En Japón es tan común la enfermedad de “karoshi”, que significa “morir por exceso de trabajo” que si los jueces determinan que alguien murió por esta causa su familia recibe una compensación de unos US$20.000 por parte del gobierno y pagos de hasta US$1,6 millones por parte de la compañía responsable.
Apenas comenzó el fenómeno hacia la década de los años 80 y 90 las cifras oficiales reportaban cientos de casos cada año, pero en 2015 el número de víctimas alcanzaba las 2.310, según el Ministerio del Trabajo en Japón.
Los casos son tan alarmantes que de acuerdo con el Consejo Nacional en Defensa de las Víctimas de Karoshi, la cifra hoy puede alcanzar las 10.000 víctimas anuales, más o menos el número de personas que mueren cada año en accidentes de tránsito en ese país.
Cary Cooper, un experto en manejo del estrés de la Universidad de Lancaster, Reino Unido le dijo al diario BBC que “después de la Segunda Guerra Mundial los japoneses eran los que tenían las jornadas de trabajo más largas del mundo. Eran unos adictos al trabajo”, comentó.
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El fenómeno empezó a presentarse durante los años de posguerra cuando el trabajo le ofreció a los hombres una nueva motivación tanto financiera como psicológica. Pero años más tarde, hacia los años 80 el trabajó tomó un rumbo oscuro.
El crecimiento económico se disparó provocando una “burbuja económica”. En la cúspide de esa burbuja cerca de siete millones de personas (alrededor de 5% de la población total del país) mantenía una carga de 60 horas semanales de trabajo, mientras que en países como Estados Unidos, Alemania o Reino Unido los empleados trabajaban unas 40 horas.
Cuando la burbuja estalló a principios de la década de los 90, la cultura del trabajo en exceso empeoró más. De hecho, esos años se les llamó “la década perdida” y el karoshi tomó dimensiones alarmantes.
Todavía los expertos no han podido determinar un vinculo de causalidad entre el trabajo y la muerte. En otro términos, no ha podido deducir qué hace que una persona se muera por exceso de trabajo.
Lo cierto es que al analizar los hábitos y la salud de más de 600.000 personas, un grupo de investigadores encontró que aquellos que trabajaron 55 horas a la semana tenían un tercio más de probabilidad de sufrir un infarto que aquellos que trabajaron menos de 40 horas.
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