La Gran Época se enorgullece de republicar “Una perversa persecución sin precedentes: Un genocidio contra lo bueno de la humanidad” (eds. Dr. Torsten Trey y Theresa Chu. 2016. Clear Insight Publishing). El libro ayuda a entender la sustracción forzada de órganos en China al explicar la raíz de esta atrocidad: el genocidio cometido por el régimen chino contra los practicantes de Falun Dafa, también conocido como Falun Gong.
Viví y trabajé en China por catorce años desde 1999 hasta 2003. Observé de primera mano las agresivas campañas de difamación y demonización desatadas por el Partido Comunista Chino (PCCh) y su entonces secretario general, Jiang Zemin. En esos días, nadie podría haber siquiera contemplado o previsto los diabólicos diseños de pesadilla que Jiang y una pequeña camarilla perversa que lo rodeaba estaban formando como «solución final» a la amenaza que ellos le atribuían a los pacíficos practicantes de Falun Dafa.
Hoy, la realidad del asesinato en masa y el robo de órganos de practicantes de Falun Dafa por parte del PCCh es incuestionable. La masiva evidencia de irreprochables fuentes nos obliga a dar por hecho la Matanza. Pero volviendo atrás, ¿qué tiene el sistema político chino que pudiera explicar el hecho de que desde 1999 una atrocidad –que de varias formas empequeñece a las atrocidades del Tercer Reich– haya continuado sin cesar en China?
¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué lo hizo posible? En retrospectiva, parece claro que la impresionante e histérica campaña de odio y veneno lanzada contra Falun Gong por Jiang Zemin tenía la intención de adormecer la sensibilidad de quienes serían llamados a cometer las más crueles atrocidades y torturas contra sus semejantes en nombre de una lucha heroica contra una «secta malvada» (¡no el Partido Comunista Chino, sino otra supuesta «secta malvada»!)
Yuxtaponiendo una característica distintiva de tanto la Alemania Nazi como de la China de hoy—una sociedad que alguna vez fue racional y civil y terminó gobernada por un «partido político despiadado […] que tuvo el cuidado de esconder sus actividades criminales del ojo público»— el veredicto de una Corte Eclesiástica Israelí notó la siniestra similitud en la que ambas persecuciones fueron recibidas por la comunidad mundial. (1)
La teoría de Goebbles de la «Gran Mentira» es tan conocida que no hace falta explicarla. Si la cuentas lo suficiente y la haces suficientemente grande, la gente la creerá. El Tercer Reich hizo uso pleno de este principio en su demonización de los judíos. Ellos tuvieron éxito en retratar a los judíos como una clase de subespecie, no exactamente humanos, y una amenaza peligrosa a la sociedad alemana.
Fui testigo de que esto fue lo que el PCCh hizo con Falun Dafa. No debería sorprender a nadie que los modelos para muchas de las políticas y campañas del PCCh se encuentren en la Alemania Nazi. El tal llamado Partido «Comunista» de China es comunista solo de nombre. En realidad se conforma perfectamente a la definición clásica de fascismo.
La campaña de la que fui testigo, que vi desarrollarse contra Falun Dafa en esos primeros años de persecución, incluso entonces me hacía recordar a diario a la demonización nazi de los judíos. Pero nunca hubiera podido prever las horripilantes revelaciones por venir.
Irónicamente, el gran vilipendio en los medios de comunicación hacia Falun Dafa en esos días solía acusar falsamente a los practicantes de Falun Gong de cometer las mismas clases de crímenes obscenos e inhumanos que ahora se sabe que el PCCh sigue cometiendo contra los practicantes de Falun Dafa, abogados de derechos humanos, disidentes, cristianos, uigures y tibetanos.
Fue Jiang Zemin quien al comienzo de la persecución acuñó la caracterización de Falun Dafa como una «secta malvada». Con el fin de atizar el fuego del odio contra este último grupo en una larga lista de víctimas que fueron blanco del PCCh en el curso de su historia, el PCCh publicó historias de practicantes de Falun Gong que mataban a sus hijos, ¡incluso hasta el punto de afirmar que los practicantes se comían a sus hijos!
