Seguramente has pasado por esas situaciones donde te encuentras inesperadamente con un conocido que hace mucho no ves, él te mira de una forma extraña y dice: “¿Qué te has hecho? ¡Estás distinto!”. Y tú simplemente no sabes qué responder, ya que superficialmente no has hecho nada. Sin embargo, hay un dicho muy antiguo que explica que cuando uno da un giro en el corazón, ese cambio se refleja naturalmente por fuera. Este es el caso de Ricardo Juri.
Las luces de una gran ciudad pueden no iluminar como a veces uno espera. Cuando Ricardo decidió trasladarse desde su Córdoba natal, una provincia serrana argentina, a la populosa ciudad de Buenos Aires, era un joven con sueños, sano y hasta con un pasado destacado en el deporte amateur.
“Yo quería contar historias”, señala en diálogo con La Gran Época cuando recuerda por qué eligió estudiar cine en ese entonces.
Si bien con solo 19 inocentes años de vida, en un primer momento el ritmo acelerado de la capital argentina lo impactó, de a poco el joven comenzó a sumergirse en las tentaciones de la gran ciudad: se hizo rastas y empezó a conocer la noche porteña de la mano del alcohol.
Aclara que si bien nunca “tocó fondo”, tenía la sensación de que “siempre estaba al límite”.
“La plata que ganaba era para cubrir el departamento, impuestos y eso, y el resto era para salir”, describe. “De repente yo era parte de eso, y me gustó”, dice, aunque viendo la situación a la distancia recuerda que “la pasaba mal”.
“Ahí es donde empezó mi caos mental”, añade.
Con el apoyo económico y emocional de sus padres, Ricardo continúo sus estudios, trabajó en publicidad y televisión e hizo muchas amistades con el transcurrir de los años. Sin embargo algo dentro de él le comenzaba a hacer ruido. Como si ese no fuera su lugar, como si lo que lo rodeaba no tenía mucho que ver con su vida…
“Interiormente era como estar siempre pesado”, dice.
“Yo lo que recuerdo de mi época en Buenos Aires era de siempre estar mal (…) Pero no bajoneado, triste, no era eso. Es difícil explicar lo que es ‘estar mal’, porque no lo entiendes hasta que no estás bien”, explica.
Describe que en esos años había tomado el hábito de caminar descalzo por la calle y desnudo en el torso, como una forma de ser distinto y “luchar contra el sistema”. Dice que la reacción de la gente al verlo era impactante. “Hasta me sacaban fotos”, apunta.
La exigente corriente de la sociedad materialista lo llevó -como si fuera una botella vacía flotando a la deriva en un mar turbulento- a buscar nuevos cursos y avanzar en su profesión. Inclusive con un corto, fue aceptado en Hollywood, donde estuvo un mes.
De pronto, a medida que en la superficie daba pasos más firmes en el mundo de los flashes, por dentro Ricardo sentía una angustia cada vez más asfixiante; no estaba bien y algo tenía que hacer, lo antes posible.
Buscando la salida
Luego de visitar Hollywood, regresó a Buenos Aires y más allá de que logró conseguir un trabajo fijo como camarógrafo, Ricardo decidió “patear el tablero” y escapar de la ciudad. Todavía quería contar historias, algo que no había podido hacer a pesar de haber conocido el mundo del cine y la televisión.
De pronto, sintió que los recuerdos de sus días felices en la infancia y una acogedora casa –un tanto abandonada- en el medio de la sierra cordobesa que sus padres estaban a punto de vender, le ofrecían lo que necesitaba en ese momento.
Si bien estaba cada vez más seguro de la decisión que había tomado, cuando llegó a Valle Hermoso, donde vive hoy, la situación no era la que esperaba: la casa estaba en condiciones terribles; no tenía puertas, electricidad, ni siquiera inodoro.
Describe que en esa época empezó a llevar una vida “hippie”. “No me importaba cómo me veía o si me bañaba o no”, cuenta detallando que –por ejemplo- estuvo literalmente dos meses sin bañarse.
A medida que se fue amoldando a su nuevo hogar, de a poco Ricardo empezó a caer en la cuenta de que había iniciado un camino de búsqueda espiritual, despojándose de la vida superficial de la ciudad y tratando de reencontrarse consigo mismo en el medio de la montaña.
Sin embargo, nadie dice que encontrar el camino correcto sea fácil. El joven empezó a zigzaguear, buscando, probando, experimentando todo tipo de vías que lo fueron embrollando mental y físicamente.
En el medio de ese caos, logró filmar su ansiada película en Córdoba. Pero su vida seguía rumbeando. Esa “pesadez” que sentía en Buenos Aires y que luego se trasladó a Córdoba –con todo tipo de mensajes en su mente- afirma que se manifestaba en su aspecto. “Es muy feo estar mal y no saber por qué”, sostiene.
