Una hilera de ramas rotas desde el suelo hasta los 3 metros de altura evidenciaba el paso de la bestia hacia el interior del bosque. Más adelante, el cazador notaría que aquellas grandes huellas se unían a otras de iguales proporciones. El viento soplaba a su favor, lo que permitió que se acercara sin que los animales pudieran olerlo, pero cuando al fin logró contactar visualmente a la presa, su suerte pareció cambiar.
El calibre del fusil con el que había cazado osos y lobos durante años en la taiga siberiana era simplemente demasiado pequeño para hacer frente a lo que se alzaba a sus ojos: dos animales parecidos a los elefantes, lanudos y de color pardo, de colmillos curvados y espalda gibosa.
“El hombre era demasiado ignorante para saber que había visto a dos mamuts”, diría más tarde un diplomático francés apellidado Gallon, quien recogió este relato de un campesino ruso en 1920.
Pero la historia iba a repetirse el 28 de octubre de 1981, en la cercana región de Yakutia, cuando unos cazadores reportaron haber visto una manada de estos elefantes prehistóricos pasar a unos 300 metros de distancia de donde se encontraban.
Aunque oficialmente la especie se halle extinta desde hace unos 14.000 años, muchos rusos declararon haber visto ejemplares de esta megafauna habitando el corazón de la tundra siberiana.
En especial, no son pocos los reportes de cazadores nómadas, únicos pobladores en los más de 7 millones de km2 del inexplorado bosque boreal, que relatan el encuentro con lo que ellos suelen llamar vulgarmente las “moles de carne”.
Si bien la causa de su extinción nunca fue clara y la vegetación que los alimentó durante milenios aún crece en el norte de Europa, la posible supervivencia de los mamuts no parece asunto de relevancia en la agenda de los paleontólogos.
No obstante, muchos se preguntan si los científicos no habrán firmado la expiración de esta especie con demasiada premura, tal como sucediera con el llamado “celacanto”, una especie de pez al que se daba por extinto y que fuera descubierta en la actualidad como pieza habitual de pesca de los nativos africanos.
¿Pterosaurios en el cielo de Nueva York?
“Uno de los pájaros dejó al grupo y se acercó hacia mí volando en círculos durante unos 5 minutos. Pude verlo realmente con claridad y, lo juro, nunca había visto una foto u oído de un pájaro como ese”.
Si los registros de mamuts se apilan por decenas, los de grandes lagartos que vuelan lo hacen por cientos. Tal como el caso del testigo “R.W.”, un especialista en reptiles que tropezó en agosto de 2002 con una bandada de al menos 100 pterodáctilos desplazándose por los bosques de Viena.
“Nunca había oído o visto una foto de un pájaro como aquel. Tenía una cabeza larga y calva, y un pico alargado prolongándose desde atrás del cráneo. Realmente se veía más como un pterodáctilo que como un pájaro”. Después de haber trabajado para varios museos de Europa, R.W. afirma haber observado cosas extrañas en su carrera, pero ninguna como aquellos animales sobre Viena. “He pensado durante mucho tiempo si debía informar esto. Pero a mí me parece totalmente claro que una nueva especie ha aparecido”.
Si bien se estima que los pterosaurios desaparecieron hace 60 millones de años, la gran cantidad de avistamientos de estos supuestos vertebrados con alas hace que se comience a barajar la posibilidad de que la especie haya sobrevivido recluida en paraísos inexplorados, como sucediera con el dragón de la isla de Komodo, un reptil descubierto en 1910, cuya anatomía no parece haber sufrido cambios mayores en los últimos millones de años.
De hecho, la mayor parte de los reportes sobre pterosaurios provienen de territorios poco poblados de Namibia, Zaire, Nueva Guinea, Kenia, Sudamérica y Australia. Los aborígenes llaman a estos agresivos animales como Ropen, Kongamato o Ave de trueno según la tradición, y cuentan que los mismos suelen ocultarse en cuevas durante el día para salir a cazar cuando el sol comienza a ponerse.
Algunas de las historias de avistamientos más inverosímiles involucran a estos reptiles con alas en el cielo de las grandes ciudades o inclusive en accidentes aéreos, tal como recogería en 1992 la revista semanal australiana People, cuando un avión de pequeño porte por poco se estrella contra lo que la azafata Maya Cabon dio en llamar un “monstruo volador gigante”.
“Era un clásico caso de pterodáctilo blanco de gran envergadura”, diría más tarde, por su parte, el antropólogo norteamericano George Biles, otro de los 24 pasajeros de la nave.
Muchas veces, la probable existencia de pterosaurios se vio reforzada por imágenes fotográficas o incluso de video, donde grandes aves parecían apreciarse en lugares tan insospechados como el cielo del World Trade Center, en Nueva York, o después de haber sido abatidas por militares durante la guerra civil norteamericana.
Fósiles vivientes
A los grupos anteriores podrían sumarse los ya clásicos monstruos lacustres, de los cuales abundan tanto tradiciones orales como material fotográfico. El Nahuelito en Argentina, Nessie en Escocia y Ogopogo en Canadá son solo unos pocos ejemplos de las decenas de otros supuestos plesiosaurios detectados en las aguas de todo el planeta.
En África, y más especialmente en lo profundo de las selvas congoleñas, los nativos siempre han dado una descripción muy exacta de animales cuyas características corresponden perfectamente con la de dinosaurios supuestamente extintos; las historias de tricératops (llamado en la lengua local Emela-ntouka), tiranosaurios rex (Kasai rex), saurópodos (Mokèlé-mbèmbé) y estegosaurios (Mbielu-Mbielu-Mbielu) son solo ejemplos de este mítico bestiario africano.
Muchos científicos intrépidos incluso se han atrevido a reconocer que, en la actualidad, el hábitat de muchas especies se halla en las mismas condiciones que desde hace millones de años y que, al igual que el caso del celacanto y otros fósiles vivientes, otros antiguos pobladores de la Tierra estarían esperando ser redescubiertos en un futuro cercano.
Por último, teniendo en cuenta el fenómeno paleontológico de ‘taxón Lazaruz’, donde una especie identificada a través de un fósil parece reaparecer después de haber sido dada por extinta en un cierto estrato geológico, y considerando que cada año el ser humano descubre cientos de nuevas especies en los lugares más vírgenes de la Tierra, las historias de mamuts, pterosaurios y otras faunas de la prehistoria tienen un lugar seguro para seguir viviendo en los libros y las mentes de los aficionados al enigma. Y sobrevivirán hasta que el último lugar de la Tierra quede sin explorar; o al menos por un buen tiempo.
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