Las inflamatorias historias de terror y cuentos fantasiosos que a diario se imprimían y televisaban en esos primeros años le dieron forma y contenido visceral a la creciente personificación de la imagen de «secta malvada» que estaba fabricando y diseminando el PCCh.
Una historia muy cubierta por la prensa china involucraba una persona que había puesto veneno para ratas en los fideos de un popular restaurante en Nanjing. Cuarenta y dos personas murieron. Estos asesinatos fueron atribuidos a las enseñanzas de Falun Gong. Aunque yo no sabía nada de Falun Gong en ese tiempo, no creí esa historia ni por un instante. Primero, tuve la fuerte impresión de que endosar a Falun Dafa la responsabilidad de este asesinato en masa había sido una idea de último momento de las autoridades chinas. El «juicio» del presunto asesino había sido muy publicitado y no hubo mención alguna a Falun Dafa en la cobertura de ese evento. Pero cuando se lo estaban llevando para ejecutarlo, la prensa parecía estar agregando el mensaje de que «Dicho sea de paso, él era un practicante de Falun Gong». Recuerdo claramente que la mayor parte de la historia ya se había desarrollado antes de que se creara esta presunta relación con Falun Dafa.
En esos días, parecía que nunca veía coberturas de la prensa que no estuvieran llenas de odio salvaje contra Falun Dafa, usualmente acompañadas de cuentos sobre prácticas diabólicas e inhumanas que supuestamente resultaban de estudiar Falun Gong.
De nuevo, aunque no tenía conocimiento de Falun Dafa durante los primeros años de la persecución, yo era muy escéptico de las acusaciones del PCCh. A los practicantes de Falun Dafa que eran víctimas de difamación por parte del PCCh, por supuesto se les negaba la oportunidad de responder a las acusaciones. Pero sé por larga experiencia personal que la China bajo el PCCh está basada en la mentira institucionalizada. Esto es verdad al punto de que la mentira de los líderes del PCCh, los órganos del partido y del gobierno, y los portavoces es prácticamente patológica. No son capaces de decir la verdad, aun cuando la verdad no les haga daño. El PCCh miente por principio general, incluso cuando no hay razón para esconder la verdad. Un chiste, tan difundido en China que es ahora un cliché, dice que «Lo único que es verdad en el Diario del Pueblo es la fecha». Así que yo era escéptico.
¿Cómo fue posible que el PCCh vendiera la «Gran Mentira» a tanta ciudadanía china?
Esta no es una pregunta simple. Es desconcertante, precisamente debido a la aparentemente abrumadora falta de credibilidad que sufre el PCCh en la opinión de la mayoría de los chinos. Al PCCh se lo odia ampliamente en China por muchas razones. Y ademas del odio, se sabe ampliamente que carece de todo rastro de credibilidad. ¿Entonces cómo es que el PCCh puede iniciar persecuciones continuamente contra supuestos parias y causar que mucha de la población china se alinee?
La observación de que China es una sociedad multifacética y compleja es un estereotipo. Pero es fundamental para entender la aparentemente inexplicable contradicción entre la extendida falta de respeto y temor al PCCh por un lado, y los repetidos éxitos que disfruta el PCCh con tantas de sus campañas de propaganda por el otro.
Creo que podemos identificar al menos algunos de los factores que causan estas desconcertantes contradicciones. Primero, como todos los Estados fascistas, China se beneficia inmensamente de complacer habilidosamente al patrioterismo y al nacionalismo. Crear amenazas imaginarias a la nación, tanto externas como internas, es un método tratado y comprobado. La historia de agresión imperialista y depredación de las potencias occidentales ha producido una actitud bastante esquizoide hacia esas potencias Occidentales. El PCCh ha sido notablemente exitoso en manejar el orgullo herido de China, el cual persiste como un legado corrosivo de su victimización por los invasores imperialistas durante los siglos XIX y XX.
Los chinos que detestan al PCCh marchan regularmente detrás de sus líderes para apoyar manifestaciones anti Estados Unidos o disputas territoriales contra el Tíbet, Taiwán y prácticamente cualquier isla en los mares del este o sur.
