No olvidemos nunca la masacre de la plaza Tiananmen de 1989

Debemos aprender las lecciones del 4 de junio de 1989 para el futuro del mundo

Por Benedict Rogers
04 de junio de 2022 6:50 PM Actualizado: 07 de junio de 2022 5:28 PM

Comentario

Mientras observaba los desfiles militares al comienzo de las celebraciones del Jubileo de Platino de la reina Isabel II el 2 de junio, me sentí lleno de admiración por los hombres y mujeres de uniforme que no solo marcharon y tocaron música con notable precisión y disciplina, sino que su propósito es defendernos como país y nuestros valores de libertad, democracia, Estado de Derecho y derechos humanos.

Responden a un gobierno civil elegido democráticamente y a una monarca que, aunque no haya sido elegida, encarna tanto en su papel como en su carácter la garantía constitucional de salvaguardar nuestra democracia.

Decenas de miles de personas se unieron a las celebraciones en los parques y calles de Londres, y millones más participaron en todo Reino Unido y en todo el mundo. Me sorprendió saber a través de los comentarios de los medios de comunicación que la Commonwealth, una red de 54 países que tiene a la reina como líder, representa a 2600 millones de personas, casi un tercio de la población mundial.

Pero mientras celebramos el extraordinario 70 aniversario de la coronación de la reina, mis pensamientos se dirigen rápidamente a otro aniversario que conmemoramos hoy, la masacre de la plaza Tiananmen en Beijing el 4 de junio de 1989.

Hace hoy 33 años, en China, el país más poblado del mundo con 1400 millones de habitantes, Beijing ordenó a su ejército que dirigiera sus armas y tanques contra sus propios ciudadanos. Se calcula que el número de muertos es de al menos 10,000, y que hubo miles de heridos, detenidos, encarcelados y torturados.

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Tanques en una calle de Beijing el 6 de junio de 1989, dos días después de la represión de las protestas prodemocráticas en la plaza Tiananmen. (David Turnley/Getty Images)

Parafraseando el título de la novela de Charles Dickens «Historia de dos ciudades», este fin de semana el mundo se centra en una historia de dos ejércitos: el Ejército Británico, con la reina a la cabeza, epítome del servicio público y el deber, y el Ejército Popular de Liberación, con los dictadores del Partido Comunista Chino (PCCh) al mando, encarnación de la represión, la inhumanidad, la crueldad, la deshonestidad, la impunidad y la criminalidad.

Nadie sugeriría que el ejército británico es perfecto, pero la diferencia es la siguiente: es responsable ante el pueblo a través de nuestros líderes elegidos democráticamente, el sistema aborda los actos ilícitos y su objetivo es proteger al país, a su gente y sus valores, no a un partido político o una ideología. Por el contrario, el nombre del Ejército Popular de Liberación es poco apropiado. Está en contra del pueblo y de la «liberación». Debería llamarse «Ejército Popular de Represión».

Por eso es tan vital que recordemos el aniversario de la masacre de la plaza Tiananmen por tres razones.

En primer lugar, el régimen del PCCh está tratando desesperadamente de hacernos olvidar. En toda China, generaciones de personas han crecido desde 1989 sin conocer las escenas de barbarie que ocurrieron en la plaza Tiananmen, en las calles aledañas y en ciudades de todo el país el 4 de junio de ese año.

Los carniceros de Beijing y sus sucesores en Zhongnanhai han censurado las noticias, difundido la propaganda y lavado el cerebro de la gente con tanto éxito que muchos no lo saben realmente, y los que lo saben tienen miedo de recordarlo.

Hasta hace tres años, Hong Kong era el único lugar bajo soberanía china que podía seguir conmemorando la masacre del 4 de junio. Miles de personas se reunían cada año en el Parque Victoria. Cuando vivía en Hong Kong durante los primeros cinco años después del traspaso, me unía a la multitud en una vigilia con velas. Ahora esas vigilias están prohibidas por la draconiana ley de seguridad nacional impuesta por Beijing en Hong Kong.

Algunos activistas, como el abogado Chow Hang-tung, cumplen largas penas de cárcel por organizar estas vigilias. El año pasado no se permitió ninguna vigilia formal, pero las iglesias católicas celebraron misas y los hongkoneses encendieron la luces de sus celulares en señal de homenaje.

Este año, la Iglesia católica de Hong Kong ha dicho que no celebrará ninguna misa, y la policía cerró el Parque Victoria, advirtiendo que incluso visitar un parque el 4 de junio podría ser un delito. Las reuniones ilegales pueden suponer cinco años de cárcel. Es de suponer que encender la linterna de un celular también es arriesgado.

