Brasil descubrió su dinosaurio más grande, el cual estuvo guardado en el clóset de un museo. Cuando habitó el planeta, hace 66 millones de años según estiman, este herbívoro de cuello largo medía 25 metros y podía comer del alto follaje de los árboles a gran velocidad.
La monumental criatura fue descubierta por el prestigioso paleontólogo brasileño Llewellyn Ivor Price en 1953, cuando sólo quedaban unos pocos fósiles de su gigantesca espina dorsal.
De inmediato, los científicos supieron que tenían entre manos algo importante. Pero carecían del personal y de los recursos necesarios para descifrar la dimensión del hallazgo y los restos del dinosaurio permanecieron almacenados durante seis décadas en el Museo de Ciencias de la Tierra de Rio de Janeiro. Hasta esta semana.
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Los fósiles del “Austroposeidon magnificus”, presentado como el mayor dinosaurio descubierto en Brasil, fueron exhibidos al público por primera vez el jueves.
Una vértebra casi completa -grande como un microhondas, enteramente petrificada- y varios fragmentos de otras vértebras son expuestos sobre una tela negra en un salón del museo.
Junto a los fósiles, un dibujo a escala real muestra cómo se habría visto el “Austroposeidon magnificus” en vida: cabeza pequeña, cuello largo, cuerpo y cola gigantes.
¿60 años en un clóset?
El director del Museo, Diógenes de Almeida Campos, admite que seis décadas parece ser una demora demasiado larga para un hallazgo de este tipo.
“Un amigo me dijo ayer, ‘Diógenes, ¿cómo? ¿Les tomó 60 años?”, relata con una sonrisa burlona. “Suena un poco ridículo decir esto”, admite.
Pero explica que en los años 1950, Price y sus asistentes eran pioneros de la paleontología en Brasil; y aunque “estaba claro que unas vértebras de ese tamaño eran de un animal gigante, precisaban ser estudiados”.
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Según Campos, la falta de dinero y de personal capacitado postergaron la investigación.
“Estábamos esperando que hubiera personal (…) para un laboratorio que surgió de la nada y demoró en desarrollarse”, relata. “Hicimos un primer esfuerzo con estudiantes hace unos ocho años, pero no funcionó”.
Finalmente, una alumna de Campos, Kamila Bandeira, convirtió al gigante herbívoro en su tesis de doctorado y consiguió resolver el rompecabezas en los últimos cuatro años.
Dinosaurios en el patio
Los más espectaculares descubrimientos de dinosaurios ocurren en áreas desiertas, como en el sudoeste de Estados Unidos, en la Patagonia argentina o en Mongolia, donde son más fáciles de detectar. Los huesos fosilizados del mayor dinosaurio que se conoce hasta la fecha -de unos 40 metros- fueron desenterrados en Argentina en 2014.
Los restos del “Austroposeidon magnificus” fueron hallados, como suele ocurrir, por casualidad durante la construcción de una carretera cerca de Sao Paulo (sudeste de Brasil). Hallaron sólo algunas piezas y no el esqueleto completo, debido al poco ceremonioso final que tuvo su cuerpo.
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“Cuando estos animales morían, eran (…) una fuente enorme de carne. Todos los predadores carnívoros se lo comieron. Primero la cabeza, porque su cerebro debe haber sido la parte más sabrosa”.
“También rompieron los huesos más largos para llegar al interior. Luego vinieron animales más pequeños y acabaron con todo. Lo que quedó fue para los escarabajos, las arañas y las hormigas. Cuando sólo quedaron los huesos, llegó el turno de las bacterias. Finalmente, los restos se hundieron en la laguna”.
En la densa flora brasileña puede haber muchos descubrimientos esperando.
“Presten atención cuando se construyen carreteras, cuando se excavan pozos”, aconsejó Campos. “¡Podrías tener un dinosaurio en tu jardín y no lo sabes!”.
La extinción entonces y ahora
Una vida entera atrás de los fósiles de gigantes extintos le ha dado a Campos, de 73 años, una perspectiva singular sobre los conceptos de creación y destrucción. Pero el mundo actual, dominado por primera vez por la actividad humana, le inquieta.
“La extinción es algo normal para los paleontólogos, así como la aparición de una nueva especie”, asegura. “Pero en comparación con lo que está ocurriendo hoy -la extinción de tigres o de ballenas-, esto no ocurre de forma natural”.
“Es preocupante”, sentencia. En el palaciego y en algunos rincones destartalado museo -donde faltan recursos, como en muchas instituciones brasileñas-, afirma que su trabajo siempre fue su gran pasión.
Recuerda la época en que estudiaba bajo la guía de Price -fallecido en 1980- y “viajaba con él prácticamente por todo Brasil, recolectando material”.
Sus ojos se llenan de lágrimas al señalar que ahora él, Price y Bandeira forman parte de una especie de árbol genealógico de la paleontología.
La caza de dinosaurios “es una actividad que se puede comparar con el arte”, finaliza, con la voz emocionada.
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