Nací en Croacia, un año antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. No recuerdo mucho, pero todavía tengo la sensación de miedo y terror en lo más profundo de cada célula de mi cuerpo. La absorbí a través de la leche de mi madre.
Todavía tengo un álbum muy pesado lleno de fotos en blanco y negro de personas cuyo nombre no conozco. Son todos parientes míos, pero no los reconozco. Nunca me animé a preguntarle a mi madre. Cada fin de semana, durante los almuerzos de los sábados, ella nos contaba entretenidas historias de tíos, tías y primos. Me encantaba la primera parte de esas historias, pero todas terminaban con la misma frase: “Pero todos se han ido en la guerra”. Yo no entendía qué significaba eso, y no me animaba a preguntarle.
Cuando crecí una vez le pregunté: “¿Qué significa eso?” y con voz triste, me dijo: “Ya sabes, en los ‘lager’ (la palabra para campo de concentración en croata)”. Eso no me aclaró las cosas. Supongo que yo simplemente no quería entender, ya que la verdadera historia era demasiado horrible y dolorosa.
Recordé todo esto mientras planeaba mi viaje a Polonia para las ceremonias del día de la memoria el 27 de enero, que marcó los 70 años de la liberación de Auschwitz, el campo de concentración más conocido. Habiéndome criado en Israel con las memorias de mi familia sobre el Holocausto, preferí olvidarme de todo lo relacionado con ello excepto una cosa: el voto para que “nunca más” ocurriera lo mismo a nadie, en ningún lugar del planeta.
Nunca me curé realmente del trauma del holocausto hasta 2003, cuando encontré un camino espiritual que cambió mi vida por completo. El nombre de la práctica es Falun Gong, también llamado Falun Dafa, que surgió en China en 1992 y se difundió por todo el mundo. Básicamente te dice que mejores tu comportamiento y tu moralidad siguiendo los principios de Verdad, Benevolencia y Tolerancia. También incluye cinco ejercicios de meditación. La combinación de ambos factores eliminó por completo mis interminables problemas de salud y sanó mi corazón. También me volvió una persona más tolerante y armoniosa.
Por eso es que me conmocioné al descubrir que esta práctica, que fue tan alagada al principio por el régimen chino, estaba siendo terriblemente perseguida en China desde 1999. El entonces jefe del Partido Comunista Chino, Jiang Zemin, entró en pánico porque había entre 70 y 100 millones de personas viviendo en base a los principios de Verdad, Benevolencia y Tolerancia, que no son los principios del Partido Comunista. La persecución comenzó prácticamente de la noche a la mañana y sus métodos sistemáticos y su crueldad revivieron todos mis malos recuerdos.
De la noche a la mañana los practicantes de Falun Gong fueron catalogados como enemigos del país –igual que los judíos– y para ello se usaron todos los medios de comunicación masivos. Eran detenidos, arrestados y enviados a campos de trabajo forzado, donde muchos eran torturados a muerte. Y de manera muy similar a los días más oscuros del Holocausto, se estableció una fuerza oficial, la “Oficina 610”, para perseguir a Falun Gong hasta el día de hoy.
¿Quién quería meterse con Alemania, un país rico y poderoso, en aquella época? ¿Y quién quiere meterse con China hoy?
Y hay otro detalle horripilante. Decenas de miles de practicantes de Falun Gong están siendo usados como un banco de órganos vivos: sus órganos vitales (corazón, riñón, hígado, etc) están siendo extirpados a la fuerza y vendidos por altas sumas de dinero, y luego sus cuerpos son cremados sin que la familia se entere nunca de qué fue de ellos.
¿Quién creía las historias sobre el Holocausto cuando comenzaron a difundirse? Era algo tan opuesto a los valores humanos básicos que eran imposibles de creer. Desafortunadamente todo era verdad, y lo mismo ocurre con las historias sobre la persecución a Falun Gong.
Por eso vine a Polonia, para recordar a todos el voto de “nunca más”, que entiendo que es un voto que todos hicimos para que no vuelvan a ocurrir los horrores del Holocausto. Y sin embargo, aquí están otra vez.
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