De forma similar, con respecto a asuntos nacionales, yo sabía que muchas personas que regularmente ridiculizan al PCCh por sus habituales mentiras, se tragan la línea del partido en asuntos particulares, sin pestañear.
Casi el 100% de los ciudadanos chinos, por ejemplo, parecen apoyar la pena capital. Cuando discuto contra ello sobre la base de que la ejecución de gente inocente es inevitable, casi siempre me encontraba con incredulidad. Típicamente, me decían que nadie juzgado por un crimen capital en China era inocente, porque la policía china nunca acusaría a nadie que no fuera culpable. ¡Pero la misma gente que hacía tales argumentos solían ser los críticos más estridentes del PCCh y del sistema chino entero! Era la misma gente que más a menudo atacaba la credibilidad del PCCh, sin embargo, aparentemente nunca se les ocurrió el hecho de que el PCCh microgestiona tanto a la policía como a las cortes.
Casi todos los abogados con los que trabajé en China recordaban con regularidad el chiste de que la fecha era lo único cierto en el Diario del Pueblo. Pero recuerdo vívidamente discutir con uno de esos abogados sobre la historia de una supuesta seguidora de Falun Dafa que asesinó a sus dos hijos. En ese tiempo, sin saber nada de Falun Dafa, yo no planteaba que la historia fuera necesariamente falsa. Simplemente cuestionaba por qué deberíamos creerla, dada la fuente.
La discusión había sido iniciada por un comentario de este abogado de que los practicantes de Falun Gong eran «gente terrible». Le pregunté por qué estaba tan seguro. Él respondió con el ejemplo de un doble infanticidio de una madre de Falun Dafa. «Pero», le pregunté, «¿cómo sabes que es verdad, que realmente pasó?» Él respondió que la noche anterior había visto un noticioso entero en televisión sobre el asesinato (¡y yo también!). Luego le recordé quién controla China Central Television (CCTV). Él es una persona que regularmente decía que nadie debería creer nada que se viera en los medios de comunicación del PCCh; pero aún así, ahora estaba insistiéndome que Falun Gong era claramente malvado y basaba su argumento en un programa de televisión aprobado por los censores de la Unidad Central de Propaganda del PCCh, en un tiempo en que el PCCh estaba montando otra masiva campaña contra otro supuesto «enemigo del pueblo».
Tuve una discusión similar con otra crítica y escéptica del PCCh sobre el presunto envenenador del restaurante en Nanjing. Otra vez, esta mujer denunciaba enojada a Falun Gong luego de leer en el periódico y ver en televisión que se decía que esta persona que iba a ser ejecutada había sido practicante de Falun Gong y había cometido sus crímenes como resultado de su práctica.
Cuando cinco supuestos practicantes de Falun Gong intentaron aparentemente un suicidio grupal autoinmolándose en la Plaza Tiananmen, el evento se saturó de cobertura tanto en la prensa como en los medios de TV. Fue muy efectivo. Mi observación en ese entonces fue que la mayoría de los chinos que vieron las historias quedaron indignados con Falun Gong como resultado.
Incluso yo acepté el «hecho» de que estas autoinmolaciones habían ocurrido y que la cobertura de las noticias era legítima. A diferencia de casi todas las otras historias anti Falun Gong que había visto, esta tenía filmaciones en vivo y yo fui testigo del horroroso evento «con mis propios ojos». No me puso en contra de Falun Gong por varias razones, pero en ese momento nunca consideré dudar de que el evento fuera real y que la cobertura de la prensa era genuina. Solo varios años después tuve la oportunidad de ver evidencia convincente de que el evento entero había sido un fraude montado por la policía de Beijing.
