Nota del editor: La Gran Época está publicando una serie de artículos que exponen el uso de la tortura por parte del régimen chino contra grupos a los que persigue, y el sufrimiento y el daño que causan a quienes la sufren.
Un simple viaje de regreso a China desde Montreal para cuidar a su anciana suegra se convirtió en una pesadilla para Kunlun Zhang.
Ciudadano canadiense y reconocido escultor y profesor de arte, Zhang fue detenido reiteradas veces y sometido a torturas mentales y físicas por practicar Falun Dafa.
Falun Dafa, también conocido como Falun Gong, es una disciplina espiritual con meditación que en la década de 1990 fue elogiada por las autoridades chinas por sus beneficios para la salud. En aquel entonces había entre 70 y 100 millones de personas practicándola, según estimaciones de las autoridades chinas. Sin embargo, debido a su inmensa popularidad, el entonces cabecilla chino, Jiang Zemin, comenzó a perseguirla en 1999.
Estando detenido, Zhang fue brutalmente golpeado con un bastón eléctrico hasta el punto de tener problemas para caminar. También fue forzado a sentarse derecho en un taburete bajo por largos períodos y ver películas de propaganda que demonizaban a Falun Dafa.
“El objetivo era forzarnos a renunciar a nuestra fe”, dijo Zhang. “Cualquiera que protestaba o intentaba meditar se enfrentaba a una paliza salvaje”.
Cuenta que un oficial de policía le dijo: “Podemos hacerle cualquier cosa sin que nos hagan responsables. Si mueres, te enterraremos y le diremos a todo el mundo que te suicidaste porque tenías miedo de ser acusado de cargos criminales”.
“Luego me aplicaban corriente con bastones eléctricos por todo el cuerpo, dos policías me descargaban corriente al mismo tiempo. (…) Mi piel estaba quemada, mi pierna izquierda, herida hasta el punto de que no podía moverla, y mi ropa estaba rota en varios lugares. Podía oler mi carne quemándose. El dolor era insoportable”, dijo.
Durante sus detenciones, no se le permitió recibir visitas de familiares, ni hacer o recibir llamadas telefónicas.
En noviembre de 2000, Zhang fue condenado, sin juicio alguno, a tres años en un campo de trabajo forzado. Primero estuvo en el campo de trabajo forzado de Liuchangshan, sin embargo, no denunció a Falun Dafa a pesar de haber sido torturado, por lo que fue trasladado al campo de trabajo forzado de Wangcun, conocido en China por el trato brutal hacia los prisioneros. (Desde ese entonces fue cerrado)
Las sesiones de lavado de cerebro se intensificaron, y estuvo monitoreado las 24 horas del día por un grupo de policías que trataron implacablemente de convertirlo para que estuviera en contra de Falun Dafa.
“Después de que esto duró día y noche durante mucho tiempo, casi me desmayo”, dijo. “Los ataques psicológicos fueron aún peores que la tortura física”.
Gracias a los esfuerzos de su hija y de otras personas en Canadá, incluyendo al entonces miembro del Parlamento Irwin Cotler y a Amnistía Internacional, Zhang fue liberado después de tres meses y regresó a su país de adopción, donde pudo practicar libremente Falun Dafa.
Pero la tortura psicológica dejó un daño duradero.
“El continuo lavado forzado de cerebro, las mentiras y el tormento mental causaron graves daños a mi mente, que nunca sanaron por completo, y tendré que cargar con estas heridas por el resto de mi vida”, dijo.
Una batalla de vida o muerte
Cuando Lizhi He fue trasladado de un centro de detención de Beijing a una prisión a unos cientos de kilómetros de distancia en febrero de 2001, ya se encontraba en mal estado.
Ingeniero reconocido, He fue condenado a tres años y medio por practicar Falun Dafa. Pasó siete meses en el centro de detención, y durante todo el tiempo estuvo en una celda oscura. Todos los días era obligado a permanecer sentado en una tabla dura y baja durante largas horas, y hasta el más mínimo movimiento hacía que le dieran una brutal paliza.
“Mi ropa interior solía pegarse a la piel infectada de mis nalgas como resultado de haber sido forzado a sentarme en la tabla durante tanto tiempo”, dijo.
Sin embargo, su mayor desafío fue la fiebre que comenzó seis semanas después de que los guardias mojaran su cuerpo desnudo con agua helada durante el frío invierno.
“Mi cara se deformó debido a las grandes ampollas de pus que cubrían mi nariz y alrededor de mi boca y mis ojos”, recordó. “Los dolores extremadamente agudos en el pecho y las costillas casi no me permitían respirar o acostarme para dormir por la noche. Luchaba por respirar y por vivir, pero cada respiración podía desencadenar dolores y convulsiones insoportables”.
“Durante unas semanas transité por una batalla de vida o muerte”.
En la prisión de Qianjin, un joven policía fue asignado a He. “Mi trabajo es transformarte, hacer que renuncies a Falun Dafa por cualquier medio que sea necesario”, le dijo el policía.
“Estaba lejos de exagerar”, dijo He. “Pronto me convertí en parte de su campaña 24 horas, 7 días de la semana, para someter a los practicantes de Falun Gong a severas torturas hasta que renuncien a su fe”.
En lo que He describe como una “tortura corriendo”, era obligado a correr afuera con temperaturas heladas hasta el punto de colapsar, luego permanecer inmóvil hasta que su sudor se congelara, y luego de vuelta a correr y a pararse una y otra vez.
Por la noche lo ponían en aislamiento, privado del sueño, y no se le permitía usar el baño, mientras que varios guardias de la prisión se turnaban para torturarlo psicológicamente.
“Estas fueron sesiones dedicadas a trabajar en mi mente y destruir mi espíritu”, dijo, añadiendo que un guardia una vez gritó: “¡Los practicantes de Falun Dafa NO son seres humanos!”.
“La tortura continuó día y noche, semana tras semana, y pronto me hizo toser sangre todos los días. No podía dar un solo paso con las piernas y los pies hinchados. Los graves problemas renales casi me matan. Mi capacidad respiratoria se redujo tanto que ni siquiera podía estornudar o bostezar”, describió.
En el verano de 2001, los guardias llevaron a cabo una requisa sorpresa y encontraron entre sus pertenencias a “Zhuan Falun”, el libro con las principales enseñanzas de Falun Dafa.
Inmediatamente lo llevaron a una habitación, lo esposaron con los brazos detrás de la espalda y lo obligaron a sentarse en el suelo en un rincón. Dos guardias se pararon sobre sus piernas para evitar que se moviera y procedieron a atacarlo con bastones eléctricos.
“Mi piel parecía hecha pedazos, con el sonido de chasquidos de las descargas eléctricas, como explosiones continuas”, dijo, y añadió que, como castigo adicional, fue privado de sueño y comida durante varios días.
A pesar de la brutalidad, no solo sobrevivió sino que mantuvo fuerte su fe y pudo regresar a Canadá en 2004. Su esposa ya se había mudado ahí cuando él aún estaba en prisión.
A salvo en Toronto, dijo que todavía encuentra que recordar la tortura es como “una pesadilla” y también siente una inmensa tristeza por el incalculable número de prisioneros de conciencia que practican Falun Dafa que murieron por torturas semejantes a las que él sufrió.
“Cada vez que pienso en compañeros que fueron forzados a desaparecer para siempre, mis ojos se llenan de lágrimas. Es desgarrador”.
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