrilleros en El Salvador y aplastó a la disidencia del pueblo misquito en la costa caribeña. Los misquitos rechazaron la reubicación forzada y el control centralizado en Managua, pero una brutal campaña militar a principios de la década de 1980, incluyendo el bombardeo de aldeas, hizo que miles huyeran a Honduras como refugiados.
Quizás la mayor tragedia es que Ortega logró regresar al poder en 2007, después de haber sido derrocado en 1990. Más viejo y astuto, amañó las elecciones de 2006 con dinero canalizado por su aliado socialista, el difunto presidente venezolano Hugo Chávez. Ambos tenían una alianza secreta con lavado de dinero de facto, explica Wilber López, tesorero del nuevo partido político Ciudadanos por la Libertad.
Con la bandera del socialismo del siglo XXI, Ortega gastó más del doble que su adversario más cercano, y eso es solo lo que informó públicamente. Se coló con el 38 % de los votos, que antes de una favorable reforma electoral no hubieran sido suficientes para ganar. Luego aprovechó su posición para imponer la reelección indefinida y para expulsar a 16 opositores de la Asamblea Nacional.
Debido a su control arrollador de las cortes, el sistema electoral y la economía, pocos pueden competir con Ortega para desbancarlo, sin importar su popularidad. Incluso autodenominados sandinistas se oponen a él —de ahí la escisión del Movimiento de Renovación Sandinista—. No obstante, todos los que se interponen en su camino sufren represalias, incluso letales, como los manifestantes han vivido recientemente.
López asegura que Ortega ha construido en pleno siglo XXI una dictadura y un estado policial con control absoluto y una «democracia condicional». Conscientes de la farsa, muchos de los candidatos de la oposición que todavía tenían personería jurídica boicotearon las elecciones de 2016.
El régimen sandinista de Ortega se parece cada vez más a una dinastía familiar, mucho peor que la familia Somoza que derrocó. Su esposa, la primera dama, ha sido vicepresidenta desde 2017, después de haber sido portavoz del gobierno, diputada y ministra de Cultura.
Adonis Sequeira, miembro de la junta directiva de la red de activistas liberales Estudiantes por la Libertad, explica desde Managua que la familia Ortega ha construido un club mercantilista para obtener favores políticos, modalidad conocida como clientelismo. Reparten preciosos contratos gubernamentales a sus compinches, con ayuda financiera de miembros de la Alianza Bolivariana como Bolivia, Ecuador y Venezuela.
Este modelo, dice Sequeira, no es nuevo en Nicaragua, donde anteriormente ya existía una centralización de los negocios vulnerable a la corrupción. Las empresas normales «simplemente se mantienen alejadas de la política y han decidido no enfrentarse directamente a Ortega para mantener abierto el diálogo y la aprobación de leyes relativas a sus sectores».
Sin embargo, un miembro de la familia presidencial ha quedado excluido del poder: Zoilamérica Narváez Murillo, quien reveló el abuso sexual por parte de su padrastro Ortega desde que ella tenía 11 años. Aunque sigue considerándose sandinista, Narváez ha sido condenada al ostracismo por su madre, la vicepresidenta, y se ha unido a los desertores que denuncian la impunidad y la concentración de poder.
Para sofocar las recientes protestas generalizadas, Ortega ha aceptado un proceso de diálogo. El pronóstico es desalentador si nos atenemos al resultado de la misma estrategia en Venezuela. Los recientes acontecimientos confirman que Ortega hará todo lo que crea necesario para permanecer en el poder, incluido recurrir al apoyo de Rusia. Sequeira cree, por ejemplo, que la verdadera cifra de muertos en las protestas ronda los 70, ya que muchas personas han desaparecido.
Sin embargo, él y otros jóvenes activistas quieren una solución pacífica. Esperan que el diálogo pueda poner fin a los asesinatos por motivos políticos y otorgar cierto espacio para reclamar la institucionalidad y el Estado de derecho. Eso podría ser el inicio del fin de Ortega, el regreso de los límites constitucionales a la reelección presidencial y la descentralización del poder judicial.
Pese a las adversidades, Sequeira subraya la importancia de evitar llegar a esta situación desde un inicio. Por más que intente ocultarlo, Ortega sigue siendo un brutal terrorista marxista hasta la médula. Consigue lo que quiere mediante la fuerza y se apoya en otros tiranos para lograr su propósito.
Fergus Hodgson es fundador y editor ejecutivo de la publicación de inteligencia Antigua Report. También es editor para Gold Newsletter y director editorial del American Institute for Economic Research.
Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen al autor y no necesariamente reflejan la opinión de La Gran Época.
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