Todos los que están familiarizados con la persecución a Falun Gong ahora saben lo que realmente pasó. La filmación era genuina, pero lo que se cubría no. Claramente se demostró que los cinco que se mojaron con gasolina y se prendieron fuego no eran practicantes de Falun Gong; cada uno de los cinco «protestantes» tenía a la policía parada detrás con extintores de fuego listos para usar en segundos; y la ropa de los cinco estaba visiblemente abultada por lo que parecen haber sido materiales retardadores de fuego. También después me di cuenta de que los extintores más cercanos habrían estado normalmente muy lejos del centro de la Plaza Tiananmen. No hay forma de que diez oficiales de policía pudieran alcanzar a los manifestantes con los extintores a tiempo para apagar las llamas, a menos que todo el ejercicio haya estado montado y planeado con antelación.
Pero en ese tiempo no pensamos en esas cosas. En ese entonces no discutí que el evento estuviera montado. Mis argumentos con los abogados chinos y otros se limitaban a observar primero, que cada organización y movimiento atrae a algunos extremistas y que no condenamos al cristianismo cuando alguna madre desequilibrada en EE. UU. ahoga a sus cinco hijos en la bañera porque «Jesús me dijo que lo hiciera»; segundo, este acto podría haber sido un reflejo de la total desesperación que sintió esa gente al ser empujada al borde por la persecución; tercero, autoinmolaciones similares de monjes budistas en Vietnam a principios de los 60, y más recientemente en Tíbet, han sido consideradas actos de increíble heroísmo y autosacrificio.
Una lección que aprendimos de la persecución en China y de las campañas mediáticas que han facilitado esa persecución es esta: incluso gente que supuestamente ha aprendido a no darle credibilidad a nada presentado por el monopolio de medios de comunicación estatales puede ser aún engañada y manipulada repetidamente por esos mismos medios en ciertos casos. Si la «Gran Mentira» es repetida sin cesar; si el monopolio de los medios es absoluto y no hay respuesta posible de los acusados; si incesantemente se provoca el orgullo nacional apelando al patriotismo, o se aprovechan del temor a los enemigos ya sea internos o externos; entonces incluso la población que se considera demasiado sofisticada para ser burlada por los órganos de propaganda estatales será, de hecho, burlada, una y otra vez.
Los occidentales deber tratar de imaginar los efectos sobre una población cuando el 100% de sus medios impresos y audiovisuales son sujeto de un total monopolio de toda la información. Los ciudadanos desarrollan un cinismo completo y general, pero son propensos a ser repetidamente engañados sobre asuntos o eventos específicos que les son presentados desde un único punto de vista monótono. La persecución a Falun Dafa en los últimos quince años [Nota del editor: ya son veinte años] es un excelente ejemplo de esto.
Nuestros medios de comunicación occidentales son también muy sobornables de muchas maneras. Ciertamente, órganos mediáticos individuales en Canadá y Estados Unidos representan ciertos intereses y dan peso a la cobertura de sus noticias para beneficiar a esos intereses especiales. Pero la ausencia de un monopolio absoluto sobre los medios de comunicación, y especialmente la ausencia de un monopolio estatal, significa que el objeto de cualquier difamación normalmente encuentra alguna forma de responder y consigue que un punto de vista opuesto llegue a la opinión pública.
No debemos nunca subestimar del poder de una maquinaria propagandística aunque nadie la respete, si esta es la única fuente de información u opinión disponible. Sin dudas, había vecinos que sabían que la madre acusada no era practicante de Falun Gong, o incluso que ella no mató a sus hijos. Cualquier practicante de Falun Gong le podría haber contado a cualquier entrevistador que nada en las enseñanzas de Falun Gong aprueba cualquier forma de matar. Sin duda, había gente en Nanjing que podría haber dado evidencia de que el envenenador en masa allí no había sido nunca practicante de Falun Gong. Los practicantes de Falun Gong podrían haber fácilmente señalado que ningún practicante se sienta en la posición en la que se sentaron los supuestos autoinmoladores de la Plaza Tiananmen.
Pero ¿cómo podría alguien haber señalado alguna de estas cosas? ¿Cómo podría alguien colocar una teoría alternativa ante el público? No había forma abierta posible para ellos. No podían hacer que se publiquen cartas al editor; no podían escribir artículos de opinión para la página editorial; no podían dar entrevistas en programas de noticias en la televisión. Ni siquiera podían marchar en público con pancartas. Solo una voz era escuchada. Cuando este único punto de vista sobre cualquier asunto se repite hasta el hartazgo, día tras día, y nunca se escucha una voz disidente, no se presentan respuestas, entonces las mismas personas que nos aconsejaban nunca creer en nada de los medios del PCCh, comienzan a creer en el mensaje a pesar de sí mismos.
