En la húmeda y calurosa selva amazónica, a más de 8.000 km de París donde presidentes y altos funcionarios sellaron un acuerdo sobre el clima, tres etnias indígenas tomaron medidas para preservar el mayor tesoro de biodiversidad del planeta.
Cambiaron la cacería por el cacao en Ecuador, cuidan de un enorme pez de río en Brasil y declaran gobiernos autónomos para defender su territorio de la extracción de recursos en Perú: tres etnias amazónicas, tres apuestas por la conservación.
La pequeña comunidad waorani no repara en el calor ni en la humedad en Gareno, donde sus integrantes residen en casas de madera rodeadas de vegetación frondosa a 175 km al sureste de Quito.
Cada mañana un canto en su lengua materna, el waotededo, les da fuerzas para cuidar los árboles de cacao que hoy son el sustento de sus familias y la razón por la cual sus habitantes dejaron la cacería e hicieron en 2010 un pacto por la conservación.
Ante la cantidad de carne de animales silvestres que salía al mercado, la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (Amwae) creó un proyecto de entrega de plantas de cacao a mujeres indígenas para su cultivo y, a cambio, los hombres debían dejar la cacería.
Patricia Nenquihui, presidenta de Amwae, en su oficina en la ciudad amazónica del Puyo (este), afirmó que ha cesado la caza de carne de monte y no se tumbaron áreas grandes de bosques para el cultivo.
En este proyecto participan 10 comunidades, donde 70 familias cultivan un total de 25 hectáreas de cacao fino de aroma en las provincias de Pastaza y Napo (este).
La asociación compra el cacao que producen las mujeres a 1,25 dólares cada libra, 0,45 centavos más de lo que pagan otros productores. Luego lo envía a Quito, donde es transformado en barras de chocolate para la venta.
Al inicio del proyecto los hombres waorani estaban molestos, pero los ancianos reconocieron que debían caminar hasta un día por la selva para poder cazar los animales que vendían para el sustento familiar, recuerda Nenquihui.
Para Ligia Enomenga, una viuda de 26 años que mantiene a seis hijos gracias a la producción de cacao, las familias waorani «han abierto los ojos».
Antes se cazaba mucho. Ahora que han entrado al proyecto del cacao, han dejado de matar animales.
– Al rescate del pirarucu –
Los expertos ya lo han advertido en incontables oportunidades: un calentamiento de más de 1,5 grados puede hacer colapsar la selva.
Hablar de Amazonia es hablar de agua, de dióxido de carbono. Es hablar del río más largo y caudaloso, ancho y más profundo, con una de las mayores reservas de agua dulce del planeta.
En Brasil, donde está la mayor cantidad de selva de los 6,1 millones de km cuadrados que hay en la región, los indígenas paumari, que viven en la cuenca del río Tapaua (estado Amazonas, norte), también apuestan por el manejo sustentable de su principal fuente de ingresos: el pirarucu, un enorme pez de río que puede pesar hasta 200 kg y cuya pesca -durante décadas predatoria- estaba prohibida.
Tras siete años de trabajo con la ONG Operación Amazonia Nativa (Opan), los paumari recuperaron la población de pirarucu, que estaba decimada, y consiguieron que la pesca sea legal y sustentable.
Gustavo Silveira, coordinador del programa Amazonas de la Opan, confesó que es mucho más que la comercialización del pez. Es el fortalecimiento de la organización comunitaria, el fortalecimiento del stock pesquero y la generación de renta, esas son las principales ganancias del pueblo. La gestión y el dominio que hoy tienen sobre el territorio es algo fantástico.
Para el manejo sustentable, los peces con menos de un metro y medio de largo que son atrapados en las redes son liberados. Además, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente hace cada año un conteo de la especie y los indígenas vigilan los lagos adjuntos al río Tapaua, donde están los pirarucu.
– Proteger el territorio ancestral –
A los wampis, una etnia de la Amazonía peruana, la devastadora presencia de compañías petroleras, mineras y la tala de árboles los llevó a constituir el primer gobierno autónomo indígena de ese país. Su objetivo: proteger su vasto territorio del cambio climático.
Pérez Ramírez, presidente del gobierno indígena, cuya autonomía no es reconocida oficialmente por las autoridades, declaró vía telefónica a la AFP Wrays que no buscan independencia, sino proteger su territorio ancestral y pedir al gobierno la titulación de 1,3 millones de hectáreas donde viven más de cien comunidades Wampis.
Y resalta que las nuevas generaciones van a necesitar recursos naturales para sobrevivir.
Los indígenas inga de Colombia, en el departamento de Nariño (suroeste), un territorio colindante con la Amazonía, son otro ejemplo de protección de su territorio ancestral.
En medio del conflicto armado y el narcotráfico, consiguieron del gobierno un fondo común destinado a liberar un territorio de 22.283 hectáreas de tierra, escenario de enfrentamientos por los cultivos de amapola que degradaban el ecosistema.
Hernando Chindoy, presidente del resguardo Inga de Aponte, relata que estaban haciendo un fuerte daño, la tierra estaba llorando y hacía exigencias fuertes para que le coloquen cuidado a ello.
Y agrega que el trabajo de este pueblo en lo pequeño que ha sido, le ha hecho un aporte significativo para la humanidad.
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