La abuela Tian es una refugiada china de 71 años, que actualmente vive en Filadelfia. Desde allí pudo contar esta historia que, si bien parece extraída de una película de horror, es un caso que ocurrió en la realidad.
Su testimonio transcurre en China hace 10 años. Mientras las autoridades chinas continuaban tejiendo la red del negocio más macabro, Tian pasó una semana completa atada a la cama de un hospital preguntándose si ese sería el día en que los médicos se la llevarían para sedarla y removerle el corazón, conjuntamente con otros órganos vitales para venderlos.
La abuela Tian es practicante de Falun Gong –también conocida como Falun Dafa- una práctica espiritual de la Escuela Buda que –desde 1999- es perseguida en China por el régimen comunista. Ella asegura que gracias a esta disciplina logró recuperarse de las secuelas de una conmoción cerebral que sufrió años atrás.
En el año 2006, en una de las ocasiones en las que viajó a las oficinas del gobierno en Beijing para hablar con las autoridades y hacerles entender que Falun Dafa es bueno y que su campaña de persecución es un gran error, fue arrestada mientras distribuía materiales informativos y la enviaron a un campo de trabajo forzado. En ese momento comenzó su peor pesadilla.
Muchas veces los prisioneros desaparecían de esos campos de trabajo forzado, ya que se los llevaban a otro lugar pero los demás no sabían dónde, simplemente no los veían más.
“Un día, 10 guardias vinieron por mí en el campo, pusieron una capucha negra sobre mis ojos y me empujaron hacia un coche de policía. Fuimos a algún lugar y cuando me quitaron el velo me encontré que estaba en una habitación de hospital. Me colocaron en una cama y esposaron mis manos y pies a ella”, relató la abuela Tian a La Gran Época.
Todos los días las enfermeras le inyectaban algo que la hacía sentir muy mal y le provocaba mareos, mientras la policía la mantenía vigilada durante las 24 horas del día. Cada mañana, una mujer china vestida con una bata blanca -al parecer una doctora- entraba y comprobaba su presión sanguínea, la función cardíaca y su estado de salud.
Tian una vez le preguntó a un guardia de la policía: “¿qué es este lugar?, ¿por qué me mantienen aquí?” La rígida cara del guardia no reveló nada.
Sin embargo su experiencia más extraña fue cuando se despertó y encontró a un hombre en su habitación, caminando de un lado a otro frente a su cama, al parecer evaluándola. “¿Quién es usted?”, preguntó Tian. Él se sorprendió, y dijo: “Yo … yo soy enfermero. Estoy aquí en busca de mi familia”.
Tian se puso alerta y le comentó que era una practicante de Falun Dafa que había sido detenida, enviada a campos de trabajo forzado y que ahora había terminado en un cuarto de hospital sin saber por qué, cuando un guardia de la policía irrumpió y en voz alta le dijo que se callara.
Luego Tian escuchó a una mujer policía diciéndole al hombre en el balcón: “su cuerpo es especialmente bueno, es sólo que su cerebro ha sido golpeado”.
Tian se preguntó por qué ese extraño estaba tan interesado en ella, y a la vez le llamó la atención la forma en que él la miró cuando se fue “como si estuviera mirando a un objeto, no a una persona”.
De pronto Tian recordó que cuando fue enviada a trabajos forzados, circulaban algunas historias sobre los practicantes de Falun Gong en el hospital de Sujiatun en el noreste de China, que eran asesinados por sus órganos.
También se acordó de una practicante de Falun Gong joven y sana, llamada Li Mei, de 28 años, que murió misteriosamente después de ser arrestada. Cuando su familia vio que su cuerpo tenía incisiones que comenzaban debajo de la barbilla, nadie supo por qué, su cuerpo fue incinerado a la fuerza.
Cuando pensó en todo esto comenzó a temblar. “¿Me he vuelto parte del “inventario” de su mercado de órganos? ¿Estoy siendo mantenida como un animal para que me extraigan los órganos?” se preguntó Tian desesperada.
Esa noche no pudo dormir. De pronto apareció una enfermera -que se apiadó de ella- y le colocó una inyección, pero esta vez fue diferente. “Me sentí mejor, y el dolor se fue”. Esta enfermera de alguna manera hizo parecer que su salud se había deteriorado repentinamente, logrando que la señora Tian saliera del hospital
A la mañana siguiente, luego del chequeo diario, los guardias dijeron “¡tus órganos están malos, no te queremos!”, Y le inyectaron lo que para ella fue un veneno. “Su intención era enviarme a casa para que muriera allá”, dijo.
Su marido la recogió y pasó semanas en la cama con la sensación de que sus huesos se habían convertido en hielo. “No puedo morir”, se decía a sí misma y comenzó a practicar los ejercicios de Falun Dafa, obligándose a realizar los movimientos de pie y la meditación sentada. Su sudor era de color amarillo, comentó.
Milagrosamente y gracias a su fe, alrededor de un mes después se recuperó y logró escapar hacia los Estados Unidos, radicándose en Filadelfia, donde pudo relatar esta historia.
La Sra. Tian pudo sobrevivir a este horror, pero ¿cuántos millones de practicantes de Falun Gong han sido utilizados como banco de órganos, asesinándolos en vida para lucrar con ellos?
Es un crimen contra la humanidad que paulatinamente está saliendo a la luz. Cuando los responsables sean castigados y la última escena de esta obra concluya, cada uno se deberá preguntar de qué lado de la historia se posicionó cuando tomó conocimiento de esta cosecha sangrienta, de este genocidio del siglo XXI.
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