Todo lo malo trae algo bueno
Poco antes del 1° de mayo de 2012, Ricardo tuvo un sueño muy vívido, donde un grupo de discípulos rodeaban a un Maestro oriental para escuchar sus enseñanzas. Él miraba pero no sabía si merecía estar entre ellos. Sin embargo, el Maestro se dio vuelta, lo miró compasivamente y Ricardo entendió que había llegado su hora.
Días después, a través de Emilce, una amiga, conoció una disciplina ancestral llamada Falun Dafa (también conocida como Falun Gong). Desde ese momento, su vida cambió para siempre.
“Falun Dafa hace mucho hincapié en retener lo bueno y eliminar lo malo de uno”, explica con respecto a los principios de esta disciplina de la Escuela Buda, detallando que lo “malo generalmente se manifiesta en los apegos”.
A través de la lectura del libro principal de Falun Dafa, llamado Zhuan Falun, Ricardo comprendió el profundo significado de ser un humano y entendió cómo tenía que ser una buena persona. Empezó a tratar de basar sus pensamientos y sus acciones en base a los tres principios universales de esta disciplina: Verdad – Benevolencia – Tolerancia.
A su vez, aprendió los suaves ejercicios de la práctica y la meditación, lo que repercutieron rápidamente en su salud, tanto física como mental.
La gente que lo veía frecuentemente no podía creer el cambio de Ricardo:
“¡Oh! Te sacaste un ser de encima”, explica que le dijo el primo de su mujer, al sacarse las rastas y afeitarse.
“¡Eh, Rocky se bañó!”, dijo por su parte el pequeño hijo de unos amigos.
Dejando el egoísmo para ayudar a los demás
Hoy Ricardo ya no busca más; tiene 36 años y vive felizmente con su esposa en Valle Hermoso, una pequeña y pintoresca localidad ubicada en el centro de Argentina.
Sin embargo, que haya encontrado su camino espiritual no significa que no siga haciendo grandes esfuerzos por mejorarse.
En el medio de la sociedad turbulenta que vivimos, “te das cuenta de lo que realmente está mal”, explica acerca de la sabiduría que se ha despertado en él al conocer Falun Dafa.
“No fue hasta que Falun Dafa llegó a mi vida que encontré esa estabilidad y esas herramientas concretas para trabajar conmigo mismo”, añade.
“Tratar de siempre encontrar el momento justo, las palabras justas como para hacer aunque sea un mínimo esfuerzo para poder revertir las cosas”, describe. “Es un lindo trabajo personal”, agrega.
Rodeado de balnearios y ríos de aguas cristalinas, hoy tiene un hospedaje en su casa de campo, que ha levantado con María, su esposa desde hace 8 años, donde ofrecen cálidos encuentros alrededor de un fogón e interesantes caminatas por las montañas cordobesas.
Ricardo tiene clientes desde hace años, pero desde que empezó a practicar Falun Dafa notó que la relación con ellos cambió profundamente.
“Todos coincidían en que me habían visto mejor. Hasta me escuchaban mejor. Uno me dijo: ‘Algo cambió en tu tono, se te oye mejor”, describe.
“La gente me ve diferente. Dicen ‘estás más joven’”, agrega.
Cuenta que se ha dado una entrañable relación con «La Casita de la Nona», un hogar de niños que provienen de familias con dificultades. En el mes de octubre, desde hace 5 años, los pequeños acuden a la casa de campo de Ricardo y María, para disfrutar de su hospedaje y la atención que les brindan.
“Empecé a enseñarles los ejercicios de Falun Dafa a los chicos ¡y se re prendieron!”, expresa con emoción. “La Nona dice que los tranquilizó”, agrega en referencia a los comentarios que hizo sorprendida la tutora de estos pequeños que provienen de hogares conflictivos.
“En el fogón les armo una historia del tonto y el astuto. Les explico que el tonto ganaba energía y el astuto la perdía, aunque todos creen que el astuto gana todo y en realidad sale perdiendo”, cuenta explicando que intenta inculcarles la importancia del karma y la virtud.
Si alguna vez visitas la turística provincia de Córdoba en Argentina, no solo podrás hospedarte en la acogedora casa de Ricardo sino que también tendrás la posibilidad de aprender los ejercicios y la meditación de Falun Dafa, que enseña todos los miércoles en una plaza en el centro de La Falda, una localidad a un par de kilómetros de su casa.
En la Escuela Buda se dice que todos descendimos del Cielo, que en nuestro interior está la naturaleza del ser iluminado y solo hay que despertarla. Por eso, Ricardo ya no busca contar historias, sino que ayuda a los demás a reencontrar la suya.
Trabajó para la mafia y fue un adicto durante décadas, al fin se libera con ayuda de la meditación
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