La Comisión Ballenera Internacional (CBI) fundada en 1946, la integran países que, en un número casi similar se oponen o autorizan la caza de ballenas. Ello mantiene las decisiones en un permanente status quo, debido a que no se juntan los dos tercios de votos indispensables para resoluciones de fondo.
Los primeros intentos para controlar la caza de ballenas, cuando los faeneros se dieron cuenta que el número retrocedía tan rápidamente que a corto plazo el negocio finalizaría datan de antes de la Segunda Guerra Mundial cuando la entonces Liga de Naciones, concretó el primer documento al respecto.
Algunos países balleneros como Gran Bretaña y Noruega aceptaron desde entonces algunas limitaciones, pero otros como Alemania (el mayor consumidor de aceite de ballena de mundo) dieron la espalda a la iniciativa.
El tema continuó sin mayores cambios hasta 1972, cuando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, aprobó la primera moratoria de diez años sobre la matanza de ballenas para evitar que los animales se extinguieran. Para 1982, la CBI estableció el fin de la caza comercial, pero Islandia, Corea del Sur, Japón, Noruega, Perú y la entonces Unión Soviética, se arrogaron potestades para seguir cazando bajo argumentos de distinta índole.
Japón el último cazador “científico” para sus platos predilectos
Japón ha sido el último país en aceptar por orden del Tribunal Internacional de Justicia, la suspensión de la caza de ballenas, algo que recién este año parece haber empezado a cumplir. Hasta ahora, Japón siguió cazando ballenas en base a una norma de la prohibición conocida como Artículo Ocho, que permite la caza para fines científicos. El argumento son estudios sobre reproducción de ballenas, algo que otrora era imposible realizar sin matar a los animales, pero que actualmente tiene distintas formas de ser realizado sin sacrificarlos. Como trasfondo, entre los platos más buscados y caros de la cocina tradicional japonesa, aparecen los realizados con ballenas, algo que por lo cada vez más difícil de obtener, convirtió los platillos en cuestión millonaria.
Sin embargo las denuncias de Australia y Nueva Zelanda que el programa japonés no se basaba en principios científicos, logró finalmente la decisión del organismo internacional que Japón afirma hacer aceptado. Japón apunta ahora a la matanza de delfines de la variedad Taiji, que están siendo cazados por fin “científico” pero en la realidad terminan en sus mercados donde se pagan miles de dólares por cada ejemplar.
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