A finales del año pasado, todos los símbolos que quedaban en recuerdo de la masacre de la plaza Tiananmen —la Columna de la Vergüenza, la Diosa de la Democracia y otros recuerdos— fueron derribados y prohibidos. Beijing quiere borrar el recuerdo de la masacre del 4 de junio, incluso en Hong Kong.

A pesar de ello, algunos valientes hongkoneses encontraron formas de conmemorar el aniversario. En el campus de la Universidad China de Hong Kong se escondieron estatuillas en miniatura de la Diosa de la Democracia, desafiando a las autoridades.

Un hombre sostiene un teléfono móvil iluminado cerca del Parque Victoria, lugar tradicional de la vigilia anual de Tiananmen, el 04 de junio de 2022 en Hong Kong, China. (Anthony Kwan/Getty Images)

Esta es una razón más para que los que tenemos libertad fuera de China nos aseguremos de que el foco de atención siga estando en el aniversario del 4 de junio. Hoy mismo hablaré en tres mítines diferentes en Londres, en lugares clave: frente a la residencia del primer ministro en Downing Street, en Piccadilly Circus y frente a la embajada china. No debemos ser silenciados.

La segunda razón por la que debemos mantener la atención en la masacre de la plaza Tiananmen es simplemente esta: deberíamos haber aprendido la lección en 1989 de que un régimen que vuelve sus armas contra su pueblo no es un régimen en el que se pueda confiar, respetar o legitimar. Dice mucho sobre la naturaleza y el carácter de un régimen si está dispuesto a masacrar a miles de manifestantes pacíficos a la vista de todo el mundo.

Hasta hace poco, no habíamos aprendido esa lección. Durante un tiempo, yo incluido, muchos de nosotros creímos ver signos de liberalización en China en la década de 1990 y principios de 2000. Viajé más de 50 veces a China a lo largo de ese período, incluso viví en China varias veces por períodos cortos y viví en Hong Kong durante los primeros cinco años después del traspaso. Hice muchos amigos chinos, entre los que se encontraban abogados de derechos humanos, blogueros, líderes religiosos y activistas de la sociedad civil, que en aquel momento parecían tener un cierto espacio y que se sentían cautelosamente optimistas de que este espacio podría expandirse más.

Pocos de nosotros éramos tan ingenuos como para no entender que el régimen del PCCh siempre fue represivo, pero sí parecía que, durante un tiempo, las líneas rojas se habían distanciado y el espacio para un cierto grado de pensamiento libre se había ampliado. Durante la última década del mandato de Xi Jinping, ese punto de vista se ha invertido por completo, ya que se ha cerrado literalmente todo ese espacio y muchos de sus habitantes han sido encerrados.

En la actualidad, en China se producen continuamente en cámara lenta masacres como la del 4 de junio. No con tanques y armas, sino con leyes represivas, campos de prisioneros, tecnología de vigilancia e instrumentos de tortura.

Los uigures se enfrentan a un genocidio, como reconoce cada vez más la comunidad internacional. Las atrocidades en el Tíbet han aumentado. La persecución de los cristianos se ha intensificado. Ha continuado la persecución a Falun Gong y la sustracción forzada de órganos. Y Hong Kong ha pasado de ser una de las ciudades más libres y abiertas de Asia a un estado policial.

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Los miembros del Parlamento británico del Partido Conservador Nusrat Ghani (C), Sir Iain Duncan Smith ( D), y la directora del Reino Unido del Congreso Mundial Uigur, Rahima Mahmut, en una manifestación en la que se pide al Parlamento británico que vote a favor de reconocer la supuesta persecución de la minoría musulmana uigur de China como genocidio y crímenes contra la humanidad, en Londres, el 22 de abril de 2021. (Justin Tallis/AFP vía Getty Images)

Me negaron la entrada a Hong Kong en 2017, tanto yo como mi madre hemos recibido numerosas amenazas en los últimos años, y la policía de Hong Kong me ha advertido oficialmente de que podría enfrentarme a la cárcel en Hong Kong si me ponen las manos encima. Eso no me preocupa porque poco pueden hacer mientras no me extraditen, pero ilustra los peligros que corren los hongkoneses, los uigures, los tibetanos y los disidentes exiliados de la China continental. Si el PCCh está dispuesto a amenazar a un activista extranjero de esta manera, los peligros para los que considera su «propio pueblo» son aún mayores.

Y eso me lleva a la tercera razón por la que el aniversario de hoy es importante. Siempre debemos aprender de la historia. La invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin nos ha enseñado sin duda eso. Un régimen al que se le permite masacrar impunemente a miles de personas no solo es una amenaza para su propio pueblo, sino que se convierte en una amenaza para nosotros.