Cuando los practicantes de Falun Gong fueron acusados, no tenían foro dónde responder. Ya fueran culpables como los acusaron o víctimas de una cruel difamación, las respuestas de los practicantes de Falun Gong nunca alcanzaron al público chino.
Aún más, en los primeros años de persecución, a los ciudadanos no se los dejó para que absorbieran e ingirieran pasivamente la campaña de odio contra Falun Gong. Los muchos relatos en la prensa de ese tiempo sobre marchas masivas para denunciar a la práctica y hacer públicas las críticas de practicantes, hacen recordar precedentes históricos previos como las campañas antiterratenientes, las campañas antiderechistas, la Revolución Cultural, las campañas anti Confucio y anti Lin Biao. Tales campañas han sido siempre diseñadas para ayudar al PCCh a transformar a lectores u oyentes pasivos en participantes activos en la campaña de odio del día.
La participación real física en la persecución parece ser muy efectiva psicológicamente. Al participante se lo lleva a un grado mayor de compromiso debido a su propia complicidad. Durante la Revolución Cultural era común que las esposas tomaran parte en la condena pública y las graves golpizas contra sus propios maridos, con el fin de demostrar su propia pureza política y lealtad al movimiento. Tanto en ese periodo como en el curso de la persecución contra Falun Gong, la participación real ha servido en cierto grado como protección para evitar volverse blanco de la campaña.
Las acusaciones públicas y las golpizas arbitrarias de la policía, la incautación de propiedades y cuentas bancarias, empleadores forzados a despedir a quien se identifique como practicante de Falun Gong, las detenciones «administrativas» arbitrarias de rutina y el encarcelamiento de practicantes, todas estas cosas sirvieron para reforzar la aceptación tácita de que los practicantes de Falun Gong eran de alguna forma «no exactamente humanos» y que no se les debía el respeto básico que se merecen normalmente los humanos. Todas estas cosas jugaron un rol en hacer que la policía, los paramilitares, el personal médico y los guardias de prisión estuvieran dispuestos a cometer asesinatos, torturas diabólicas y los crímenes más horripilantes contra la humanidad que el mundo haya visto desde el Holocausto. Me refiero por supuesto, al asesinato masivo de seres humanos saludables, que se mantienen vivos como rebaño donante, para ser asesinados a demanda para que sus órganos sean vendidos por el Estado, con enormes ganancias.
Debemos recordar que a la población china en general nunca se le ha contado sobre los atroces e inhumanos crímenes que el PCCh ha perpetrado contra los practicantes de Falun Gong, tal como los nazis nunca reconocieron públicamente los Campos de la Muerte. La función de las campañas de deshumanización y demonización tanto contra los judíos como contra los practicantes de Falun Gong no involucró en ambos casos al público en general; mas bien sirvió para anestesiar a los agentes de Estado que serían reclutados para cometer las atrocidades. Los gritos de las víctimas tienden a caer en oídos sordos cuando los perpetradores de las atrocidades pueden racionalizar que las víctimas agonizantes son, después de todo, «solo judíos», o solo «miembros de una secta malvada».
El éxito de esta campaña de deshumanizar a los practicantes de Falun Gong queda quizás mejor ejemplificada en la cooptación de la profesión médica del país. Fuera de la China contemporánea y la Alemania Nazi, ¿quién podría concebir una profesión médica cuyos miembros estén dispuestos a tomar parte del asesinato rutinario de seres humanos saludables, que nunca fueron condenados ni siquiera por una «corte» china, ni hablar de una corte real? Fuera de Alemania en los años 30 y en la China contemporánea, ¿quién podría concebir «comités asesinos» compuestos por médicos en hospitales de trasplante en conjunto con «jueces» en «cortes» criminales chinas que cooperan en organizar el asesinato de «donantes» compatibles para proveer órganos frescos a ricos clientes que los esperan? Pero esa es la realidad de la profesión médica hoy en China. ¿Sería esto posible sin una campaña concertada por el PCCh para deshumanizar a los adherentes de Falun Gong? Lo dudo.
