Ava quería contarle a su marido sobre una inquietante y molesta discusión que tuvo con su hermana. Quería procesar la experiencia; quería su comprensión y empatía. Quería que la escucharan.
Pero cuando trató de compartir sus pensamientos y sentimientos sobre la situación, su marido pareció irritado por tener que escuchar. Cuando ella quería hablar de los detalles de su vida, cosas que no lo involucraban directamente, era como si apenas soportara escuchar. Ella describió tener que luchar por su atención en la habitación, apartarlo de sus propios pensamientos, donde claramente él quería permanecer. Estaba exhausta de tratar de captar y mantener su atención.
Este tipo de experiencia aparece con frecuencia en mis consultas de pareja, tanto para hombres como para mujeres —una pareja que te hace sentir que tu vida es una carga o una molestia en la que te tienes que centrar, a quien tienes que acorralar para que te preste atención.
Por lo general, cuando el tema principal de una pareja se centra en escuchar, sugiere que hay que hacer una labor seria. Escuchar es amor en acción. Dicho esto, cuando escuchar es el problema, es probable que nos dirijamos a un territorio complejo, doloroso y a menudo de la primera infancia. Pero a veces tenemos suerte y el problema de no escuchar tiene una fuente fácil y directa, y se resuelve.
En ciertas situaciones, podemos corregir un problema de no escuchar a los demás con un simple cambio de comportamiento, que es el tiempo: cómo y cuándo llevamos nuestros asuntos importantes a la atención de la pareja. En realidad, es extraño que pasemos por alto la importancia de la sincronización en la comunicación; consideramos que la sincronización es un factor demasiado simplista y obvio como para considerarlo. Además, estamos condicionados a creer que la atención es algo que nuestros seres queridos siempre deben estar listos para proporcionar. Pero esto es falso o quizás cierto solo en el caso de tener un padre afín y cariñoso. De hecho, la atención no siempre está disponible, incluso en el amor.
Cuando queremos (o necesitamos) compartir algo importante, a menudo lo hacemos sin tener la conciencia real sobre la otra persona. No consideramos lo que está haciendo o pensando, o cómo está en ese momento. En cierto sentido, nos abalanzamos sobre nuestra pareja, queriendo que nuestra experiencia sea conocida y compartida. Esencialmente exigimos una compañía inmediata en lo que nos está sucediendo.
Ahora, todo eso puede ser natural y normal. Una parte importante de la relación es, de hecho, ser capaz de compartir nuestra vida. El problema es que esperamos que nuestra pareja esté lista para escucharnos, y específicamente, para escuchar nuestra experiencia precisamente en el momento en que estamos listos para compartirla.
Nuestra realidad personal
Este problema surge debido a un simple hecho de la experiencia humana: cada uno de nosotros vivimos dentro de un mundo coloreado por nuestros propios pensamientos, sentimientos, experiencias, historias y entendimientos.
Eso, en sí mismo, no es un problema. El problema surge cuando olvidamos que este mundo interior es un aspecto esencial de la vida humana. Se nos olvida que nuestra pareja no está viviendo la misma realidad que nosotros; puede que esté viviendo en nuestra realidad externa, pero no está viviendo nuestra realidad interna. Asumimos, sin saberlo, que compartimos una experiencia interna con nuestra pareja, pero esto no suele ser así. Olvidamos que nuestra pareja puede no estar lista o no pueda escuchar nuestra experiencia, para tener buscar el espacio adecuado para ella. Imaginamos que porque estamos listos, nuestra pareja estará o debería estarlo. Entonces nos acercamos sin preguntar si puede o quiere prestarnos toda su atención en ese momento.
En el fondo, olvidamos que pedirle a alguien que nos escuche, que escuche de verdad, es de hecho una solicitud profunda. Cuando escuchamos, literalmente le regalamos a alguien nuestra atención, nuestro bien más preciado. Cuando escuchamos totalmente, amamos. Pedirle a alguien que nos escuche, por lo tanto, no es una petición pequeña, no importa qué tan fácilmente descartemos su importancia.
Cuando compartimos nuestra experiencia, es importante que lo hagamos con conciencia, y con respeto tanto para nosotros como para nuestra pareja. Y además, incluir el discernimiento y la paciencia, y considerar la realidad de lo que es posible en ese momento, no solo lo que deseamos que sea posible. Necesitamos recordar que la pareja no es uno y que no somos ellos; estamos viviendo en diferentes mundos internos, no importa lo íntimos que seamos.
Aunque al principio parezca torpe y demasiado formulista, verificar si la pareja está disponible antes de compartir algo, incluso programando una hora para prestarnos toda la atención, es una forma de darnos a nosotros mismos y a nuestra experiencia la mejor oportunidad de ser recibidos con el interés y la atención que tanto anhelamos.
Preparándose para construir una comunicación
Cuando llevamos nuestros sentimientos y vulnerabilidad a la mesa, nos corresponde preparar esa mesa un poco antes de tiempo. Tener que hacerlo no es contradictorio con la privacidad. La disposición y habilidad de nuestra pareja para escucharnos cuando estamos listos para compartir no es el indicador de una relación saludable. Una relación saludable significa ser consciente de nuestras propias necesidades y darnos la mejor oportunidad de satisfacerlas. Y al mismo tiempo, respetar las necesidades de nuestra pareja, que no son las mismas nuestras.
Es nuestra responsabilidad tratar nuestra experiencia, nuestra verdad, con el cuidado y la atención que no sólo merece, sino que requiere. Nuestro trabajo es asegurarnos que el espacio en el que llevamos nuestra verdad está listo —y ser capaz de cumplirlo, y cuidarlo bien.
Hacemos esto tanto por nosotros mismos como por nuestra pareja.
Es un cambio simple, pero poderoso. Le preguntamos a nuestra pareja si está disponible para escucharnos en el momento y hacemos de esa pregunta un hábito. Y, si no está listo, preguntamos cuándo es posible escucharnos realmente.
Preguntar puede ser cualquier cosa desde un casual: «Oye, ¿tienes un segundo?», hasta algo más formal como: «Realmente necesito que me escuches algo que me está sucediendo».
Esto no quiere decir que tengamos que programar una cita cada vez que queramos tener una conversación. Pero, si lo que estamos compartiendo es importante para nosotros, sugiero que lo tratemos como tal, lo cual es hacer nuestra parte para asegurarnos que el mensaje se reciba con el cuidado que deseamos y merecemos.
También sugiero que reconozcamos que la acción de escuchar es un regalo. Este simple cambio en la comprensión y el comportamiento tiene el potencial de crear un profundo cambio en nuestra relación, no solo en la forma de escucharnos, sino también en la forma de entendernos, respetarnos y amarnos.
Nancy Colier es psicoterapeuta, ministra interreligiosa, escritora, conferencista y líder de talleres. Es una bloguera habitual de Psychology Today y The Huffington Post, y también es autora de varios libros sobre la atención y el crecimiento personal. Colier está disponible para psicoterapia individual, entrenamiento de mindfulness, asesoramiento espiritual, oratoria y talleres, y también trabaja con clientes a través de Skype en todo el mundo. Para más información, visite NancyColier.com
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