Todas las dictaduras son como los malos conductores con un ojo en el espejo retrovisor. Si nadie intenta detenerlos por su exceso de velocidad o por su conducción en estado de ebriedad, seguirán causando una masacre. Hasta ahora, durante 33 años, el resto del mundo no ha conseguido mantener a raya al régimen del PCCh y, como resultado, éste se ha envalentonado. Por eso hoy tenemos un genocidio uigur, la destrucción total de las libertades de Hong Kong, la tragedia continua del Tíbet, la persecución religiosa, la sustracción de órganos y el ataque total a la sociedad civil en China.

En mi nuevo libro, «El nexo con China: Treinta años dentro y alrededor de la tiranía del Partido Comunista Chino», que se publicará en octubre, entrevisté a varios destacados activistas y periodistas que estaban en Beijing el 4 de junio de 1989. Y sus historias son coherentes.

Yang Jianli, un destacado activista chino exiliado, me dijo que en la mañana del 4 de junio, él y sus colegas entraron en la plaza en bicicleta.

«Vimos a las tropas abrir fuego, y vimos a mucha gente muerta», me dijo en una emotiva llamada online. «Fue muy difícil de creer. Vi tanques moviéndose a gran velocidad, gases lacrimógenos, fuego de ametralladora, y oí muchos gritos. Eso fue lo que me impulsó a convertirme en activista».

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Atendido por otras personas, un periodista extranjero no identificado (2ºD) es sacado del lugar del enfrentamiento entre el ejército y los estudiantes cerca de la plaza Tiananmen el 4 de junio de 1989. Según Amnistía Internacional, cinco años después del sofocamiento del movimiento prodemocrático chino, «miles» de presos seguían en la cárcel. (Tommy Cheng/AFP/Getty Images)

La veterana periodista canadiense Jan Wong, autora de «Red China Blues», que estuvo en la plaza Tiananmen el 4 de junio de 1989, me contó lo que vio de primera mano.

«Disparaban, la gente corría y la gente intentaba rescatar a otros», dijo. «Sacaron cadáveres en asientos de bicicleta y en bicitaxis. Solo corrían hacia los disparos».

Más tarde, esa misma noche, la propia Wong se libró por poco de una bala disparada contra la pared del Hotel Beijing, a escasas pulgadas del balcón donde había estado observando la carnicería.

Wong vio la tristemente célebre escena del «hombre tanque» en tiempo real.

«El ejército había atropellado a la gente y yo había visto los tanques. Entonces mi marido señaló a este hombre que estaba de pie frente a un tanque. … Vi todo este baile entre el ‘Hombre Tanque’ y el tanque. Intentó parar el tanque como un portero de fútbol. Luego se subió al tanque, intentó hablar y volvió a bajarse», recordó. Luego «se fundió con la multitud».

Además del «hombre del tanque», Wong cree que el conductor del tanque fue un «verdadero héroe» porque se negó a atropellar al hombre.

Un hombre sostiene un poster del famoso «Hombre del tanque» durante la Masacre de la Plaza Tiananmen de 1989, durante una conmemoración a la luz de las velas en el Parque Victoria en Hong Kong el 4 de junio de 2020. (ANTHONY WALLACE/AFP a través de Getty Images)

Creo que debemos hacer tres cosas en el futuro.

Tenemos que asegurarnos de que la historia guarde un registro de que —a pesar de los mejores esfuerzos de Beijing— las masacres de 1989 no se olviden y que un día la causa por la que tantos dieron sus vidas prevalezca en China: la libertad, la justicia, la paz y la verdad.

Luego hay que tratar de encontrar a los «conductores de tanques» del régimen que se negaron a atropellar a la gente. Por difícil que sea, tenemos que hacer al régimen del PCCh lo que ellos hacen con tanta habilidad con nosotros: debemos aplicar una política de «divide y vencerás» y provocar su división.

Y al mismo tiempo, debemos crear un «Frente Unido» para luchar contra su «Frente Unido». Unidad no significa uniformidad. Podemos acoger y respetar la diversidad de pensamiento, estrategia, táctica y enfoque. Pero debemos esforzarnos por fomentar una «unidad de espíritu y propósito».

Hay que dejar de lado los egos y las rivalidades, suspender las agendas personales y que todos los que se oponen al régimen de Beijing encuentren la manera de trabajar juntos, o al menos de no trabajar unos contra otros. Solo cuando lo hagamos —y creemos nuestro propio «Frente Unido»— podremos tener la esperanza de avanzar.

Treinta y tres años después de la masacre, no permitamos que se olvide a los héroes caídos de China. Y recordemos al mundo libre —mientras una gran parte de él celebra este fin de semana un icono de la dignidad humana, la reina— el gran reto que tenemos por delante para enfrentarnos al problema del régimen del PCCh. La acción en ese frente contribuiría a respetar el legado de los que se levantaron —y cayeron— en la plaza Tiananmen en 1989.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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