Este lunes -por primera vez-, Beijing anunció un ‘alerta roja’. La alarma se dio como consecuencia de la gruesa capa de smog que cubría la ciudad, y que fue considerada como un problema para la salud (incluso para los residentes más sanos de Pekín).
La calidad del aire exhibe un rating que va de cero a 500 (mientras más alto el número, peor la calidad del aire). Se supone que los alertas rojos entran en efecto si el número permanece por encima de 200 durante más de 72 horas (lo cual fácilmente sucede en las principales ciudades chinas, particularmente hacia el norte). El gobierno estadounidense, por ejemplo, califica a todo índice que supere las 200 unidades como ‘muy perjudicial para la salud’ y al de 500, como ‘peligroso’.
Este lunes, las lecturas en Beijing consignaban 253.
Las autoridades chinas han respondido con una serie de estrictas medidas, a los efectos de mitigar el aire tóxico que ingresaba en las gargantas y los pulmones de los habitantes. Esta semana, se imponía que las escuelas cierren sus puertas al mediodía, los vehículos motorizados solo pueden utilizarse alternando días, las agencias del gobierno tendrán como exigencia mantener una buena porción de su parque vehicular fuera de los caminos, y la cocina al aire libre -en cualquier formato, y siendo que es extremadamente popular en las calles de Pekín- serán prohibidas perentoriamente.
En un informe que se dio a conocer a comienzos del año en curso, se estima que la polución ambiental podría, en forma prematura, matar a más de 250 mil residentes chinos en sus ciudades más importantes.
Pero dirigirse a restaurantes u oficinas puertas adentro no suele brindar alivio. A pesar de la prohibición pública de fumar en sitios públicos, muchos locales abiertamente ignoran el aviso, y los niveles de contaminación puertas adentro pueden fácilmente exceder a los del exterior.
Tras haber vivido en Pekín durante tres años, puedo certificar los devastadores efectos de la contaminación. Algunas estimaciones refieren que vivir en Pekín equivale a fumar dos paquetes de cigarrillos al día. Durante mi segundo año en la capital china, mi doctor estadounidense me retó por haber comenzado a fumar cigarrillos (a pesar de que jamás encendí uno en mi vida).
Mi oficina quedaba a varias cuadras del Bird’s Nest, estadio que se construyera para los Juegos Olímpicos de 2008. En numerosas ocasiones, ni siquiera podía verlo desde mi despacho -a pesar de su tamaño. Y, en lo que hace a mi apariencia física, se me dijo que había envejecido como una década, en apenas 37 meses. Las fotos pueden confirmarlo.
Luego de 35 años de degradación ambiental, con el objetivo de mantener elevadas sus tasas de crecimiento económico, China siente hoy las consecuencias. El modo en que administra el velo de contaminación de sus ciudades mientras el crecimiento de la economía se precipita, representará un desafío notable. Uno que, muy probablemente, no pueda enfrentar.
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