¿Existe una cura “de oro” para una epidemia? Aquí una historia que podría darnos una idea.
Según cuenta la historia, un chef imperial se jubiló y regresó a su pueblo natal. Rico y famoso, en un momento se aburrió porque no tenía nada para hacer. Así que contrató unas cuantas personas inteligentes y abrió una taberna que se hizo muy popular, y los locales disfrutaban pasar el tiempo allí con amigos e invitados.
Pero luego una terrible plaga brotó en el condado. La corte imperial envió un equipo médico especial para tratar a los enfermos, pero no podía encontrar la fuente del contagio y ninguna de los medicamentos que usaron lograron algo.
La situación empeoró y la gente moría por todos lados. Todos estaban aterrados. Sin importar qué tan ricos fueran, no había medicamentos ni tratamiento para curar la plaga.
Una persona podría parecer normal en un momento y sin aviso caía muerto poco tiempo después. Las calles, alguna vez llenas, estaban desiertas. Aquellos que vivían en las calles, ya miserables, caían y morían, sus cuerpos quedaban tirados en las calles. La gente golpeada por el pánico, se daba cuenta cuán impredecible es la vida.
Los funcionarios de la corte se sentían profundamente desesperanzados y los funcionarios de alto rango y dignatarios estaban muertos de miedo. Sus riquezas, méritos y fama, de repente no valían nada. La única cosa que tenían en su mente era cómo sobrevivir.
La taberna del chef imperial había cerrado hace tiempo y él había cortado comunicación con el mundo exterior, encerrado en su lujosa residencia todo el día. Pero la plaga lo encontró de todos modos. Comenzó a sentirse débil y a menudo se retorcía de dolor. Se sentía mareado y comenzó a vomitar sangre. También había sangre en sus heces.
Sintiendo que sus días estaban contados, el viejo chef subió al lugar más alto de su residencia y miró alrededor del vecindario. De repente se llenó de emoción y lágrimas: “¿De qué sirve la fama? He sido un chef imperial famoso y no obstante no tengo el poder de resistir esta enfermedad. La mala fortuna nos puede tocar en cualquier momento. Nadie puede escapar”.
Luego pensó: “Como me estoy muriendo, ¿de qué me sirve quedarme con toda esta riqueza? Bien podría dársela a los pobres para que puedan tener algo para comer o ropa decente para vestir”.
Con ese tipo de pensamiento en su mente, dejó de tener miedo. En vez, sintió que su corazón estaba lleno de energía positiva y fuerza en sus extremidades.
Abrió las puertas de la taberna y le pidió a aquellos valientes que cocinaran estofado para los pobres todos los días. Les dijo a sus sirvientes que les dieran la ropa a aquellos que vestían harapos. También envió gente a enterrar los cadáveres que yacían tirados en las calles.
Viendo lo que estaba haciendo, muchas otras personas ricas hicieron lo mismo, pensando: “Si voy a morir, bien podría hacer algo bueno y significativo”. Gradualmente, el miedo de la gente hacia la plaga desapareció y las calles desiertas volvieron a la vida.
Todos en el pueblo estaban llenos de bondad. La gente era amable y no había más peleas ni malos tratos.
Un mes después, el viejo chef de repente se dio cuenta de que se había recuperado y su cara tenía un brillo saludable.
Una noche, el chef soñó que un maestro daoísta volaba hacia él montado sobre una grulla y se paraba frente a él. El daoísta le susurró al oído: “Su poderosa virtud se ha ganado la cura de oro. ¿Por qué molestarse con medicinas herbales? Su milagrosa energía creó elixires de oro para curar la plaga. He visto su gran virtud. ¡Venga y llévese los elixires!”.
El chef extendió la mano para agarrar la caja en sus sueños y se despertó sobresaltado. Vio que realmente tenía una caja con elixires. Emocionado y agradecido, hizo una reverencia hacia donde estaba el maestro daoísta.
Al día siguiente, el chef disolvió algunos elixires en varios woks grandes según las instrucciones de la caja y las repartió a los pacientes cercanos y lejanos. Todos se recuperaron inmediatamente después de tomar la poción.
El chef luego se llevó los elixires restantes al palacio imperial en la ciudad capital. La plaga, que había hecho destrozos por meses, terminó.
Cuando el emperador escuchó lo que había pasado, se dio un baño, cambió sus ropas, se sentó en una habitación solo y reflexionó sobre sus actos malos. Luego, con sinceridad y respeto, escribió, con caracteres grandes: “La virtud, la cura de oro”.
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