En 2006, una mujer china de la metrópolis de Chongqing al suroeste fue secuestrada por un grupo de hombres que la ataron y llevaron a un hospital militar. Allí, estuvo cerca de convertirse en una víctima de sustracción forzada de órganos, un negocio manejado por poderosos grupos del régimen comunista, los cuales se cree han asesinado decenas de miles de personas inocentes.
Ahora en sus 40 años, Deng GuangYing luce y se ve como una campesina común china. Fue este aspecto pudo conducirla a una sala de cirugía para sustraerle los órganos, dijo en una entrevista el 24 de enero a la cadena televisiva, New Tang Dynasty Television (NTD), con sede en Nueva York.
«Ese día, este grupo de personas me ataron y me enviaron a un quirófano en el hospital 324 del Ejército Popular de Liberación. No podía moverme en absoluto», dijo.
Cuando un médico llegó a la habitación y le pidió su consentimiento para «donar voluntariamente sus órganos», ella supo que quería su vida.
«Yo le respondí de inmediato, ‘esto no es voluntario, me arrastraron aquí por la fuerza. Nunca voy a donar mis órganos. Yo no quiero morir, quiero ir a casa». Deng se salvó sólo cuando el jefe local de la policía paramilitar irrumpió en la habitación. «Deng Guangying tiene un familiar que trabaja en el gobierno», dijo. «La operación no puede continuar». De inmediato la dejaron ir.
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Deng también fue entrevistada por Boxun, un sitio web disidente en idioma chino con sede en los Estados Unidos.
Cuando el grupo de hombres irrumpieron en su casa de alquiler, la golpearon, robaron todos sus objetos de valor, y luego la secuestraron, ella creyó que eran delincuentes comunes. Poco después se dio cuenta de que eran las autoridades quienes la tenían. Los hombres que la llevaban eran policías y trataron de hacerle firmar documentos legales para que donara sus órganos, dijo.
«Sé que la gente es secuestrada en secreto», dijo Deng. «Varias personas que conozco han sido asesinadas de esta manera».
Cuando se negó a firmar, la policía la amenazó con mutilarla. Ella insistió, y le cortaron sus dedos. Cuando gritó, la policía la golpeó hasta que había perdido siete dientes y quedó sorda de su oído derecho.
Deng recordó a la policía diciendo, «órdenes superiores: Aquellos que tienen órganos sanos deben donar».
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Al ver que no eran capaces de obligarla a firmar el documento, la policía viajó a las casas de sus familiares en Hechuan, un distrito de Chongqing, para presionarlos.
Primero fue el hermano menor de Deng, quien se negó a firmar el acuerdo. Su hermano mayor cedió después de que le ofrecieron un soborno por unos 7.000 dólares.
Lo que salvó a Deng fue el hecho de que un pariente suyo era un funcionario de la fiscalía en Chongqing. Su hermano menor lo contactó, y éste movió influencias con la policía para que cancelaran la operación, dijo a NTD.
De acuerdo con investigadores de derechos humanos, las autoridades chinas han estado sustrayendo los órganos de disidentes y presos de conciencia desde la década de 1990. Informes estiman que 60.000 personas, la mayoría de ellos practicantes de la práctica espiritual Falun Gong, fueron asesinados de esta manera, entre 2000 y 2008.
Búsqueda de justicia termina en violación
Indignada por su experiencia, Deng Guangying trató de apelar su caso. En Chongqing, esto resultó inútil.
Zhou Hongliang, un funcionario de la oficina de quejas de Chongqing, le dijo rotundamente que los hombres detrás de la sustracción de órganos no eran otros que el jefe del Partido Comunista de la ciudad, Bo Xilai, y su jefe de policía, Wang Lijun. Bajo este ambiente político, sería imposible hacer algún progreso.
En 2013, cuando Bo y Wang fueron purgados después de perder una lucha de poder con el nuevo líder de China, Xi Jinping, Deng pensó que tenía una oportunidad para que se hiciera justicia.
Ella fue a Beijing, pero las experiencias que le esperaban allí eran aún peores. Con su familiar incapaz de protegerla, la policía no sólo desestimó su caso, sino que la llevó a un campo en las afueras de la capital y la violó. Los oficiales involucrados tomaron fotos y trataron de obligarla a que aceptara 100 yuanes (alrededor de 15 dólares) con el fin de hacerla pasar como a una prostituta.
Cuando Deng resultó embarazada por este incidente, la policía de Beijing la obligó a que bebiera una solución que la indujera al aborto involuntario.
Al mismo tiempo, al intentar presentar una demanda se encontró con amenazas, vigilancia, y otras formas de interferencia.
«Muchas peticionarias son violadas y asesinadas en Beijing», dijo Deng. «El año pasado, los cuerpos de mujeres y prendas de vestir pertenecientes a la policía fueron encontrados más allá de las colinas de Lucun».
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