China, como puede atestiguar cualquiera que conoce el país, no es un un Estado sujeto al «Estado de derecho». La ley es lo que diga el tirano del día. Falun Gong fue declarado una «secta malvada» y apto para «enjuiciamiento» a través del vehículo de un simple edicto de Jiang Zemin. Aún así, no hay ni hubo sección del Código Penal Chino que pudiera estirarse bajo cualquier régimen legal legítimo como para que aplicara a Falun Gong. Incluso si lo hubiera, a las «cortes» nunca se les pidió que interpretasen la ley y que escuchasen la evidencia. La oligarquía del momento simplemente declaró culpables a todos los practicantes y procedió con la persecución.
De seguro, la misma existencia de un asesinato masivo para el robo de órganos, como atrocidad que aún continúa, deja en ridículo cualquier pretensión de que China es un país con Estado de derecho. Pero desde 1979 el PCCh ha hecho el esfuerzo de promover la apariencia de un sistema legal bona fide, tal como los hicieron los nazis durante la época del Tercer Reich. Es de crucial importancia para los opresores en Estados totalitarios, poder señalar la aparente forma de un sistema legal y afirmar que todas sus acciones tienen raíz en la ley.
Los hechos más reveladores que exponen la verdadera naturaleza fraudulenta del «sistema legal» chino son que el PCCh prohibió a las «cortes» chinas aceptar cualquier demanda de practicantes de Falun Gong que disputen la pérdida de sus derechos constitucionales, y todos los abogados chinos tienen prohibido representar legalmente a practicantes de Falun Gong.
La representación claramente falsa de que China es un Estado gobernado por el «Estado de derecho» y que los «tribunales» chinos son independientes ha servido como una herramienta esencial en el cultivo del respeto por China en el extranjero. Esta herramienta ha sido ampliamente utilizada tanto por el propio PCCh como por sus sirvientes en los gobiernos occidentales fuertemente inclinados hacia el PCCh.
Dos previos Primer Ministros canadienses, ambos amigos cercanos de líderes del PCCh responsables de las peores violaciones a los derechos humanos, proclamaban rutinariamente a los ciudadanos canadienses las supuestas «reformas legales» que falsamente anunciaban se estaban desarrollando en China. En el tercer año de persecución, Jean Chretien se paró hombro a hombro con Jiang Zemin y elogió los «…tremendos avances en derechos humanos que han sucedido en los últimos diez años bajo el liderazgo del presidente Jiang». Su sucesor, Paul Martin, no llegó a tal ridículo, pero continuó elogiando el supuesto progreso de China en cuanto a derechos humanos y su compromiso en implementar el «Estado de derecho». Ninguno se refirió nunca a la verdad fundamental, tanto en la teoría como en la práctica, de que el PCCh está por encima de la ley y ejerce un control total sobre todos los órganos del sistema legal, incluyendo a la policía, los fiscales, las «cortes» y la interpretación de los estatutos.
China puede tener un sistema «legal» controlado por el PCCh o puede tener «Estado de derecho»; conceptualmente es imposible tener ambos.
Así que mientras el PCCh mantenga la forma externa y la estructura de un sistema legal genuino, eso permite a los Chretiens y a los Martins de Occidente ignorar la sustancia del sistema y continuar tergiversando para sus ciudadanos el supuesto firme progreso en hacer avanzar el «Estado de derecho» en China.
Así que mientras el PCCh siga en el poder, es difícil imaginar que la persecución y la sustracción forzada de órganos llegue a su fin en lo inmediato. Pero para que esto suceda, es necesario hacer que la existencia de estos crímenes sea plenamente conocida por el pueblo chino y la gente del mundo.
(1) Veredicto de la Corte Eclesiástica de Sanhedrin en Jerusalén, el 15 de julio de 2008
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