En 1877, el gran novelista francés Víctor Hugo escribió “Se puede resistir a los ejércitos invasores, pero a las ideas invasoras no”. Hoy en día el poder de las ideas, para bien o para mal, es algo que se debe tener en cuenta, sobre todo en la contemplación de fundamentalismo islámico. Los recientes ataques terroristas en Francia, Kuwait y Túnez son tristes recordatorios de lo importante que es entender que detrás de estos atropellos hay ideas serias, no simplemente indignados criminales.
Hace poco Ayaan Hirsi Ali, una mujer somalí, escribió “Yo acuso”, un libro interesantísimo cuyo subtítulo es “Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas”. En él describe la educación que recibió en el islam y la forma en que éste empapa todo aspecto de sus vidas. Señala textualmente “Fui educada por mis padres como musulmana, como una buena musulmana.
El islam regía la vida de nuestra familia y nuestras relaciones familiares hasta en los más ínfimos detalles. El islam era nuestra ideología, nuestra política, nuestra moral, nuestro derecho y nuestra identidad. Éramos, antes que nada, musulmanes, y luego somalíes. Se me enseñó que el islam nos separaba del resto del mundo, de los no musulmanes.
Nosotros, los musulmanes, somos los elegidos de Dios; en cambio ellos, los otros, los kafires, los no creyentes son asociales, impuros, bárbaros, no circuncidados, inmorales, desalmados, y sobre todo obscenos: son irrespetuosos con las mujeres -unas rameras-, muchos hombres son homosexuales, y hombres y mujeres mantienen relaciones sexuales sin estar casados. En definitiva, los infieles son malditos y Dios los castigará por ello de un modo atroz en la otra vida”. Por supuesto, el libro le ha significado recibir amenazas de muerte, escapar a Holanda vía Alemania y, finalmente, permanecer oculta en un lugar desconocido.
Esas son ideas traspasadas a las personas por generaciones, desde el advenimiento del islam, lo que explica el grado de fanatismo y fundamentalismo que exhiben algunos de sus seguidores en la actualidad. Tal como manifiesta la autora en mención, el islam no es la única ideología que educa a sus hijos en el convencimiento de que son los elegidos de Dios – el cristianismo y el judaísmo también lo contemplan -, pero aun así entre los musulmanes existe la creencia de que Dios les ha conferido una gracia especial de una mayor amplitud.
La mayoría de los musulmanes rechaza las versiones más extremistas del islam, pero muchos – si no la mayoría – albergan simpatía por la idea de luchar contra los dictados de Occidente y devolver la fe a sus fortalezas y glorias del pasado. Sería un error afirmar que sólo una pequeña minoría de musulmanes apoya las acciones de los extremistas o que las facciones fundamentalistas han secuestrado una religión de la cual no son representativas.
Confrontar ideas con medios militares es un camino seguro a la derrota. Así lo expresó el Presidente Obama el 6 de julio de este año cuando, refiriéndose a la amenaza que plantea el ISIS, manifestó que “las ideologías no se combaten con armas, sino con mejores ideas”. Por cierto, fue objeto de los más duros ataques y burlas, que en su expresión más radical expresaban que las guerras mundiales no las ganaron precisamente enviando ideas a Europa.
Lo cierto es que Occidente no está ganado ninguna de las dos batallas frente al ISIS, ni la de las armas ni la de las ideas. EE.UU. está ejecutando unos 2.000 ataques aéreos mensuales contra instalaciones del ISIS en Irak y Siria, y ha destruido cerca de 8.000 objetivos hasta la fecha. Pero pareciera que el resultado es el contrario al esperado, toda vez que siguen incorporándose nuevos adherentes a las filas del grupo terrorista.
En consecuencia, existe una verdadera batalla en el área de las ideas, que quizás posee un mayor grado de desarrollo que aquella que se libra con las armas, ya que muchos jóvenes musulmanes descontentos han encontrado en el extremismo la única solución a la debilidad y la falta de oportunidades de sus sociedades.
Para que Occidente considerara algún tipo de compromiso o iniciativa para derrotar al ISIS, tendría que ser provocado por el ISIS mismo, mediante algunas acciones muchas veces más letales o más próximas a naciones occidentales. Un atentado terrorista como el del 11 de septiembre de 2001, por ejemplo, en un país occidental, provocaría la inmediata y demoledora reacción occidental contra el ISIS con fuerzas terrestres. Sin embargo, sería una alternativa terrible y con un futuro nada predecible.
En concreto, pareciera que sin una invasión liderada por Occidente, el ISIS consolidará el actual territorio conquistado en Irak y Siria de forma indefinida, con la peligrosa posibilidad de contagiar a otros países. Ello sin duda le permitiría reorientar su capacidad ociosa hacia las tierras de sus enemigos declarados, pero indecisos, como los yihadistas siempre prometen.
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